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Carta sobre dos santos: Tomás Becket y Oscar Arnulfo Romero

Con ambos asesinatos, el de monseñor Romero y el de Ignacio Ellacuría y sus hermanos jesuitas, los respectivos responsables abonaron a la pérdida de su poder. Asesinar a hombres que no solo trabajan por la justicia y la paz, sino que en el imaginario popular simbolizan esta lucha, lleva a los tiranos a su derrota.

Por Paolo Luers
Periodista

El Salvador no es el primer país donde fue asesinado un arzobispo por ser un obstáculo para un gobierno represivo. El 29 de diciembre del año 1170 fue asesinado adentro de la Catedral de Canterbury, en Inglaterra, Tomás Becket, el arzobispo de esta ciudad.

Igual que Romero, este arzobispo inglés fue la máxima autoridad de la Iglesia Católica de su país, y ambos asesinatos fueron cometidos para mantener supeditada a la Iglesia. Tampoco Óscar Arnulfo Romero fue el primer arzobispo que murió víctima de un escuadrón de la muerte. A Becket lo asesinó un grupo de nobles guerreros al servicio del rey Enrique II de Inglaterra.

Igual que en el caso del asesinato de Óscar Arnulfo Romero, el de Becket provocó una ola de indignación en todo su país y en el mundo cristiano entero. Por primera vez en la historia de Inglaterra, masas populares salieron a las calles para pedir justicia. En ambos casos los obispos asesinados fueron adoptados como símbolos de movimientos fuertes de oposición que lucharon contra el uso arbitrario del poder. En ambos casos, los tiranos respectivos, luego de muchas luchas sangrientas, tuvieron que ceder y permitir reformas.

Para mantenerse gobernando, Enrique II tuvo que arrodillarse ante la tumba de su victima, pedir disculpa pública por el asesinato del arzobispo y recibir una humillante flagelación simbólica. Se mantuvo en el poder 19 años más, pero con poderes limitados, así como Tomás Becket lo había exigido. Todos los reyes que siguieren a Enrique II, incluso su hijo Ricardo, tuvieron que reconocer el legado de Tomás Becket, quien a sólo tres años de su asesinato fue santificado por el Papa. Todavía en la Iglesia Anglicana de hoy es venerado como precursor de una Inglaterra más justa e institucional.

A los tiranos, cuando no pueden quebrar la voluntad de las figuras simbólicas opositoras, recurren a eliminarlos. Pero les sale caro. Tal vez consolidan su poder a corto plazo, pero luego este poder, una vez corrompido a la vista del mundo, se debilita. A Putin le va a perseguir y en última instancia destruir la muerte de Alexéi Navalny, a quien mandó a asesinar, simplemente porque el hombre tenía la razón.

¿Fue Santo Tomás de Canterbury un revolucionario, un rebelde? No creo. Tampoco sé qué hubiera significado ser revolucionario en el siglo 12. Parece que fue un hombre decente con un sentido de justicia. Fue suficiente para que lo asesinaran. Monseñor Romero tampoco fue un revolucionario ni un insurrecto, aunque su asesinato provocó una insurrección. Fue un hombre decente y sensible a la injusticia y la pobreza. Los que mandaron a matarlo provocaron una guerra de 12 años.

Tampoco fue rebelde el padre Ignacio Ellacuría. A él lo mandaron a asesinar quienes estaban en contra de la paz y que estaban asustados de verlo apoyar al presidente Alfredo Cristiani en la búsqueda de una solución política a la guerra. Los que mandaron a matarlo propiciaron una solución negociada a la guerra que provocó el desmantelamiento de su poder militar represivo.

Con ambos asesinatos, el de monseñor Romero y el de Ignacio Ellacuría y sus hermanos jesuitas, los respectivos responsables abonaron a la pérdida de su poder. Asesinar a hombres que no solo trabajan por la justicia y la paz, sino que en el imaginario popular simbolizan esta lucha, lleva a los tiranos a su derrota.

Esto es cierto para otras expresiones de represión, no sólo para asesinatos políticos: la persecución de opositores, su encarcelamiento, su destierro. Pueden comprarles tiempo a los tiranos, pero al final llevan a su derrota. Los Maduro, Putin, Ortega y Bukele no han entendido esta lógica de la historia. Es la parte de la historia que no podrán reescribir.

Saludos,

Paolo Lüers

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