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Carta a Raúl Mijango: No te vas a rendir

La única decisión justa que puede tomar el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria es concederte la libertad condicional y el derecho a la salud.

Por Paolo Luers
Periodista

Negro:

Te vi en los pocos segundos que permitieron que las cámaras mostraran tu lamentable deterioro de salud. Te escuché decir, al entrar a la audiencia “humanitaria”, que lo único que pides es que te dejen morir en tu casa, no en Mariona. No digas esto.

La audiencia no tenía mucho de “humanitaria”. Tu abogado defensor presentó tu cuadro médico, con varias enfermedades crónicas, una de ellas en estado letal; argumentó que cumples los requisitos para que te concedan libertad condicional: los años que ya has cumplido de tu pena, tu edad, la necesidad de atención médica adecuada.

La fiscalía, siempre vengativa en todos los casos relacionados con la tregua, por los fracasos que ha sufrido cuando todavía existía una justicia independiente con jueces valientes, objetó. Decían los fiscales que las enfermedades graves no estaban comprobadas, que faltaba una certificación del Seguro Social. Argumento ridículo. La fiscalía sabe perfectamente en qué estado de salud deteriorado estás, sabe que te tienen que llevar dos veces a la semana al hospital para que te hagan diálisis; saben que a los tres días entrás nuevamente en crisis. No les importa, porque lo que buscan es venganza, no justicia, y mucho menos humanidad.

Así que la jueza no resolvió sobre la solicitud de sacarte de la cárcel y concederte atención médica permanente y necesaria. Quiere ver la constancia médica que la fiscalía pidió. Yo sé, de mi propia experiencia, qué tortuoso es conseguir que el Seguro Social emita este tipo de certificados. Ojala que en este caso tan evidente el trámite sea expedito, porque está en juego una vida. Espero que luego se convoque, sin más demora, la nueva audiencia y que se resuelva a favor de tu derecho a la salud. Espero que una vez en la vida, la fiscalía deje de obstruir la justicia.

Vos no tenés por qué morir en Mariona. Es más: no tenés que morir en ninguna parte, una vez que tengas la atención médica y la paz que necesitás para superar las enfermedades. La decisión que le toca a la jueza no es sobre dónde vas a morir, es sobre si vas a morir o vivir.

Los que lean esta carta tienen que tomar en cuenta que de todos modos tú no deberías estar en la cárcel. Se habla de tus enfermedades y de una solución humanitaria, y se olvida que en el fondo es una cuestión de corregir una injusticia. Luego de tres veces que la fiscalía fracasó en sus intentos de mandarte a prisión, se inventó un caso absurdo. Te acusaron de extorsionista, aunque el único pecado que cometiste fue aceptar la solicitud de la empresa Arrocera San Francisco de intermediar en su conflicto con las pandillas. La empresa tuvo que lidiar con un esquema peligrosamente confuso de extorsión. En cada barrio, donde entraban los camiones de la Arrocera para surtir a las tiendas, los motoristas y vendedores tenían que negociar con la pandilla local, corriendo riesgos todos los días. La empresa te pidió a sondear con las pandillas si se podía hacer un arreglo diferente, de un solo pago, y con garantías de seguridad en todos los barrios. Vos lograste el acuerdo que la empresa buscaba –y luego de que Alba Petróleos comprara la Arrocera San Francisco, te acusaron de extorsión. Y la fiscalía celebraba que al fin tenía cómo joderte. Es por esto que estás ahora como estás. Si no hubieras estado expuesto a las condiciones del encarcelamiento, tus enfermedades no hubieran avanzado al punto crítico que enfrentás ahora.

Es por todo esto, que la única decisión justa que puede tomar el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria es concederte la libertad condicional y el derecho a la salud.

Me duele que lo único que puedo hacer por vos es escribir esta carta, para ver si la opinión pública se mueva en tu favor. Esta impotencia es difícil de aguantar. Lo único que me da optimismo es que sé que sos fuerte y necio.

No te has rendido en ninguna batalla que te ha tocado en la guerra, y no te vas a rendir ahora.

Un abrazo, hermano...

Paolo Lüers

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