Estimados amigos:
Migrantes pasan caminando por fronteras, llegan a aeropuertos o terminales de buses; esperan en hoteles, cuando tienen como pagarlo, o duermen en albergues de emergencia o en parques, cuando no tienen dinero. Son imágenes cotidianas en Guatemala, en México, en la frontera con Estados Unidos. Los migrantes son venezolanos, que huyen de la falta de comida, trabajo y libertades en Venezuela; son haitianos, que huyen del caos de un Estado fallido; son nicaragüenses, que huyen de la dictadura de Ortega; o son hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, que en masas huyen de la falta de oportunidades en sus países. Y de repente, en este flujo interminable de migrantes, se mezclan contingentes de otros lados: Suramérica, Medio Oriente, India, Pakistán, China, Myanmar, etc.
Los mexicanos los ven desfilar en Chiapas, donde entran, y en todo trayecto para llegar a Tijuana, Ciudad Juárez u otras ciudades fronterizas con Estados Unidos. En la Ciudad de México de repente el elegante barrio Roma Norte se llenó de miles de migrantes con sus mochilas y maletas, acampados en los alrededores de las oficinas de la Comisión Mexicana de Atención a Refugiados (COMAR) en la calle Versalles, durmiendo en parques y calles.
Muchos mexicanos, ellos mismos una nación de migrantes, simpatizan con este flujo de “sujetos extraños” por sus ciudades, algunos se solidarizan y otros se molestan.
De repente, El Salvador no sólo es país de origen de estas olas de migración, sino también país de tránsito. Miles de migrantes pasan por el país en su larga trayectoria hacia Estados Unidos. Llegan caminando, en autobuses, en aviones, para seguir su camino. Los encontramos en los hoteles, en los restaurantes de comida rápida. Algunos se parecen bastante a los salvadoreños, otros no. Hay gente morena como los salvadoreños, y otros mucho más morenos. Hay quienes hablan raro. Hay quienes tienen turbantes.
La normalidad de la migración ha llegado a El Salvador. Posiblemente con los elementos colaterales que conlleva, como traficantes de personas que se lucran de los migrantes.
Hay quienes se espantan de ver “sujetos extraños” en nuestro país, aunque solo estén de paso. No he visto ninguna noticia de que los “sujetos extraños” en su paso por nuestro país hayan cometido delitos, asaltado tiendas o violado a salvadoreñas. Si fuera el caso, serán sujetos de la justicia como cualquier otro.
A los que se extrañan al ver “sujetos extraños” en la calle, en el aeropuerto, en los terminales de autobuses o en restaurantes, les digo que igual están viendo a nuestros compatriotas en su paso por México –o en Estados Unidos, si logran llegar. Igual están viendo, con cierta desconfianza, a los miles de afganos, sirios y ucranianos, que pasan por toda Europa buscando donde los reciban.
Ser refugiado o migrante siempre ha sido parte de la historia de los salvadoreños. Es parte de nuestra realidad. Entonces, ¿cómo nos van o molestar unos cientos de ciudadanos de la India o de Pakistán, sólo porque hablan raro y llevan turbantes?
Saludos...
Paolo Lüers