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Carta a quienes quieren jugar con nuestra Constitución

Por Paolo Luers
Periodista

En caso que no pusieron atención (o que no querían entender): Los chilenos, en su plebiscito de domingo pasado, mandaron un mensaje claro: Las constituciones tienen que ser de consenso nacional, resultado de una concertación entre todos; no deben reflejar la visión y los intereses particulares de una tendencia política, sea de izquierda, de derecha, progresista, conservadora o populista.

Por esto, los chilenos rechazaron en el plebiscito de septiembre 2022 el proyecto constitucional redactado por la Convención creada para este propósito, dominada por la izquierda – y ahora, en el nuevo plebiscito, dijeron NO a la Constitución propuesta por un Consejo Constitucional elegido por votación popular y dominado esta vez por los partidos de la derecha.

La derecha chilena entendió mal el mensaje del primer plebiscito. Pensaban que el rechazo a la Constitución elaborada por la izquierda les daba a ellos un mandato de elaborar la Constitución. No entendieron que el NO del plebiscito era un mandato a la clase política de concertar una Constitución que refleje la voluntad de toda la nación. Entonces, la derecha elaboró un texto que no tomó en cuenta los criterios del resto del espectro político – y se consiguió el mismo NO. Bien por los chilenos…

Resultado: Chile se queda con la Constitución elaborada al fin del gobierno de Pinochet, pero que abrió el camino de la transición de la dictadura a la democracia. Esta Constitución del 1980 sufrió después cambios sustanciales y concertados entre todos los partidos y así garantizó a Chile elecciones limpias y un sistema pluralista con alternabilidad en el poder entre izquierda, centro y derecha.

Pensándolo bien, la historia de la Constitución chilena del 1980 no es tan diferente que la de la nuestra del 1983. Ambas fueran promulgadas en tiempos de regímenes autoritarios en países con graves conflictos entre derecha e izquierda. Ambas constituciones fueron reformadas durante los procesos de transición de la dictadura a la democracia. Y ambas permitieron durante décadas la alternabilidad mediante elecciones libres.

Un récord no tan malo para constituciones en países latinoamericanos. Hay que tener buenas razones para cambiarlas. Y la sed de control de un solo sector siempre es una muy mala razón.

La lección de Chile, expresada en dos plebiscitos, es clara: Tengan cuidado antes de jugar con la Constitución. Cuidado con tratar de aprovechar una mayoría coyuntural para imponer una constitución a la medida de una ideología. Una mayoría electoral da el derecho de formar gobierno, pero no a trastocar la Constitución. Cuidado con tratar de hacer reformas a la Constitución -o promulgar una nueva- sin tener la voluntad, la capacidad, la paciencia y la vocación democrática de concertar con todas las fuerzas vivas del país. Esta concertación es lo que nuestra Constitución vigente pone como condición para poder tocarla. Es por esto que exige que cualquier reforma constitucional sea aprobada por una Asamblea y ratificada con mayoría de dos tercios por la siguiente. Con esto se evita que una mayoría coyuntural en una Asamblea pueda modificar la Constitución y se da al pueblo la oportunidad de cambiar la correlación de fuerzas en la siguiente Asamblea, si no está de acuerdo con la reforma propuesta.

La tentación de crear una Constitución que refleje la visión y los intereses de sólo una parte del país, es una muestra de vocación autoritaria. Tanto la izquierda radical como la derecha en Chile cayeron en esta tentación – y fracasaron, porque el pueblo les dijo NO. Es una lección no sólo a los partidos chilenos, sino a la clase política en toda América Latina.

Los pueblos son más sabios que los dirigentes sedientos de control y poder. Aprendan.

Saludos, Paolo Luers

Posdata: Nos vemos en estas páginas hasta el martes 26 de diciembre.
Disfruten de las fiestas navideñas.

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