Estimados amigos del fútbol:
No logro emocionarme con el mundial Qatar 2022. Me vale madre.
No es que no me guste el fútbol. Me encanta. El mundial de México 1986 lo vi en la mini pantalla de un televisor portátil, en la cueva de Radio Venceremos. No recuerdo un ambiente futbolístico más emocionante, ni siquiera cuando La Ventana fue sede oficial de la afición alemana durante el mundial de Brasil y cuando junto al embajador alemán gritamos, bailamos, brincamos con cada gol contra Brasil.
Poder vivir en 1986, en medio de las angustias de la guerra, la fiesta del mundial en México fue un acto liberador, animador, esperanzador. Aunque casi no se veía nada en esta mini pantalla que era más pequeña que la del más diminuto Smartphone de hoy, la emoción ahí estaba.
Habiendo dicho todo esto, repito: este show extraño en el desierto, en estadios con aire condicionado, en un país que prohíbe los sindicatos y la venta de cerveza; que sanciona la homosexualidad con cárcel; y que no deja entrar a sus mujeres a los estadios construidos por un ejército de trabajadores importados en calidad de esclavos no me crea esta emoción festiva del fútbol a la cual todos somos adictos. Lo siento.
Aunque yo no tengo ganas de hacerlo, de ninguna manera estoy diciendo a nadie que no vea los partidos en televisión y que no vibre con el equipo de su preferencia. Que se divierta el que pueda. No soy de esos que hacen campañas de boicot contra marcas, eventos o multinacionales que no actúan según mis códigos de ética. De una manera muy personal, yo hago mis boicots individuales: cuando no tengo ganas de comprar determinado producto, porque me cae mal el comportamiento irresponsable de una marca o el contenido cínico de su publicidad. Pero hacer de una antipatía personal campañas de boicot me parece absurdo. Cada quien que consuma lo que piense que le convenga…
Qué bueno que ninguna selección nacional hizo caso a los gritos que les pidieron boicotear el mundial de Qatar. Si todo el mundo participó en el mundial del 1978 en Argentina, organizado como evento propagandístico por la dictadura militar, y en el mundial de Rusia 2018, limpiándole la cara a Putin luego de su invasión a la Crimea, no me vengan ahora diciendo que el fútbol internacional es la virgen inmaculada. Tampoco lo es el Comité Olímpico que no tuvo empacho de organizar sus olimpiadas en Rusia y China.
Espero que algunos de los jugadores que anunciaron su intención de aprovechar su presencia en Qatar para expresarse contra la falta de libertades en ese país no se dejen intimidar por la FIFA. La actitud correcta me pareciera decir: “Voy a jugar, porque es mi profesión, pero no dejaré de expresar mis opiniones”.
Siete selecciones europeas se habían puesto de acuerdo de jugar con los colores del arcoíris en sus brazaletes. La entidad rectora del fútbol, que vendió el mundial 2022 a Qatar, prohibió estos brazaletes para no herir los sentimientos de los anfitriones. Ahora la FIFA amenaza con sanciones a los equipos que en vez del brazalete oficial usen los colores del arcoíris. Me cuesta creer que jugadores como Manuel Neuer, capitán y portero de la selección alemana, se dejen prohibir usar el brazalete que les da la gana. ¿Qué tienen que temer las estrellas del fútbol mundial? ¿Sanciones de la FIFA? No me jodan…
Los que sí se jugaron de verdad su pellejo son los jugadores de Irán, cuando colectivamente se negaron a cantar el himno nacional de su país antes del partido contra Inglaterra. Ellos no se metieron con la FIFA, sino con un régimen dispuesto a aplastar la más mínima oposición. Perdieron el partido, pero le ganaron a los ingleses, que no se atrevieron a llevar los colores del arcoíris.
Un mundial donde las noticias y conversaciones principales giran sobre los colores de los brazaletes y la falta de cerveza en los estadios no me emociona. Así que me voy a enterar después en las noticias cómo se han fajado los distintos equipos frente a los favoritos de siempre, frente a la FIFA, al régimen de Qatar, y sobre todo frente a su conciencia.
Me ahorro mis emociones para el mundial 2026.
Saludos, Paolo Luers