Me reencontré con un compa, excombatiente guerrillero de Morazán, luego de más de 30 años de no vernos. Vino de Estados Unidos. Luego de hablar de nuestras andanzas en la guerra, conversación obligatoria para estas ocasiones, llegamos a la situación actual del país. “Vine para entender qué p…. está pasando con nuestro país. Y me doy cuenta que todo por lo que hemos luchado se fue al carajo: la independencia de la justicia ya no existe, la policía está nuevamente militarizada y captura arbitrariamente a la gente; el ejército está otra vez metido en política… ¿Cómo fue aquella fórmula mágica, con la cual me explicaste en aquel entonces el sentido de los Acuerdos de Paz?”
“El ejército se queda con las armas, pero tiene prohibido meterse en política. La guerrilla entrega sus armas y se mete en política. Este es el deal que hicimos.”
Se me queda viendo, lleno de dudas, igual que en aquella plática en un campamento en las afueras de Perquín, donde cientos de combatientes estaban esperando su desmovilización. “Bueno, parece que tu fórmula no funcionó, viendo cómo está el país ahora”.
Seguimos hablando, preguntando, analizando, y cada vez nos acercamos más al abismo de la goma moral. Al final, me pregunta el compa: “Y Joaquín, ¿qué dice de todo esto?”
“¿Quién? ¿Joaquín Villalobos?”
“Si, Atilio, nuestro jefe. ¿Qué dice él sobre el hecho de que los Acuerdos de Paz ya no valen, que incluso nuestra lucha fue una farsa, ¡en el discurso del presidente de la República! A mí me hierve la sangre cuando escucho todo esto. ¿Qué dice Villalobos?”
“No sé”.
“Cómo que no sabés?”
“Bueno, que yo sepa, desde que llegó Bukele, no ha dicho nada”.
“Esperate, ¿me estás diciendo que Joaquín no ha dicho nada sobre el intento de revertir todo lo que juntos hemos logrado? No te creo. ¿Y los demás?”
Pasamos revista. La Comandancia General tuvo cinco miembros. Schafik murió a tiempo, ya no tuvo que observar que el hijo de su amigo Armando Bukele destrozara al FMLN, le robara un millón de votos y se los llevara a la deriva hacia la derecha más rancia.
“¿Y Leonel, Sánchez Cerén?”, me pregunta.
“Bueno, al sólo entregar la presidencia, se fue a vivir a Nicaragua, y nadie sabe qué hace, qué piensa, qué opina. Por todos los efectos prácticos, está muerto también”.
“Y Fermán Cienfuegos, el jefe de la Resistencia Nacional, el intelectual y poeta de la guerrilla, ¿qué dice de Bukele y su gobierno?”
“Nada. No habla, no escribe. Ni idea qué hace. Queda Francisco Jovel: también cero a la izquierda”.
“Por la gran p…., si ni siquiera Joaquín defiende las conquistas de la guerra y de los Acuerdos de Paz, ¿quién las defiende?”
“Nadie. O sea, un montón de compas no están de acuerdo, algunos incluso andan tratando de organizar una oposición, me consta, pero prefieren no hablar en público. Algunos lo hacen, pero con discursos obsoletos. Y algunos locos, como yo, siguen jodiendo, pero parecen a Don Quijote peleando contra molinos de viento”.
“Entonces, estamos fritos”.
“Es aún peor: la derecha está igual de desarmada. Freddy Cristiani tuvo que salir del país, igual que Javi Simán. Los que se han quedado, se han escondido -como Carlos Calleja, quien desde el día que perdió las elecciones no ha dicho ni una sola palabra y se han acomodado con el nuevo poder. Otros, simplemente se callaron. Tienen miedo, y con razón”.
“¿Y el Frente?”
“¿Cuál Frente? El FMLN como partido está destruido y lo poquito que queda, lo paraliza Ramiro para que no haga oposición a su amigo Bukele”.
“Me estás pintando un cuadro demasiado oscuro, Paolo. ¿Y la gente que ha salido a la calle? ¿Los veteranos de guerra, que todavía siguen comiendo m….? ¿Los familiares de los miles que se están pudriendo en las cárceles?”
“Existen. Se mueven. Pero no han logrado articular una oposición unida, ni un proyecto político alternativo”.
“¿Entonces, todo está perdido?”
“No. El régimen de Bukele no es sostenible. Va a entrar en crisis, habrá tensión social, habrá resistencia. Ahí es donde va a nacer la alternativa. No de nosotros”.
“Dios te oiga, compa”.
Saludos a todos, Paolo Luers