Hay una película que quisiera que todos ustedes vean, por su calidad cinematográfica, poética, musical y sobre todo humana: The Song of Names / La Canción de los Nombres.
Es la historia de Dovidi, un niño judío y genio musical, que sus padres mandan de Polonia a Londres para desarrollarse como violinista y también para salvaguardarlo de la barbaridad de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto que se avecinan.
Es acogido por una familia inglesa relacionada con el mundo de la música clásica, que se compromete a conseguirle la mejor educación musical. Martin, el hijo de la familia, se convierte en su hermano, cómplice y luego promotor.
Cuando ya ha estallado la guerra con la invasión alemana a Polonia y la persecución de los judíos, Dovidi pierde el contacto con su familia. En Londres, Martin y su padre organizan el primer gran concierto de Dovidi. Pero la estrella de la noche nunca se presentó, se desvanece y durante décadas nadie sabe de él. Martin nunca deja de buscarlo. Luego de la guerra, su búsqueda lo lleva a Polonia y al fin a New York, donde lo encuentra, 40 años después.
Resulta que el día del concierto, que nunca tuvo lugar, Dovidi se encontró, por pura casualidad, en un barrio de Londres con una comunidad de judíos que se dedicaba a mantener viva la memoria de los judíos muertos en el Holocausto. Dovidi no sabe si su familia está muerta o sobrevivió. Un judío viejo le dice: “¿Quieres saber? Entonces busca”. Lo lleva a una sinagoga y en unos folios que han compilado a partir de la transmisión oral de los sobrevivientes, Dovidi encuentra entre los nombres de los muertos los de sus padres y hermanas.
Su vida cambia. Pierde todo interés en su carrera de músico, no va a la cita en la sala de conciertos, no regresa a la casa. Decide dedicarse a mantener viva la memoria.
Las transmisiones de los nombres de los judíos muertos en los campos de concentración en Polonia han sido orales, en una forma litúrgica. Los sobrevivientes las llevaron a sus sinagogas y a la diáspora. Los viejos judíos en Londres los copiaron en unos folios. Dovido las convierte en The Song of Names, una canción instrumental para violín, su única y última composición. Al terminar la guerra, viaja a Polonia para tocarla dos veces: En un psiquiátrico, donde encuentra a un amigo de juventud y luego, él solito, en el campo de concentración Treblinka, donde asesinaron a su familia. Luego abandona la música y comienza una nueva vida religiosa en New York.
Martin lo convence de ir a Londres y dar el concierto 40 años después. Dovidi acepta, bajo dos condiciones: Que sea una sola presentación y que luego se olviden de él y nunca vuelvan a buscarlo. En el concierto en Londres toca la Canción de los Nombres.
De esta historia, plasmada en una novela de Norman Lebrecht, el director canadiense François Girard compone una película poética sobre música, amistad y memoria, como no he visto otra. No tiene nada de sermón o moraleja, sólo cuenta la historia de Dovidi y Martin. He visto muchas películas sobre el Holocausto, pero ninguna como The Song of Names, ninguna tan sencilla, tan humana. No se ve a los asesinos nazis. No se ve a las víctimas reducidas a huesos, que siempre hemos visto. No juega con el horror. Esta película juega con el amor, la memoria y la música.
PD: Song of Names está en Netflix.