“La economía salvadoreña después de la Independencia. Por qué estamos como estamos” es un libro que a criterio de su autor William Pleites es uno de los más completos aportes intelectuales hechos al país, no solo por que retrata la realidad económica desde la independencia, sino por que busca que las conclusiones del mismo sean entendibles a todo aquel que las lea.
Uno de las apartados más importantes del libro es que el desarrollo humano y económico en El Salvador sí es posible, pese a la pequeñez territorial, a la alta densidad demográfica y a los escasos recursos naturales. Y señala que el gran problema ha sido que hasta este día la inversión en educación, capacitación, salud y nutrición desde edades tempranas no ha sido la prioridad de los gobernios.
“La lección fundamental y el por qué cuando yo trato de responder a la pregunta de ¿por qué estamos como estamos? la primera respuesta que digo es porque no hemos invertido a lo largo de los 200 años de vida republicana en el desarrollo de las capacidades y talentos de las personas”, explicó Pleites, quien es economista.
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La educación no ha sido la prioridad
Aunque la educación estuvo siempre presente en los discursos de los gobernantes nunca fue una prioridad, explica en el libro.
El gasto público en educación se ha mantenido por debajo del 20 % del gasto público total, siendo uno de los más bajos de América Latina.
“La educación, además de tener una importancia marginal, era vista como una herramienta de formación de ciudadanos, en correspondencia con el ideal de nación que esperaban construir los grupos que ejercían el poder”, expresa Pleites.
El libro señala que a la educación no se le ha asignado la prioridad que merece durante los 200 años de vida independiente.
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Indica que hubo tres modelos económicos: el agroexportador (MAE), el de industrialización por sustitución de importaciones (MISI) y el de promoción de exportaciones y atracción de inversiones (MPE), pero durante la vigencia del primer modelo la mayoría de la nación era analfabeta. Algunas estimaciones hechas en 1950 indican que el 75 % de los hombres de la zona urbana sabían leer y escribir, mientras que las mujeres solo la mitad. En la zona rural el panorama para las mujeres era peor: solo 16 de cada 100 mujeres sabían leer y escribir.
Los gastos en educación durante esa época fueron bajos y volátiles, plantea el libro. Las razones eran porque había mucha inestabilidad en los ingresos fiscales, pues el país dependía mucho de las importaciones. Y segundo porque cuando había que hacerle cambios a las partidas de gastos, educación era una de las más vulnerables.
Según Lindo-Fuentes, un autor mencionado en el libro, “cuando el gobierno tenía que optar entre educación y el ejécito, o entre educación y caminos, la educación salía perdiendo”.
A ello se agrega que una de las reglas incluidas en la Ley del Presupuesto de entonces era que cualquier excedente de dinero o mayor rendimiento que se obtuviese durante el año económico debía ser destinado al pago de elementos de guerra o a la amortización de la deuda.
Pero en los últimos 15 años, aunque hubo varios programas que buscaban aumentar la inversión en el desarrollo humano como: el Paquete Escolar; Una niña, un niño, una computadora; Fosalud; Comunidades Solidarias; Ciudad Mujer, entre otras, en la práctica fueron solo de carácter “paliativo y mediático”, asegura Pleites.
Los gobiernos siempre han adquirido deudas
Los gastos predominantes en la historia del país han sido los militares y el pago de la deuda pública. Para 1898, la deuda del país era de 21 millones de pesos, equivalentes a casi cinco veces el valor de lo que se recaudó ese año. Esto llevó al gobierno de entonces a dejar de pagar empleados, pensiones y subvenciones. Desde esa época hasta ahora el país no recauda lo suficiente como para trabajar con los ingresos en impuestos u otros.
A inicios de 1951, la deuda pública tenía los niveles más bajos de la historia, siendo de apenas el 2 % del Producto Interno Bruto (PIB). Pero en los siguientes 25 años creció lentamente y llegó al 18.5 % del PIB. Ahí, todavía, “era un nivel manejable”, señala Pleites.
No obstante, luego del estallido de la guerra civil en El Salvador, los gastos extraordinarios del país se financiaron con préstamos internos otorgados por el Banco Central de Reserva (BCR) y con la banca multilateral. Como consecuencia, la deuda pasó del 18.5 % del PIB hasta el 52% en 1986.
Y aunque en los años 90 la deuda bajó, el periodo duró muy poco hasta la entrada de los años 2000. Desde entonces hasta ahora los gobiernos han realizado varias reformas tributarias, pero también han recurrido a la deuda pública en exceso y “muchas veces de manera irresponsable”, explica el autor. Todo “para poder financiar los niveles crecientes de gasto público requeridos para las reformas en el sistema de pensiones, el aumento en los subsidios o los diversos programas impulsados para atender la pobreza y la inseguridad”.
Como consecuencia, durante el período de 2004 a 2020, la deuda pública creció cada año a un promedio de 4.2 %, mientras que el PIB nominal creció solamente al 2.2 %. Esto ha dado lugar a que la deuda pública expresada en porcentaje del PIB aumentara de 46.8 % en 2004 a 71 % en 2019. Luego, para poder financiar la diversidad de medidas que adoptó el gobierno de Nayib Bukele en torno a la pandemia del COVID-19, la deuda se expandió abruptamente alcanzando un nivel equivalente al 89.2 % del PIB.
“Eso ha traído un problema endémico de deuda pública, o sea, si usted ve dentro del destino del gasto público después de Defensa y Seguridad, el que ha absorbido mayor cantidad de los recursos del Estado es el pago de la deuda. Bueno, ahí hago yo una referencia global que en los 200 años de vida independiente, el país ha gastado más del doble en defensa y seguridad que lo que ha gastado en la educación. Y que si a los gastos en defensa y seguridad le sumamos los gastos en elservicio de la deuda estos equivalen a dos veces y media lo que durante esos dos siglos hemos destinado a salud y educación”, dijo el economista en entrevista con El Diario de Hoy.
El gasto sigue siendo mayor de lo lo que entra en dinero al Estado y como consecuencia de ello el déficit fiscal (dinero que le falta al gobierno para cumplir sus compromisos) es cada vez mayor. Entre 2004 y 2018 la media del déficit era de 4%. En el 2020 alcanzó 11%.
Las consecuencias del mal manejo de las finanzas
A criterio de Pleites, la calidad de los gastos que han hecho los gobiernos continúa siendo muy deficiente, con insuficiente inversión en desarrollo humano. Por ello, la migración, la falta del empleo decente, entre otros, son problemas ausentes de las políticas públicas.
En los años del conflicto armado la pobreza era muy alta, agrega. “Seguramente aumentó debido al decrecimiento económico, las menores oportunidades de empleo formal y el deterioro de los salarios reales”, dice.
Para 1991, la pobreza afectaba al 59.7 % de los hogares, de los cuales el 28.2 % se encontraba en pobreza absoluta y el 31.5 % restante en pobreza relativa. En los años siguientes, la situación mejoró notablemente, a tal punto que en 2004 los hogares pobres habían disminuido al 34.6 % (12.6 % en pobreza extrema y 22 % en pobreza relativa). De 2004 en adelante, el comportamiento de ese indicador ha sido fluctuante, aunque con una tendencia hacia la disminución.
Además, Pleites apunta que el crecimiento económico está lejos de aumentar y asegura que la importancia de que la economía crezca y aumente la riqueza de un país radica en que a través de estas pueden ampliarse las opciones y oportunidades de la población y por ende haber mayor desarrollo.
“Prueba de ello es que los paíes con ingresos per cápita más altos, por lo general, son también los que reportan mejores indicadores económicos y sociales (esperanza de vida superior, menores tasas de mortalidad infantil, mayores tasas de escolaridad y alfabetización)”, agrega.
Pero en el caso de El Salvador la economía “nunca ha podido crecer de manera robusta y sostenida en el tiempo”.
En medio del conflicto armado, el PIB decreció a una tasa promedio anual de 1.1 %. Luego, entre 2004 y 2019 la tasa de crecimiento promedio anual fue de 2.2 %, una de las más bajas en América Latina, menor que la de los países centroamericanos y que la del conjunto de países en desarrollo. Esto desde luego son solo algunas de las causas del estancamiento en la economía, destaca el autor.
El economista considera que El Salvador puede alcanzar un alto nivel de desarrollo haciendo lo que han hecho los países que más han progresado: realizar mayores inversiones para estimular el despliegue de los talentos y capacidades de sus habitantes, priorizar el gasto en los ámbitos de la educación y la capacitación, la salud y la nutrición, la vivienda y el hábitat, la ciencia y la tecnología.
Y si estas inversiones se realizan en edades tempranas, y si, además, se incorporan las opiniones y saberes de los actores sociales implicados, las perspectivas de éxito se vuelven mayores, opina Pleites.