En El Salvador, cada año está más lejos la aspiración de conseguir una soberanía alimentaria. Eso es lo que se desprende al revisar los datos de la producción de granos básicos desde el ciclo 2017-2018 hasta el actual. En el 2023-2024, los agricultores del país produjeron alrededor de 17.2 millones de quintales de maíz, frijol, maicillo y arroz, según los datos recogidos por la Asociación Cámara Salvadoreña de Pequeños y Medianos Productores Agropecuarios (CAMPO).
Lejos ha quedado ya un ciclo de éxito en el tema como el 2021-2022, cuando las manos de los salvadoreños y las tierras nacionales fueron capaces de entregar 28.65 millones de quintales, casi cuatro millones más que lo necesario. La historia cambió tan temprano como el año siguiente, cuando, en lugar de un superávit, hubo un déficit superior a los 5 millones de quintales.
Para Danilo Pérez, del Centro para la Defensa del Consumidor (CDC), múltiples factores incidieron para que en el país se viviera esa realidad. El primero de ellos fueron las afectaciones a la cadena de suministros provocada por la guerra entre Rusia y Ucrania, que dispararon, por ejemplo, los precios de los insumos agrícolas. De allí, una inflación rampante, que en El Salvador cerró, en 2022, por encima del 7 %, con valores superiores para los alimentos. Por suerte, en ese año se tuvo un clima normal en el invierno, con lluvias suficientes para alimentar al grano.
Pero la fortuna no acompañó al año recién pasado, que registró el regreso de El Niño y sus sequías. Sin embargo, contrario a los pronósticos, no hubo tantos días secos como en el 2018, cuando se dio, por ejemplo, un periodo superior a los 40 días sin precipitaciones. Aun así, en ese año hubo una producción de 19 millones de quintales, casi 2 millones más que en el 2023-2024.
Las diferencias tienen que ver con la cantidad de manzanas que se trabajan, que para el presente ciclo cayeron hasta las 298,000, un 29 % menos si se le compara con lo registrado dos años atrás, en el exitoso ciclo 2021-2022.
Para Pérez, del CDC, estos condicionantes no constituyen toda la explicación a un año tan malo para el agro salvadoreño. Buena parte de la responsabilidad recae sobre el Estado, que tiene como obligación asistir a sus ciudadanos cuando, precisamente, los factores externos los afectan.
“Esto es evidencia de que no hay una apuesta por la agricultura desde el Gobierno, en materia de políticas públicas. Una cosa es decir que se le está apostando y la otra es hacer las acciones concretas en las que se traduce esta apuesta”, dice Pérez.
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En esa sintonía, es necesario preguntarse, si desde el Gobierno ya se sabe que el cambio climático golpea con fuerza, ¿hay algún tipo de semilla mejorada que desde el Estado se esté aportando para hacerle frente a las dificultades?
La respuesta es que no. Y se trata de una situación que se debe a la cortedad de miradas. Al menos en el maíz, el grano básico más importante en volumen, los datos indican que el oriente de El Salvador es mucho más vulnerable que otros sectores del país, pues en 2023 aglutinó hasta un 75 % de las pérdidas, como lo reveló previamente El Diario de Hoy. Una política pública sería, precisamente, diferenciar el apoyo para aumentar la resiliencia de estos departamentos, especialmente Usulután y San Miguel.
Otro de los factores que han influido en desincentivar la producción es el aumento del costo de la tierra, sobre todo su alquiler, que, según estimaciones de Luis Treminio, presidente de CAMPO, es del 100 %. Es decir, que ahora una persona paga el doble.
“Pero si esto ya se sabe, ¿dónde está el apoyo financiero, qué créditos blandos se le están dando al productor para que le haga frente a este aumento? ¿Cómo se está regulando? Desde el gobierno nos deben todas estas respuestas”, dice Danilo Pérez, del CDC.
Las previsiones siguen a la baja
Luis Treminio, presidente de la Asociación Cámara Salvadoreña de Pequeños y Medianos Productores Agropecuarios (CAMPO), es una de las personas que más sabe sobre el sector de la producción agrícola en el país. Su organización aglutina a cientos de miles de productores a escala nacional.
Por eso, es una voz autorizada para opinar sobre lo que se está moviendo en el rubro.
Según su apreciación, en El Salvador la producción del siguiente ciclo agrícola (2024-2025) será todavía inferior al presente, sobre todo porque se augura el aparecimiento de una variante más intensa del fenómeno de El Niño, que causará todavía más sequías.
“Imagine lo que tuvimos este año con un Niño normal. Lo que me expresa la gente es que ahora tienen mucho más miedo de sembrar. ¿Y cómo no va a ser así? Nada les asegura que no volverán a perder. Todo lo contrario”, dice Treminio.
Para Héctor Aldana, dirigente de la Asociación Nacional de Trabajadores Agropecuarios (ANTA), esto es entendible porque quien trabaja la tierra se enfrenta a una multitud de obstáculos, como los insumos caros y la no existencia de semillas resistentes, que por lo menos den un poco más de esperanza ante un cielo sin lluvias.
Cuando hay déficit en la producción, la alternativa es la importación. Lo que conforma un círculo vicioso para Aldana: el agricultor salvadoreño tiene que competir, entonces, contra productores extranjeros, quienes corrientemente tienen su cosecha subsidiada en importantes porcentajes. Así, se saca del mercado a muchos locales.
Por eso, desde su asociación plantean que el Gobierno central realice esfuerzos por proveer de una semilla mucho más adecuada para la realidad actual en el caso del maíz. Aldana sostiene que la apuesta debería hacerse por las variedades criollas, que proveen un grano mucho más nutritivo y pueden dar un rendimiento de entre 70 y 80 quintales por manzana. Pero la fe en las instituciones es poca.
Treminio apunta a otra razón por la que la producción de granos básicos seguirá disminuyendo en El Salvador: las nulas oportunidades de salir de la pobreza que ofrece el trabajo en la tierra.
“¿Quién puede culpar a un joven que ha visto a su padre y a su abuelo sembrar por años y años y que nunca salen de la pobreza? Es más apetecible mudarse a la ciudad o a otro país. Eso nos indica que el futuro está en hacer del trabajo en el campo algo sostenible. Algo, en esencia, digno”, opina Treminio.