En medio del bullicio de San Salvador, Carlos Gonzáles, un artesano de 63 años que vive en Mejicanos, confecciona y repara calzado en su pequeño negocio en el mercado San Miguelito.
Carlos aprendió este oficio como herencia de su padre. Empezó desde sus 6 años y a lo largo de su vida le ha servido como medio de supervivencia para salir adelante.
Ya sea de cuero o con materiales sintéticos, suela de goma o caucho, madera para los tacones, hilos de algodón, lino, lona y otros textiles, Carlos crea zapatos y hace reparaciones con orgullo y satisfacción.
“Pero en la vida no siempre se inicia ganando”, reflexiona mientras hace memoria del camino que ha tenido que recorrer para conseguir clientes. Para él, el empeño y la dedicación son claves para ver resultados gratificantes.
Don Carlos recuerda los días en los que ser un zapatero era una labor respetada, con orgullo cuenta que aprendió a coser a mano el calzado femenino, un proceso que se desarrollaba de esa manera en épocas anteriores.
Ahora, la realidad para los zapateros artesanos en El Salvador ha cambiado drásticamente, en palabras de don Carlos. Su habilidad antes les daba una fuente de ingresos sólida para sus familias; sin embargo, hoy deben competir con la producción masiva y la falta de interés de las nuevas generaciones, no solo para comprar zapatos confeccionados artesanalmente sino también para dedicarse a este oficio. “La mayoría de los hijos de zapateros ya no siguen nuestros pasos, ven este trabajo eclipsado y optan por buscar otros métodos de subsistencia u otras visiones para ganarse la vida”, comenta don Carlos, consciente de que el oficio podría desaparecer en pocos años.
A pesar de los años y las variaciones que ha sufrido su oficio, este hábil artesano no pierde su esencia y dedicación. Él asegura que cada una de las piezas que él elabora posee cuidadosos detalles que solo un trabajo hecho a mano puede ofrecer.
Con la industrialización y todos los cambios en el país en cuanto a cultura y tradición, este oficio ha perdido valorización para muchos consumidores y “el calzado industrial ha disminuido en calidad y durabilidad", afirma Carlos.
Entre zapatos y el volante
Los desafíos para Carlos han sido muchos. Hace tres años a don Carlos le llegó una oportunidad inesperada luego que el mercado San Miguelito fuera devastado por un fuerte incendio y que muchos comerciantes, como en su caso, perdieron su medio de ingresos. Durante ese tiempo, se dedicó a ser taxista, lo que le permitió sostenerse económicamente, pero en cuanto pudo regresó a su especial profesión.
Ser motorista no ha sido la única ocupación ajena a su oficio a la que ha tenido que dedicarse. Carlos cuenta que siempre ha buscado diferentes trabajos que le permitan mantener a su familia, aunque su verdadera pasión siempre ha estado en la zapatería.
A medida que la demanda por el calzado hecho a mano disminuye, don Carlos teme que en un futuro cercano no queden zapateros artesanos. Él aconseja a la generación actual y a las futuras que sin importar a lo que decidan dedicarse nunca dejen de aprender, pues “es la mejor manera para lograr resultados satisfactorios en el trabajo”, concluye el artesano.
Don Carlos trabaja de lunes a domingo en el mercado San Miguelito, en el local #275. Él ofrece servicio de reparación de calzado e invita a quienes aprecian el calzado hecho a la medida a que lo visiten. Su número de contacto es el 7474-9677.