Tzu Chi significa “compasión y respeto” en taiwanés, algo que no germinó en la comunidad que fue construida por una fundación de caridad budista de Taiwán para los damnificados de los terremotos del 2001 en el cantón Chanmico de San Juan Opico, La Libertad.
Tras los 21 años en el mapa, mencionar la Villa Tzu Chi es para hacer referencia a pandillas, violencia, injusticia y inseguridad. Es hablar de jóvenes esqueléticos tatuados y armados que no conocen el mundo más allá del diámetro que tiene la comunidad y que tomaron el control de quienes podían ingresar o salir, incluso de vivir ahí. Al menos así lo describe las personas entrevistadas que han tenido que soportar su presencia durante años.
Se estima que la población de la villa es de unas 900 personas. Hay al menos unas 870 viviendas, pero no todas en buen estado, algunas están abandonas y desmanteladas. Son casas pequeñas en lotes bastante generosos en comparación a otras lotificaciones. Los más afortunados han sabido aprovechar el espacio para ampliar sus viviendas.
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“Lo común era que al pasar de la entrada principal estaba un grupo de “muchachos”. Siempre se mantenían alrededor de 3 o 4. A la siguiente cuadra había otro grupo y así en cuadra”
Habitante de Villa Tzu Chi
Como en todo lugar con presencia de pandillas, hay códigos, normas que son reglas no escritas que aun con el régimen se cumplen. En Tzu Chi la gente tiene miedo de hablar. Dicen que los familiares de los detenidos siguen en la comunidad y están atentos a velar por sus intereses. Aun así, El Diario de Hoy conversó algunos residentes.
Pedro (nombre ficticio) es de los primeros que vinieron. Vivía en Santa Tecla dónde su casa se derrumbó por el terremoto. Sin vacilar asegura que a él no le importaría ser capturado por la policía, incluso si lo metieran en prisión y atentarán contra su vida, seguiría apoyando el régimen de excepción. Así de harto está de los pandilleros y aclara vehemente que no tiene nada que ver con ellos. Dice que los errores que comete la PNC son de seres humanos.
Su tajante respuesta es porque sufrió el acoso y violencia de parte de “Los Muchachos”, que es la forma con la que se nombra a los mareros en el lenguaje popular. Le asesinaron a su hermano junto a sus dos hijos. También mataron a su exesposa, a su excuñando y su hija de 11 años.
Esto lo menciona sin entrar en detalles mientras corta la hierba que ha crecido frente a su casa. Pedro se quedó viviendo en la villa a costa de pagar extorsión. Intentó vivir en otro lugar, pero se le hizo imposible. “Fui extorsionado y gracias a Dios siempre logre dar el dinero y aquí estoy. Hoy, aunque me llevaran por error, yo siempre apoyaría el régimen porque es un bienestar para mi familia, para la comunidad. No importa si yo tenga que pagar por ello”, expresó.
A cuatro meses del régimen de excepción en Tzu Chi reina una aparente calma. Sus calles que jamás han conocido asfalto lucen desoladas por dos razones. La primera es porque los mareros que permanecían en cada esquina fueron capturados al inicio del régimen.
La segunda es porque la PNC ha advertido que “individuo que permanezca en la calle en horas de estudio o laborales será detenido y procesado por agrupaciones ilícitas”. Esto lo comenta Pedro quien asistió a una reunión presidida por la policía.
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Leonor (nombre ficticio) dice que siente más seguridad, más confiada, aunque sabe que algunos de “los que hacen el mal” están escondidos. Su tono de voz es normal, pero al hablar sobre los “los muchachos” baja el volumen casi hasta el susurro. Comenta que una tarde tocaron a su puerta.
Cuando salió eran tres pandilleros armados y uno le entregó un celular con una llamada del penal exigiéndole 300 dólares o que de lo contrario matarían a un familiar. “A veces ni reunir lo que me pedían podía. Mi hermana me daba para darles y yo les decía que solo eso había recogido. Me dijeron que necesitaban 300 dólares, si no mataban a mi hija”, comentó. A Leonor le tocó pagar la extorsión. Hacer una denuncia a la policía local no era una opción. “Deberían dejar el régimen para siempre”, expresó.
Un día normal antes del régimen
“Lo común era que al pasar de la entrada principal estaba un grupo de “muchachos”. Siempre se mantenían alrededor de 3 o 4. A la siguiente cuadra había otro grupo y así en cuadra”, comenta Pablo (nombre ficticio). Mientras Pablo camina a su casa, pareciera tener aún en su mente imágenes de los pandilleros vigilando en las esquinas. “Cuando ellos estaban, se ausentaba la policía, y cuando la policía venía se ausentaba ellos”, explicó y lo comparó con el juego del gato y el ratón.
Antes del régimen, si no se vivía en el lugar, una visita tenía que esperar en la entrada donde hay un puesto de la PNC para esperar a un familiar que fuera a recogerlo. En el primer retén que mantenían los pandilleros se tenía que dejar una “colaboración” de cinco dólares acompañada de revisión del DUI y de piel por tatuajes. Si algo no les parecía, llevaban a la visita “para allá arriba”, es decir, al polígono 50, donde hay tres casas desmanteladas y que eran usadas para desnudar y golpear a quien los pandilleros desearan.
Los pobladores aseguran que la PNC ha realizado capturas masivas de pandilleros reconocidos, colaboradores, expandilleros, directivos de la Adesco e incluso personas que su único delito era consumir alcohol. Otros huyeron por las milpas que en las faldas del volcán de San Salvador que domina el paisaje. “He visto la diferencia de antes y ahora en esta colonia, por mí que se mantuviera el régimen, eran bien crueles, eran bien sanguinarios”, dice uno de los entrevistados.
El Diario de Hoy buscó la versión oficial de la PNC, pero en una primera visita no se encontraba ni el policía de guardia. En una segunda ocasión dijeron que no estaban autorizados para dar información.