En el distrito de San Carlos, Morazán Sur, se encuentra un complejo de ruinas. Está hecho de ladrillo y rocas de diferentes tamaños unidas por un mortero a base de cal; el método constructivo delata su antigüedad.
Los restos del edificio más dominante tienen una torre con arcos y algunas paredes están abrazadas por las raíces de amates que crecen en ellas. Por todo el alrededor hay esparcidos restos de estructuras de estanques, calderos, tuberías y maquinaria antigua.
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Este fue un sitio conocido internacionalmente como el "Complejo de minas Los Encuentros", donde se extrajo por décadas oro y plata y es parte de la historia del desarrollo industrial de El Salvador, pero también de la historia de la corrupción de políticos que buscaron beneficiarse de las concesiones extranjeras sin importar el daño ambiental y humano que causó.
Las minas El Divisadero eran de las más importantes de la franja minera de oriente; la parte más extensa la abarcaba Los Encuentros y estaba formada por alrededor de 12 excavaciones en Morazán, San Miguel y La Unión, tales como Barrios, Coroza, Rosario, Quebracho, las cuales se desprendían en muchas más.
De este gran laberinto de túneles y fosas solamente quedan sus vestigios. Algunas entradas fueron sepultadas, otras son de difícil acceso. Pero para José Felipe Benítez, un lugareño, son parte de su vida desde niño.
El abuelo de José Benítez fue uno de los mineros que trabajó en el complejo, en el área conocida como "Los Calderos", donde se hacía la lixiviación a base de cianuro para separar el oro y la plata de la roca en que se encuentran escondidos. José Benítez solamente recuerda las historias de su abuelo porque se las contaba su padre, quien lo llevó por primera vez a conocer las instalaciones de lo que una vez fue la famosa mina.
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"Acá vertían lo que extraían de las montañas, luego otras personas lo cargaban y lo llevaban hasta la chimenea", recuerda José Benítez mientras señala con su corvo las ruinas. Parte de esa chimenea metálica aún sigue en pie y es grande.
Complejo de minas Los Encuentros
Gracias a la tesis realizada en el año 2018 por el académico y arqueólogo Jorge Francisco Alvarado Hernández, se obtuvo información sobre los orígenes de la mina. Alvarado Hernández plantea la importancia histórica y el valor que representan los vestigios industriales de esta mina.
Se tiene registro que en el lugar se empezó a extraer oro y plata alrededor del año 1780, pasando por distintas manos, principalmente extranjeras. Uno de sus dueños fue el general Gerardo Barrios, hasta que en 1857 el complejo fue adquirido por la "Societé Francaise des Mines du Salvador" ("Sociedad Francesa de Minas de El Salvador"), cuyo director fue Félix Charlaix, quien fue asesor del gobierno para crear el "Código de minería".
El cual, según el historiador Héctor Lindo, se redactó para favorecer a las personas en el poder y a las mineras; se aprobó en tiempo récord por una Asamblea Legislativa que no estudió ni discutió el código, lo que permitió que las compañías extranjeras no pagaran impuestos, contaminaran con cianuro los ríos y se libraran de cargos penales por uno de los accidentes laborales más letales de principios del siglo XX.

Entre los años 1876–1877, Los Encuentros produjo alrededor de 1,416 kilos de plata y dos kilos de oro. En esos años, se consideraba que la explotación de la mina Tabanco y el complejo Los Encuentros eran las más regulares y bien organizadas de Centroamérica. Anualmente, se procesaban más de 1900 toneladas de mineral y en el proceso se empleaban cerca de 400 hombres y niños, ya que el trabajo infantil era algo común en el siglo XIX.
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Durante esta época, la tecnología usada era muy artesanal y dependía mucho de la fuerza de la fuerza manual de los obreros. La apertura de minas dio origen a la colonización de estos territorios alrededor de San Francisco Gotera, o aumento la población ya existente. Esto generó un movimiento migratorio hacia las zonas que proporcionaban trabajo, lo cual desencadenó el surgimiento de nuevos poblados y asentamientos.
Robert Graham Dunlop, miembro del Parlamento del Alto Canadá que estuvo en el país durante tres años alrededor de 1847, menciona en su libro "Travels in Central America", que en El Salvador se encontraban algunas de las minas que producían el metal más maleable y puro que cualquiera que se pudiera importar de Europa.
A pesar del gran éxito que tenía Los Encuentros, el difícil transporte de maquinaria desde el puerto hasta la zona de explotación limitó el desarrollo industrial de este rubro y sus primeros intentos de modernizarse fueron truncados, lo que minimizó el impacto que esta pudo haber tenido en el siglo XIX.

Los trabajos en las excavaciones eran artesanales, el agua necesaria para drenar los minerales se llevaba a la mina en bolsas de cuero que los trabajadores cargaban en sus espaldas para verterla en la roca. Estas bolsas eran llamadas zurrones. Las jornadas de trabajo eran de 12 horas.
Un giro en la afectividad de las minas en el oriente ocurrió a finales del mismo siglo XIX y principios del siglo XX con la inauguración del puerto de Cutuco en La Unión. Este permitía a los barcos desembarcar en el muelle maquinaria pesada para una industria más formal y mejor administrada.
Para 1914, Los Encuentros fue comprada por la Butters Divisadero Company, cuyo dueño, el estadounidense Charles Butters, también poseía otras minas en Morazán y La Unión, las cuales eran: Butters Silver Mines, Butters Divisadero Company, Potosi Mining Company y San Sebastián Mining Company.
Deterioro ambiental y corrupción
El 8 de agosto de 1912, un grupo de 49 habitantes de Santa Rosa de Lima enviaron una carta de protesta al entonces presidente Manuel Enrique Araujo para denunciar a las empresas Butters Salvador Mines y Macay Pullinger Company envenenaban con cianuro los ríos de La Unión, los cuales eran esenciales para la producción agrícola y ganadera. El río San Sebastián sigue siendo contaminado en la actualidad por la mina de Butters.
"La cianuración ha arruinado totalmente los únicos dos ríos de esta jurisdicción: el de Santa Rosa y el de Agua Caliente, donde las empresas arrojan el cianuro que les sirve en el procedimiento químico para la extracción del oro", expresaban los lugareños en la carta. Además, denunciaron estar en una grave situación económica por las pérdidas incalculables en su producción anual agrícola.
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Adicionalmente, reclamaron que todos los gobiernos desde 1898 hasta 1903 miraron con indiferencia sus demandas, cediendo ante la compañía minera de San Sebastián debido a que las exportaciones que producía representaban alrededor del 15.18% del total, mayor que las exportaciones de azúcar, siendo superado solamente por el café con un porcentaje de 78.46%.
Incluso para el año 1881, el gobierno a través de la Asamblea Nacional, aprobó ayudar a las alcaldías con 4 reales anuales por cada trabajador que se inscribiera en el Registro de Minas, por lo que la cantidad de beneficios otorgados a los mineros por parte del Estado salvadoreño eran muchos, además de múltiples reducciones a los impuestos a las empresas explotadoras de los minerales.

Tres años después de esta carta, ocurrió un gran incendio en el complejo de minas El Divisadero, ocasionando la muerte de alrededor de 60 personas y muchos más lesionados que quedaron soterrados dentro de las excavaciones. El gobierno de Carlos Meléndez nombró una comisión para investigar el accidente, esta inculpó a dos operarios que habían sido despedidos de haber causado el incendio, escondió la cifra real de fallecidos y dejó libre de cargos a la empresa encargada de administrar el lugar.
Los trabajos de explotación minera en la zona fueron en su mayoría detenidos durante el año 1919, para finalmente tener un paro total alrededor 1923, cuando la cantidad de oro y plata que quedaba ya no hacía rentable la operación de las minas por la tecnología que había a la mano en aquella época. Ante la desaparición de las fuentes de trabajo, los pobladores empezaron a abandonar la zona.
Actualidad en Los Encuentros
Luego de pasar décadas siendo un pueblo fantasma, Los Encuentros empezó a ser repoblado hace 15 años por alrededor de 50 familias pobres que fueron reubicadas por la Alcaldía Municipal de San Carlos porque estas vivían en una zona de riesgo de inundaciones por las crecidas del cercano río Grande de San Miguel.
Una de estas familias fue la de José Felipe Benítez, quien logró obtener un terreno justo frente al camino que lleva a Los Encuentros. Él se ha impuesto la tarea de proteger el abandonado complejo minero para que nadie robe y venda como chatarra las estructuras metálicas que han sobrevivido tantos años.

Benítez cuenta que en 2015 llegaron extranjeros a la zona a buscar ayuda de lugareños para explorar las extintas minas. Él fue uno de los guías. Recorrió a pie toda la zona minera de oriente para señalar y explicar a los extranjeros qué se hacía en cada uno de los lugares. "Yo no sé qué decían, pero yo les explicaba cómo llegar y qué se iban a encontrar, ellos solo reaccionaban sorprendidos", recuerda. Estas visitas cesaron con la llegada de la prohibición de la minería en El Salvador en 2017.
Ahora, con la noticia de que se volverá a minar en el país, los lugareños esperan que se abran fuentes de trabajo, pero también temen por los ríos, ya que de algunos de los que había cerca solo queda el lecho seco trazado entre las montañas; sin embargo, algunas mujeres mencionaron que, si llegan trabajadores a la zona, ellas les ofrecerán comida a un módico precio, puesto que de alguna manera hay que ganar dinero.
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