PRIMERA ENTREGA: Los jóvenes emigran atemorizados por "el país más cool"
Cuando vivían en El Salvador, tenían miedo porque su juventud y los tatuajes artísticos en su cuerpo los volvían blanco del acoso policial. Ahora, aunque se sienten tranquilos en EE. UU., muchas miradas se posan en ellos, por los grilletes que llevan en sus tobillos.
Dicen que los asocian con delincuentes, cuando la causa es que son una pareja de inmigrantes ilegales, que busca una oportunidad en Estados Unidos para seguir unidos como familia, criando a su hijo.
"Piensan que somos delincuentes o que por otra cosa nos los han puesto o hemos hecho algún delito o algo", explica este muchacho salvadoreño, cuya edad no pasa de 26 años y que hasta septiembre pasado tenía estabilidad económica como comerciante y dueño de un bar.
Su pareja, una joven mujer y madre, reflexiona diciendo: "Preferimos mil veces estar lejos, pero estar tranquilos. Aquí he visto mucha gente tatuada. La verdad es que aquí investigan de verdad, no es solo ir a agarrar (gente), solo por llenar estadísticas (...) y detienen a los que no tienen nada que ver".
El comentario de ella nace de sus últimos meses en El Salvador. "Es bastante difícil porque al salir y estar con ese miedo de que algún policía pueda intentar, como atacarnos, sólo por el simple hecho de tener tatuajes. O salir y ver un policía y ponerse a pensar 'ya me van a detener para revisarme'; y encontrar otro (policía) más adelante y otra vez lo mismo. No se puede circular tranquilamente de una manera adecuada. Y que hayan quitado los derechos de tener un abogado, hay mucha gente inocente que está detenida. Lo van a seguir haciendo. Es bastante difícil y duro porque la misma gente se pone a decir 'son pandilleros porque están tatuados', y no, son tatuajes artísticos. O sea, eso es libertad de expresión, no es porque uno tenga que ver con pandillas", describe lo que vivió en su país natal.
La decisión de salir de El Salvador la tomaron en un lapso de tres días; una decisión complicada, dura, que involucró dejar atrás su estabilidad económica y su familia.
"Mi mamá nos dio el apoyo porque estaba viendo el caso y así se estaba poniendo más feo. Me dijo que si esto pasaba ahora, después iba a ser peor, que el niño iba a crecer e iba a ver todo eso. Imagínese me metían preso, o la metían presa a ella, el niño con quién iba a quedar, lo iban a dar en adopción, iba a ser peor o nos pasaba algo a los tres", reflexiona el joven papá.
Con ese escenario emigraron, junto a otros connacionales, guiados por un traficante de personas, o "coyote". En un lapso de tres días, la pareja organizó su viaje.
"Contactamos a alguien que nos dijeron que era una persona confiable, que no le iba a pasar nada al niño, mucho menos a nosotros. Y de la noche a la mañana, dijimos sí, vamos al viaje. Ellos se encargaron de todo, no caminamos, todo fue bajo vehículos. Sí vimos bastante corrupción dentro de Guatemala y México, y sí es un camino bastante peligroso para las personas que vienen independientes, sin un 'coyote', es bastante peligroso".
Los jóvenes padres narran que en el grupo con el que viajaron había bastantes salvadoreños, incluida una mujer embarazada.
"Muchos de los que venían con nosotros, no eran amigos, pero sí conocidos de lejos. Creería que la mitad o más de la mitad de los que venían con nosotros venían huyendo de allá por la misma razón; no era por problemas económicos, porque todos tenían sus vidas, tenían trabajo, tenían sus familias, pero era por el mismo miedo a que el día de mañana, pues los van a detener, y pues, quién sabe cuándo salgan. Al hermano de la persona que nos está ayudando aquí (Estados Unidos), lo detuvieron hace 3 años, no tiene tatuajes, no está en pandillas y lo detuvieron sólo porque sí. No tenía derecho de abogado y no saben nada de él", cuenta la joven madre.
El pasado 13 de septiembre, la pareja salvadoreña expuso a la autoridades estadounidenses de Migración su situación, por lo que fueron llevados a un albergue, donde permanecieron un día. Al día siguiente, les colocaron grilletes electrónicos y recibieron el permiso de quedarse, mientras su caso sigue el proceso legal.
"Sólo nos dijeron que podíamos quedarnos en el país. Y teníamos que presentarnos a corte, por eso es que estamos aquí", dice el joven padre, quien añade: "Sentí un alivio que nos íbamos a quedar aquí (EE.UU.). Y prefiero andar esto (grillete) a que me metan preso allá (El Salvador) y me quiten el niño".
El reto actual es duro, aunque han encontrado apoyo en otros paisanos. Ahora viven en una pequeña habitación, en la casa de una familia que entiende su situación.
Esos primeros días, con su nueva realidad, han sido "duros, porque nosotros no tenemos familia aquí. A nosotros un amigo de ella nos acogió, nos tuvo como tres días. De los ahorros que teníamos allá, pues trajimos y ya de eso pudimos pagar un cuartito. Me ha costado conseguir trabajo porque nos han puesto grilletes y como así no aceptan y no tengo papeles de trabajo, he estado buscando y pues nos ha costado. Más que todo porque tenemos el niño, los gastos de pamper, leche y comida", expone el joven papá, quien al momento de la entrevista tenía varios días de no poder laborar y sus oportunidades se reducen, cuando los contratistas le miran el grillete.
"Por lo mismo del grillete, no quieren tener problemas las demás personas", explica el salvadoreño, quien trata de ocultar la pulsera electrónica usando pantalones más grandes; aunque ese intento pocas veces tiene éxito.
Con sinceridad, el muchacho dice: "Es muy duro. Es como volver a empezar"; pero a pesar de esa dura situación, al menos "no tenemos a alguien encima que nos está viendo 24 horas como en El Salvador, que nos andaban acosando, nos andaban diciendo cosas o amenazando; para comenzar aquí y ahora, tenemos que trabajar duro".
Cuando dice "duro" se refiere a esas jornadas que pueden ser de 10 horas o más en la construcción, laborando de lunes a domingo, en donde puede ganar en promedio $17.50 por hora. Pero este tipo de trabajo no es continuo.
"No he tenido más trabajo. Hemos ido a restaurantes y nos ven el grillete y dicen que no podemos trabajar. Ahí porque el amigo de ella me consiguió ese trabajo de construcción; el muchacho no quería primero porque era un problema para él", pero al final le dio la oportunidad de trabajar en la obra, narra el papá.
En el caso de ella, encontrar un empleo se vuelve más complicado porque tienen un niño pequeño y aún están acoplándose a su nueva vida. Además no tienen parientes en Estados Unidos.
"Todavía no tenemos las condiciones porque nos estamos adaptando y estoy buscando un trabajo de noche, y para ella uno de día, para poder cuidar al niño", dice el papá.
Con un niño pequeño, el reto también es en cuanto a la alimentación.
"La verdad es bien difícil, porque allá ya teníamos nuestra rutina, nuestras costumbres y aquí ha venido a ser totalmente distinto, pero tratamos. Hasta la comida es diferente, pero tratamos de buscar algunas tiendas salvadoreñas para comer, aunque sea un poquito similar a lo que comíamos allá y así vamos tratando de adaptarnos poco a poco, no es fácil… pero pues a estar allá y estar con ese miedo…", comenta ella, como argumento para enfrentar su situación actual.
*Investigación realizada por Evelyn Chacón y Jessica Orellana
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