Todo está aquí, desde el clima hasta el grito del comerciante salvadoreño invitando al cliente, pasando por el infaltable olor a las pupusas y casi todo los productos que se ofrecen en los mercados de la tierra cuscatleca.
Todo está aquí en esta larga calle de Los Ángeles, California, llamada Corredor Salvadoreño; todo, excepto los familiares que dejaron en sus ciudades natales y el sinfín de recuerdos de ese tiempo.
José Pedro Gallegos, a viva voz y como prueba de su buena condición pulmonar, recita una casi interminable oración que describe mucho de lo que los comerciantes ofrecen: "…tenemos camisas, sandalias, chamarras, suéteres, guarisamas, corvos, cumas, azadones, palas, piocha, ¡vengase! ¿Qué le damos? Casi regalado, aproveche, en la Vermont y la Once estamos…" expresa, solo por citar un fragmento de su extensa y acelerada descripción.
Con 27 años de vivir en Estados Unidos y los últimos cinco de ellos trabajando en un local de la zona del extenso Corredor Salvadoreño, José Pedro añade sazón a su invitación a los clientes diciendo: "Aquí en Los Ángeles California, hablamos 'spanish', coreano, filipino, francés, portugués, venga pásele"... Aunque en cierta forma su comentario refleja la diversidad de culturas que viven en esa ciudad, también es cierto que las zonas donde viven o comercian los latinos las conversaciones surgen naturalmente en español.
A uno de los extremos donde inicia la hilera de puestos que exhiben la cultura y los ingredientes de la gastronomía salvadoreña está el puesto de Isabel García, quien lleva casi seis años comerciando entre sus paisanos. Ella llegó ahí incentivada al ver que a su hija le iba muy bien vendiendo los fines de semana, que es cuando se dan cita los comerciantes; además, porque le hizo recordar su tiempos en El Salvador, cuando tenía una tienda.
"Vi que mi hija empezó a vender juguitos de naranja y le digo yo: 'a pues voy a ir con vos a vender algo' ; entonces compré una docena de camisitas, de ahí más, hoy tengo muchas cosas y no sé ni cómo lo hice, gracias a Dios", dice con sencillez Isabel, en cuyo local se exhiben una variedad de camisas, gorros y delantales alusivos a El Salvador.
Algunas de esas prendas se fabrican en Los Ángeles y en otros casos se las llevan desde tierra cuscatleca.
Y como toda zona comercial con ambiente salvadoreño, los regateos de precios no pueden faltar antes de llegar al pago del producto, que en esos lares se puede hacer en efectivo o a través de transacciones electrónicas. Lo importante es no dejar ir al cliente.
Y tan infaltable como el regateo de los clientes es la pregunta: "¿es de El Salvador?", una consulta que se usa a la hora de adquirir quesos, pan dulce, frijoles y hasta mariscos o cangrejos.
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Si alguno de los clientes aún tiene duda del origen, por ejemplo del lácteo que va a comprar, por supuesto que los comerciantes están dispuestos a dar "la prueba".
Todo ese ambiente hace olvidar que en realidad la tierra cuscatleca está a más de 4,700 kilómetros de distancia.
Ni los mangos, ni la flor de izote se extrañan; eso sí, los precios van acorde a la ciudad donde se venden.
En el puesto de Natalia Sibrián, la flor de izote cuelga en los contornos, sobre grandes canastos que exhiben frutas, granos básicos, quesadillas y lácteos.
Natalia tiene muchos recuerdos sobre el inicio del Corredor Salvadoreño, en la calle 11th y avenida Vermont; un espacio donde se han dado cita desde hace 30 años comerciantes salvadoreños, pero algunas publicaciones reportan un auge de los locales a partir de 2016.
El día que se colocó el rótulo de Corredor Salvadoreño hubo fiesta, recuerda Natalia. Antes de la pandemia, su negocio era de comida y se llamaba Flor de Izote, pero las circunstancias le hicieron cambiar de productos; aunque aún conserva el nombre de su puesto, en honor a la flor nacional.
A varios metros de distancia del local de Natalia está su hermana Ángela Barrientos, quien tiene 40 años de ser parte de la comunidad de comerciantes del famoso y popular Corredor Salvadoreño.
En esos inicios, Ángela recuerda que solo eran como 10 los que se acercaban a vender ahí. Ella llegó a ese lugar porque se lo recomendaron, porque ahí sí se vendía.
"Entonces fui haciendo tamales pisque, de pollo, de elote, me vine para acá y aquí sí se vendía, y así fue creciendo el negocio", recuerda.
Aunque hoy en día la oferta y la cantidad de comerciantes es grande, Ángela tiene una clientela que siempre la busca, tanto en su local como a través de las redes sociales, donde anuncia sus productos.
Al otro extremo del corredor se encuentra la oferta de mariscos y cocteles, que van desde los tradicionales de camarón o conchas hasta los de "huevos de toro"; estos últimos, con una gran demanda.
Los populares platillos atraen a comensales centroamericanos, y muestra de ellos son las banderas de varios de los países de esa región que se lucen en uno de los puestos.
Cada fin de semana, esta zona hace que los clientes y los comerciantes se sientan en su país natal, ya sea vendiendo o comiendo pupusas, yuca, riguas, minutas, charamuscas; es decir, las comidas más populares, compartiendo al muy estilo salvadoreño en familia, amigos y compañeros; caminado apretadito entre las hileras de ventas a ambos extremos de la acera y los paisanos que van y vienen.
Y en ese trajín es posible encontrarse una cara conocida, que obliga a la pregunta "¿y usted de qué parte de El Salvador es?". Y tras recordar los tiempos en que vivieron en el mismo pueblo, es posible reducir más la nostalgia por el país.
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