“Chepe” Ruiz, un salvadoreño con ímpetu inquebrantable, pasó por momentos difíciles años atrás, pero dos décadas después de duros golpes, emprende la tarea de viajar por el mundo a bordo de su bicicleta.
Ya recorrió 20,500 kilómetros desde su comunidad, en el cantón Garita Palmera, en San Francisco Menéndez, Ahuachapán, hasta Uruguay, a dónde llegó incentivado por su hija, que había escuchado que en ese país, los extranjeros podían estudiar sin pagar un centavo.
Ella sabía que en El Salvador era una situación difícil para su padre ya que por ser de escasos recursos económicos no podía cumplir su deseo de cursar una carrera universitaria.
A Chepe lo tocaron muchas adversidades: la pobreza, tener que huir a otro país debido a la guerra que vivió El Salvador, retornar de Estados Unidos donde residió por un año, el desamor, convertirse en padre soltero muy joven, y el deseo de no querer vivir.
Pero su vida ha cambiado radicalmente al punto que hace unas semanas, recorrió en bicicleta, más de 900 kilómetros en varios países europeos, donde estuvo de vacaciones.
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Fue su segunda experiencia grande pedaleando.
El cambio de actitud de Chepe Ruiz, como es conocido, incluso lo ha llevado a escribir dos libros que relatan su primera travesía. Está en proceso de un tercer libro.
Esto como un homenaje ya que un familiar le regaló la novela del español Miguel de Cervantes Saavedra, don Quijote de la Mancha.
Ese fue el primer libro que leyó en su vida; el que le abrió la mente para querer hacer cosas diferentes, el que le permitió eliminar el pensamiento suicida.
La historia
José Gabriel Ruiz, como es su nombre completo, tenía apenas tres años cuando tuvo que refugiarse, junto a su familia, en Guatemala con la finalidad de escapar de la guerra civil que atravesaba El Salvador en ese entonces.
Vivió en carpas que habían sido instaladas en el parque de Esquipulas, en el vecino país.
Creció escuchando sobre las costumbres que tenía El Salvador, lo que sembró el deseo de querer regresar algún día para vivir de primera mano esas historias que relataban sus parientes.
Cuando cumplió los 18 años, viajó a El Salvador para sacar su cédula de identidad y fue el primer contacto directo que tuvo con el caos de ese entonces y el optimismo de su gente.
La espina estaba sembrada para regresar algún día; sin embargo, el destino hizo que se convirtiera en padre muy joven y tiempo después optó por migrar hacia Estados Unidos, donde vivió por un año.
A los pocos meses que había llegado al país norteamericano, la madre de su hija le comunicó que su relación ya no podía continuar.
Eso obligó a que tomara la decisión de regresar a Guatemala para hacerse cargo de su hija.
Con 21 años, tuvo que tomar una responsabilidad para lo cual no estaba preparado.
“Lo que sentí era que necesitaba un cambio geográfico y me fui, por primera vez con mi hija, a conocer El Salvador. Y comencé a sumergirme en la gente, en su forma de hablar, en las comidas, y a darme cuenta de lo que somos como pueblo. Yo no pude estudiar porque de pequeño tuve que trabajar; entonces tenía una crisis emocional al verme padre soltero. Un fin de semana dije ‘voy a ir enamorando a la muerte de a poquito’. Colgué el lazo donde amarraba la hamaca y dije, ‘un día de estos se va a acabar; el mundo es tan áspero que no puedo tragármelo’. Me sentía feo, despreciado, miserable. Todo lo negativo que el exterior me hacía sentir, lo había creído”, relató el salvadoreño, de 42 años.
Pero un día, en el 2004, un tío le regaló la novela de Don Quijote de la Mancha que refleja a “un viejo loco” que se va por el mundo para vencer sus miedos a través de una serie de aventuras.
Entonces “dije ‘no quiero ser un Chepe común, no quiero llegar a los 60 años y decir ahora quiero jubilarme para comenzar a vivir, cuando ya estoy enfermo’. Fue eso mi faro y comencé a estudiar, a leer más libros y más libros. Eso de manera empírica me comenzó a dar ideas, sentirme más capaz, a darme cuenta que el conocimiento saca de la multitud, da tu propia identidad, tu dignidad”, contó vía telefónica.
Su hija fue creciendo y junto a ese proceso, Chepe comenzó a estudiar diferentes diplomados, como de antropología, e inició a invitar a extranjeros para que se quedaran en su humilde vivienda para aprender la forma de cómo ellos viajaban.
A la par llevaba la lectura de libros que compraba en el parque Hula Hula o que le pedía a las personas que le regalaran.
Cuando su hija tenía 14 años, viajaron a la isla de Ometepe, en Nicaragua, donde él quería estudiar sobre las raíces indígenas.
Leyendo periódicos, su hija encontró en uno de ellos información que le resultó valiosa: en Uruguay los extranjeros pueden estudiar gratis.
“Ella es ambiciosa al conocimiento” y le planteó a su padre que de regalo de 15 años lo que quería era que se fueran a vivir a dicho país sudamericano.
“En Nicaragua o El Salvador va a ser difícil (proporcionarle una carrera universitaria). Yo no soy ni proletario, siempre estuve sobreviviendo. Ese deseo, como soy papá soltero, se me ensartó tanto en el corazón y dije ‘lo voy hacer’”, contó el ahuachapaneco.
Se regresó a El Salvador y el 14 de enero de 2018 salió de Garita Palmera para cumplir el sueño de su hija; cuatro días después, estaba cruzando la frontera con Nicaragua para buscar establecerse en Uruguay.
Su única compañía fue su bicicleta, $40 y el deseo de querer darle un mejor futuro a su hija.
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“Este era el verdadero propósito”, reconoció.
La travesía pedaleando duró dos años; tiempo en el que le tocó, incluso, comer de la basura para subsistir.
Fueron 20,500 kilómetros los que recorrió en bicicleta hacia Sudamérica. Se fue sólo para lograr establecerse y posteriormente llegó su hija, gracias a la ayuda de muchas personas para la compra del vuelo.
El 15 de abril pasado, Chepe Ruiz inició otra aventura, aunque en esta ocasión en condiciones muy diferentes a su primera travesía.
Esa fecha llegó a Holanda de donde realizó un recorrido hasta París, Francia. Pedaleó, hasta el 9 de mayo, por más de 900 kilómetros.
“Cuando llegué a París pensé que somos capaces de todo, que no nos tenemos que limitar a creer que somos tercermundistas, que somos de un país chiquito. El viaje a Europa fue diferente. El viaje a Latinoamérica fue como ‘kamikaze’, sin dinero, un experimento. El viaje a Europa fue un poco más de curiosidad; todo fue en bicicleta”, recapacitó.
El salvadoreño pretende realizar un tercer viaje; pero esta vez que dure un año. El destino previsto es África, Mongolia, y Nepal, entre otros.
Fabiola, de 21 años, también cumplió su sueño. Estudia segundo año de medicina y su deseo es ser pediatra.