Los padecimientos o trastornos mentales son una realidad y tratarlos es un deber de todos, tanto del sistema de salud como de la sociedad. Así lo establece la Ley de Salud Mental.
Mientras cada vez más salvadoreños buscan una forma de tratarse deben luchar contra los estigmas de lo que implica buscar ayuda psicológica, pese a que durante la pospandemia, el tema de la salud mental ha tomado espacios tanto en los medios de comunicación, entre la sociedad y las redes sociales.
Guillermo Quintanilla es un joven de 24 años, paciente psiquiátrico con trastorno de bipolaridad con ansiedad crónica, depresión y síntomas de adicción. Él relata que el origen de su padecimiento fue un accidente en motocicleta que ocurrió cuando tenía ocho años junto a un familiar, en ese tiempo el médico recomendó que al crecer se le practicaran exámenes para constatar que no hubo secuelas.
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Pero dolores de cabeza, alucinaciones y mareos que culminaron en un desmayo a la edad de 15 años dieron la alarma de que el golpe había dejado secuelas. En el Hospital Nacional Psiquiátrico Dr. José Molina Martínez hubo una discusión de si su padecimiento era físico o mental; se le practicaron exámenes donde se determinó parte de su diagnóstico de bipolaridad; los cambios de ánimo y el constante cansancio ya eran recurrentes para Guillermo en ese entonces. Continuar estudiando se volvió un reto para el hasta este momento.
“Es difícil vivir así, la gente cree que uno exagera, que miente, que quiere llamar la atención, pero todo lo que uno siente en ese momento lo lleva a uno a ya no querer vivir”, expresa. Guillermo intentó suicidarse por primera vez a los 17 años con una sobredosis de medicamentos, tras lo cual desarrolló indicios de adicción. Desde entonces ha sufrido recurrentes crisis.
Quintanilla se describe como un joven alegre, que disfruta convivir con sus familiares, amigos y que quiere terminar sus estudios universitarios para poder desenvolverse como profesional en su carrera y ser un apoyo económico para su familia. “Mi sueño es ayudarle a mi mamá y a mi familia, quisiera viajar y trabajar en Estados Unidos”, dice.
Él tiene una historia similar a la de varios jóvenes salvadoreños, que han nacido en una zona populosa y han sufrido desintegración familiar, su padre vive en EE.UU desde que él era un bebé y nunca ha tenido comunicación con él; fue criado por sus abuelos paternos, a quienes reconoce como un pilar importante en su tratamiento.
Su abuela, Blanca de Villatoro, está pendiente siempre de él y de la dosis exacta de sus medicamentos. “Si se las dejo todas, se duerme y no vuelve a despertar”, dice ella, en medio de la entrevista a Guillermo en el hogar, que comparten junto a Salomón, el abuelo del joven. “La vida se ve diferente cuando uno atenta contra ella”, dice Guillermo, quien tuvo la sexta crisis durante el 2020 mientras el mundo estaba en confinamiento. El paciente afirma que el estrés es su peor enemigo, y que la ansiedad y la creación de escenarios catastróficos que fue lo que en esa ocasión lo arrastraron.
“Memo”, como es llamado cariñosamente por su familia, continúa en tratamiento, mientras disfruta de la música rap; sus favoritos son Cancerbero y Santa Fe Klan. También ha tomado como uno de sus mayores hobbies y forma de ingreso a la fotografía. “Para mí la fotografía es una catarsis para expresarme y liberar tensión”.
Graciela : “Nadie te entiende como las personas que lo viven”
Graciela Barrera es una joven de 24 años originaria de Santa Ana. Ella relata cómo durante la pandemia inició su lucha contra la depresión ansiosa. “Yo me sentía mal, me quería morir”, dice. Su declive de salud mental se reflejó en un inicio con dolores de cabeza y padecimientos de colon.
Graciela afirma que previo a la pandemia había asistido a terapia con un psicólogo, pero ella no consideraba que la situación era grave; sin embargo, durante la pandemia quedó aislada en Colombia, cuando estaba en un intercambio estudiantil que obtuvo a través de la universidad donde estaba estudiando. “Eso me afectó mucho, porque estaba en otro país, sola”, explica.
A su regreso, luego de varios meses, a sus malestares se fueron sumando la falta de sueño y ataques de ansiedad. “En ese momento no sabía cómo nombrar lo que me pasaba, me despertaba con una palpitaciones aceleradas que pasaban de 60 a 138 latidos por minuto; además tenía una tristeza profunda que no me permitía hacer nada”, relata. Los síntomas de que era algo mental los detectó primero su madre, quien también ha sido tratada por depresión.
En El Salvador, según la Encuesta Nacional de Salud Mental 2022, presentada en marzo pasado, el 28.4 de adolescentes entre 13 y 17 años tiene un elevada presencia de síntomas relacionados con el trastorno de depresión.
Graciela describe la tristeza profunda con esa incapacidad que el cuerpo expresa de no querer levantarse si quiera de la cama, comer o realizar cualquier actividad y tener energía, el llanto era constante.
La joven cree, al igual que Guillermo, que los padecimientos afectan a las personas en su desarrollo personal, en sus proyectos de vida para cumplir metas y sueños. “Creo que cuando eres una persona con depresión tenés muchas inseguridades, te afecta mucho en la autoestima y es lamentable que tratarse aún es un privilegio”, explica.
Barrera afirma que gracias a sus papás pudo acceder a asistencia privada para tener un diagnóstico rápido. “Después de unos exámenes se dieron cuenta de que lo mío podría venir de lo mental. Al iniciar mi tratamiento en psiquiatría me diagnosticaron depresión ansiosa”. Así ella comenzó un tratamiento para poder elevar en su cerebro la producción de serotonina, pues la falta de esta hormona provocaba su malestar, pero también debía tratar sucesos que marcaron durante su crecimiento y el trauma que conllevó vivir la cuarentena lejos de su familia.
Graciela relató cómo este padecimiento llegó en el momento más importante de su vida, justo cuando estaba por culminar su carrera universitaria. “Estaba cursando mi quinto año, realmente agradezco a mis compañeros que me apoyaron durante ese tiempo, sin ellos no hubiera podido graduarme”, expresa Graciela. Ella dice que el día que egresó ha quedado más plasmado en su memoria que su graduación, debido al significado emocional de ese momento.
Según Barrera, su depresión le ha puesto muchos obstáculos, incluso la llevó hasta sufrir pensamientos suicidas. “Cuando uno se quiere morir es una cuestión de ese día de querer hacerlo y no esperar meses para poder mejorar… Las ideas suicidas durante este estado también son muy concurrentes”, explica.
Sin embargo, la paciente enfatiza que recuperarse ha sido un privilegio que con el tiempo se vuelve insostenible por el precio de las consultas que rondan los $50 en el sistema privado y el costo de las medicinas que pueden llegar hasta $100.
Graciela actualmente lucha por tratar su padecimiento en el sistema público, por lo que ha tenido que esperar alrededor de tres meses para lograr consulta y ser atendida. “Uno a veces no quiere esperar tanto para mejorar”, expresa.
Barrera afirma que conoce a más personas que pasan por una situación parecida a la de ella y cree que gran parte de la razón es porque el sistema no garantiza los derechos ciudadanos.
“Para tener una buena salud mental también se debe tener bien cubiertos los servicios básicos ejemplo vivienda digna, servicios básicos, una familia completa, por ejemplo; y creo que nuestra sociedad cada vez refleja más el abandono a la salud mental”.
La paciente opina que es importante que el Estado tome cartas en el asunto en este tema y que se creen espacios sobre salud mental, que las personas aprendan hacer consientes de cómo está su estado de salud emocional, además que sea más accesibles y libre de estigmas la atención psicológica.
“El hecho de hablarlo con personas que lo han padecido me ha ayudado mucho para poder superar esto. Nadie te entiende tanto como las personas que lo viven; también podcast sobre estos temas, la música y leer igualmente tener un espacio para decir cómo me siento y practicar los ejercicios de ansiedad que mi terapeuta me ha enseñado me ha ayudado a salir adelante”, expresó.
En el país, la encuesta de salud mental mostró que el nivel de prevalencia del riegos de suicidio en adolescentes fue de 3% en el caso de la depresión y desesperación; 3.2% en ideación, planeación y autolesión; y de 1.1% en aislamiento.
La prevalencia es una medida de frecuencia y es la proporción de individuos que presenta el factor de estudio en un momento dado.
Ambos pacientes hacen el llamado a las autoridades a que se amplíe, se mejore y se sensibilice la atención psicológica que ellos y otros pacientes reciben.
*Este reportaje ha sido elaborado por estudiantes egresados del Curso de Especialización de Periodismo Multimedia de la Universidad de El Salvador (UES) durante el año 2023.