La vida de Carlitos, de su madre y sus hermanos cambió de golpe aquella mañana del 6 de diciembre de 2020, cuando explotó una cohetería clandestina, a menos de 300 metros de donde se consumió otra cohetería ilegal el pasado domingo, 2 de abril, en la lotificación Jordán, cantón El Ranchador, departamento de Santa Ana.
Carlitos, entonces de 10 años, sufrió graves quemaduras. Otros dos niños, de 18 meses y 2 años, murieron cuando eran trasladados al hospital Bloom.
En cuestión de horas, Aracely Hernández fue informada de que su hijo sería trasladado al Shriners Hospitals for Children, en Galveston, Texas, Estados Unidos, hospital especializado en tratamientos para quemaduras. Es el mismo hospital al cual fue trasladado ayer Víctor.
Niño víctima de explosión en cohetería de Santa Ana fue llevado a hospital en Texas
Pero en el traslado del hospital Bloom hacia el aeropuerto, el personal que acompañaba al niño con ventilación asistida no se habría percatado de que se había desentubado, es decir, que no llevaba bien colocado el tubo que le suministraba el oxígeno desde hacía aproximadamente dos horas. La comitiva tuvo que regresar de emergencia al Bloom.
Aracely comenta que quien a la sazón fungía como subdirector del Bloom se le acercó y le dijo que no se preocupara, que solo habían tenido algunas complicaciones sin importancia.
Eso que Carlitos se había desentubado y que la falta de oxígeno le había afectado fatalmente el cerebro lo supo días después, en el hospital de Galveston.
Estando en ese hospital, como a los cinco días, el niño comenzó a convulsionar a cada momento. Era un caso fuera de lo común porque no es usual que las personas con quemaduras convulsionen como lo hacía Carlitos. Eso le explicaron los médicos estadounidenses a Aracely.
Luego de múltiples estudios, buscando la causa de las convulsiones, en el hospital de Galveston le informaron que “al niño se la había caído el oxígeno y que por eso convulsionaba”.
Allá le explicaron que Carlitos jamás se recuperaría de ese daño cerebral y que quedaría en estado vegetal.
A las pocas semanas, el tratamiento de las quemaduras finalizó y regresaron a El Salvador. Pero la vida de Aracely y sus demás hijos, ya no fue la misma.
Ella tuvo que dejar de trabajar para poder estar al cuidado de Carlitos día y noche y viajar constantemente al hospital Bloom o San Juan de Dios para los diversos controles médicos.
Desde entonces, Aracely se ha dedicado a vender tortillas que ella misma hace con la ayuda de su hija mayor.
Pero a pesar de que trabaja en eso desde el amanecer al anochecer, no logra cubrir los gastos que implica el cuido de Carlitos, quien es alimentado por sonda, pues no puede alimentarse por boca.
Los gastos en alimentos líquidos, en pañales desechables, toallas húmeda, sin contar las diversas medicinas, son tan elevados que no puede costearlos todos, asegura Aracely, quien comenta que han sido dos años y cuatro meses de mucho sacrificio para ella y sus otros tres hijos.
“No estoy de acuerdo que siga la pólvora”
Aracely no culpa a nadie de su tragedia, no culpa a nadie de lo que le pasó a Carlitos aquella mañana del 6 de diciembre de 2020.
Él no estaba trabajando en la cohetería que explotó, simplemente iba llegando a visitarlos, porque ahí vivían unos familiares a quienes él apreciaba mucho.
Aracely como muchos vecinos de la lotificación Jordán, saben que en esa comunidad hay muchas familias que fabrican cohetes como una manera de ganarse la vida. Muchas personas trabajan en eso también porque ven en eso un trabajo honesto.
“Allí todo mundo hace pólvora y yo no estoy diciendo que no lo hagan, pero al menos no deberían tener niños trabajando o viviendo en las casas donde hacen la pólvora”, comenta la madre de Carlitos.
“Mucha gente vive de eso, lleva el pan de cada día con ese trabajo pero al final los que salen más perjudicados son los niños”, reflexiona Aracely mientras hace tortillas junto a su hija mayor.
Y en efecto, en cuatro de por lo menos cinco explosiones o incendios registrados en los últimos cinco años en coheterías de la lotificación Jordán, la mayoría de víctimas han sido niños.
Por ejemplo, en una explosión ocurrida el 12 de mayo de 2018, resultaron quemados tres menores de edad y una adulta.
Entre los menores de edad estaba Carlos Eduardo R., de 3 años, quien sufrió quemaduras en el 70% de su cuerpo. Este niño también fue llevado al hospital de Galveston; al cabo de un tiempo, se recuperó pero su rostro y el resto de su cuerpo quedó lleno de cicatrices.
Este Carlitos se fue para Estados Unidos con unos familiares, pues a pesar de que han transcurrido casi cinco años, aún está en tratamiento en el hospital de Galveston, refieren familiares.
El 14 de mayo de 2021, hubo otra tragedia en la lotificación Jordán, cuando una mujer que guardaba materia prima para fabricar cohetes ocasionó un incendio en su casa.
Patricia Elizabeth Ayala, de 28 años, y su hijo, Ernesto G., de 2, resultaron con graves quemaduras. Ella estaba embarazada y murió pocos días después.
El niño sobrevivió y sus familiares también se lo llevaron a otro país, afirman vecinos del Jordán, a quienes también les preocupa que sigan ocurriendo tragedias.
En total, en las últimas explosiones e incendios de coheterías clandestinas en el Jordán, cinco menores de edad (incluyendo un no nacido) han muerto, y por lo menos seis han resultado con graves quemaduras.