a no cabemos allá, la familia se ha crecido” comenta mientras trabaja con Mateo y Noé, quienes le ayudan a trazar las fundaciones de su futuro nuevo hogar en su tierra natal. Con “allá” se refiere al lugar donde actualmente vive.
Saúl huyó con su familia en 2018 cruzando el río Tihuapa con pocas pertenencias. Para él partir fue duro, no solo por dejar el lugar donde nació, creció y conformó una familia, sino que también tuvo que irse sin su hijo Dagoberto y su hermano Raúl, asesinados ese mismo año.
“De mi hijo no sé nada, no lo encontré”, relata Saúl, quien se dedica a la agricultura, el mismo oficio de sus padres que fueron jornaleros. Él está seguro que su hijo lo mataron los pandilleros.
Este hombre de tez morena y cabello canoso que cubre con una gorra relata, con notoria tristeza en sus ojos, que su hijo desapareció un viernes. En la última conversación que tuvieron, él le había externado que deseaba ir a la iglesia.
Después de cinco años sigue preguntándose a donde están los restos su hijo, a quien asegura que fue asesinado por odios personales de los pandilleros, mientras que su hermano lo mataron por dinero.
El agricultor recuerda que un día de agosto los delincuentes llegaron a su casa a eso de las 5:30 de la mañana. Al parecer se habían enterado que su padre había vendido un ganado y pedían ese dinero, el cual ya había sido invertido. Entonces empezaron a golpear a su padre y hermano mientras se robaban lo que tuviera algún valor en la casa. “Se llevaron una hamaca y las cosas mejores que vieron, porque el dinero no lo encontraron”.
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A su hermano Dagoberto, que tenía 28 años de edad, lo amarraron y lo sacaron de la casa. Un tiempo después lo encontraron muerto a los pies de un amate.
Después de dos meses amenazaron a Saúl y familia. Les dieron 24 horas para salir de su casa, por lo que se fueron con lo que tenían puesto.
Su hermano Dagoberto era padre de dos niños, los cuales desde entonces han sido criados por su compañera de vida y su madre.
Pese al dolor que le recuerda este lugar, Saúl quiere volver a Córdoba. Por eso está preparando el terreno que abarcará una nueva casa que planea construir con sus propias manos. Es un terreno rodeado con árboles de anona, marañón, mango y otros frutales.
“Aquí no hay agua ni luz, pero aquí pertenezco y la tierra es buena para trabajar” explica Saúl, pues en el lugar donde huyó con su familia, la tierra es poca y poco fértil. En Córdoba, el suelo es apta para todo tipo de cultivos.
Mateo, Saúl y Noé hacen memoria de las personas que fueron asesinadas durante los días más violentos del cantón y recuerdan que fueron más de 10.