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“¡Mamá, qué fuerte eres!”: Elizabeth carga más de 2,000 libras con su carreta en La Tiendona

Elizabeth es la única mujer entre los 150 hombres de la Asociación de Carreteros Independientes La Tiendona.

Por Lissette Monterrosa | May 09, 2023- 22:16

Foto EDH/ Lissette Monterrosa

¡Tú puedes!, ¡mamá qué fuerte eres! son palabras de aliento de un niño de 5 años a su madre. Elizabeth Vásquez es quien atesora esas frases que salen del amor y la admiración que su hijo le tiene e inspiradas al verla cargar en hombros cajas de plátano que pesan entre 60 o 75 libras o llevar en la carreta enormes cargas de hortalizas.

Elizabeth es una joven madre y también la única mujer miembro de la Asociación de Carreteros Independientes de La Tiendona (ACIT).

Al grupo entró casi por casualidad o por circunstancias de la vida. Antes de eso, y ya con dos hijos, ella se había dedicado a trabajar en un comedor, vender tortillas, vender ropa, y la venta ambulante de refrescos o agua en el mercado La Tiendona.

En está última faena, aunque el esfuerzo y tiempo era mucho, las ganancias eran insuficientes para sostener el hogar y darle lo básico a su hija de tres años y de su hijo mayor de cinco.

Foto EDH/ Lissette Monterrosa

Fue en ese momento de su vida, cuando conoció a Luis, quien trabaja en La Tiendona como cargador de productos o carretonero. Con el paso del tiempo, ellos decidieron formar una nueva familia. Ella y sus hijos se trasladaron del municipio de San Martín a la comunidad Don Bosco, cerca del mercado.

Hasta antes del traslado, era la mamá de Elizabeth quien apoyaba en el cuido de los niños; pero en ese momento la abuela ya no podía hacerlo. Aunque la joven madre estaba de lleno en las labores del hogar, no abandonaba la idea de volver a trabajar.

En una ocasión , cuando los niños estaban con su papá, Elizabeth decidió acompañar a Luis a su faena de trabajo que inicia a las 2:00 de la madrugada. Ante la dinámica de esa labor, ella pensó que en aquel entorno sería un estorbo, que no era un oficio para mujer.

Pero la necesidad y el amor por los hijos pesa más que cualquier bulto del mercado.

“Al principio fue bien difícil. No tenía fuerza e inicié como ayudante. Me acuerdo que una vez me pusieron una caja de plátanos, me fui de lado. Luis me dijo ‘tienes que tener coraje’”, relata Elizabeth.

Luis, también, le propuso que se afiliara al gremio de ACIT, que le prestaría los $70. De esa forma la joven se convirtió en la primera mujer dentro de la asociación y a usar como una de sus herramientas principales una carreta que tiene un largo de tres metros con 80 centímetros.

Debido a las dimensiones de la carreta, maniobrar requiere un desarrollo de habilidades y fuerza, pues debe jalarse al interior del mercado sorteando a los compradores, vendedores, otras carreteras, vehículos; sin tirar la carga que se traslada.

Foto EDH/ Lissette Monterrosa

“Al principio me daba miedo decirle a los clientes ¿ va querer viaje?, porque yo no sabía si cargaban bastante o poquito. Mi miedo era que me dijeran cárgame y el cliente llevara un viaje grande”, relata.

Al inicio, la joven buscaba a Luis para resolver este tipo de situación, pero cuando él tenía cliente, ella debía resolver o contrataba a un ayudante, para evitar cualquier tipo de accidente, como la caída el producto.

Pero la labor del carretonero, además de la fuerza, también tiene otras habilidades, como por ejemplo el orden y forma de colocar los productos; especialmente con cargas pesadas y voluminosos.

Por ejemplo: los alimentos más sólidos se colocan abajo como repollos, cocos, zanahorias, yuca, pepino entre otras. Y encima, van las papayas, fresas, granadillas, uvas, chiles, huevos y demás.

Si los productos son mal colocados hay riesgo de que caiga de la carreta o se dañe; si esto pasa, el cargador debe pagar el producto.

También existe el riesgo de que con la carreta se golpee a una persona o a un carro; si esto ocurre el cargador responsable tendría que pagar los daños.

En una ocasión uno de los clientes de Elizabeth llevaba una carga “exagerada, era grande el viaje. Me acuerdo que esa vez que le iba a cargar, no sabía ordenar, llegue a un punto que no sabía qué hacer, sentía que la venta podía caerse, al final decidí poner a una persona que me ayudara, termine el viaje llorando, estresada”, recuerda.

La carga de ese viaje era de un aproximado de 2,000 libras y el costo del viaje era de $30 dólares.

Los carretoneros establecen el precio de sus servicios tomando en cuenta el tipo de producto, la cantidad a trasladar y la distancia del recorrido.

Foto EDH/ Lissette Monterrosa

Elizabeth atiende entre tres y cuatro clientes por día, entre las 2:30 de la madrugada y las 6:00 de la mañana, los lunes, jueves y viernes. El sábado descansa. Y los miércoles y domingo trabaja con un cliente.

El oficio que Elizabeth desempeña le demanda mucha energía física, pero también le da la facilidad de poder atender a sus hijos, pues después de las 6 de la mañana ella ejerce el rol más importante de su vida, el de madre. Cuando llega a la casa despierta a sus hijos, los baña, les viste, les da su desayuno, prepara sus loncheras y los lleva a la escuela. Aunque cuando considera que llegará tarde, es su madre quien le ayuda con los niños.

A veces, Elizabeth tiene que regresar al trabajo luego de dejar a sus hijos en la escuela.

“Estoy en este empleo porque me da la oportunidad de trabajar en la madrugada y tengo el resto del día para estar pendiente de mis hijos, hay mamás que trabajan de 8:00 de la mañana a 5:00 de la tarde, no pueden estar al cuidado de sus hijos”, explica.

En las palabras de Walter, el hijo mayor de ella, es en quien ha encontrado la motivación para continuar con su esfuerzo.

“Él me mira cargada y me dice: ‘mamá eso pesa mucho, ¡tú puedes!, ¡mamá que fuertes eres!, cuando crezca quiero ser así de fuerte como tú’. La verdad me gusta llegar a casa y ver que mis hijos se emocionan al verme”, dice la joven mujer.

Pero también hay ocasiones en que las palabras son duras, cuando le dicen “mamá no vayas a trabajar quédate conmigo esta madrugada, no te preocupes, yo te voy ayudar a trabajar cuando yo crezca un poquito más”.

Tanto las palabras, como los actos de sus hijos son atesorados por Elizabeth, como cuando Walter le dice que le hará un masaje porque llegó cansada.

Lo cual es cierto. Elizabeth confiesa que a veces el cansancio y el dolor por el esfuerzo físico la llevan a las lágrimas; es entonces cuando su hija de tres años le dice: ‘ no llores mamá, sé que estás cansada, pero no llores”.

La alarma del reloj de Elizabeth suena a las 1:40 de la madrugada, y aunque en ocasiones le cuesta levantarse, el ver a sus hijos que duermen la motiva para emprender un nuevo día de trabajo, dejando a sus hijos bajo el cuidado de su abuela materna, o de otro adulto responsable.

En un futuro Elizabeth quisiera ir a la universidad. Cuando salió de bachillerato general no continuó los estudios superiores por falta de dinero y ahora por el cuidado de sus pequeños. Le gustaría estudiar enfermería o maestra de educación básica.

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