En El Salvador, al menos 10 de cada 100 personas no saben leer ni escribir; el área más afectada es la zona rural y la población más vulnerable son las mujeres mayores de 30 años.
Estos datos fueron publicados por la última Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples de 2021 (EHPM) y revelan que para las mujeres aún es difícil el acceso a la educación.
Estos son tres testimonios de mujeres salvadoreñas que por diversas razones no pudieron aprender a leer ni escribir:
Berta Amaya de Ramos es originaria de Guaymango, en Ahuachapán, uno de los municipios con mayor índice de pobreza en el país y con una tasa de analfabetismo del 10.2% para 2021. Ella recuerda que siempre soñó con ir a la escuela y algún día convertirse en una excelente profesora, sin embargo, nunca pudo cumplir su sueño.
A diferencia de otros niños, Berta empezó su educación formal hasta que tenía 10 años, ya que al ser la hija mayor, sus padres buscaban apoyo en ella para cuidar de sus hermanos y hacer las labores domésticas.
Ella cuenta que su camino por las aulas fue corto y triste, pues al empezar sus clases aún tenía responsabilidades en su casa. Agregado a eso, aquella pequeña escuela que debió ser un refugio se convirtió en un infierno para ella, por el maltrato que ejercían los docentes contra los alumnos.
“Yo iba a estudiar por la mañana, pero al llegar a la casa tenía que ir a hacer mis labores porque como yo era la mayor, le tenía que ayudar a mi mamá”, explica Berta, y recuerda que no siempre terminaba sus tareas de la escuela por estar cansada, esto a pesar de ser consciente que al día siguiente la esperaba un severo castigo de sus maestros.
En promedio, las mujeres de diferentes edades dedican al menos 20.49 horas a la semana a realizar tareas domésticas y los hombres dedican 6.33 horas a la semana, según el informe del Bono Demográfico para el año 2019. Esta sobrecarga con las obligaciones del hogar para las mujeres y niñas, imposibilita el pleno desarrollo educativo y laboral.
Este fue uno de los factores que afectó a Berta para continuar estudiando.
“Me acuerdo que me agarraban las manos y me pegaban con las reglas, me ponían las manos en el pupitre y me hacían con la regla en los dedos. Como yo no llevaba los deberes, decía yo: ‘tiene razón la profesora que se enoje’, pero a mí me tocaba hacer tanto oficio que yo me cansaba y me iba a dormir”, cuenta.
Un día, después de tres meses de clases, Berta reunió el valor para decirle a su madre que ya no seguiría estudiando porque sus maestros la maltrataban. “Mi mamá lo que me dijo fue: ‘está bueno, ayudame a mí y ya no vayas a la escuela, aprendé oficio’, me dijo ella”. Desde entonces, Berta se dedicó a trabajar y a cuidar de su familia.
Según el informe del Bono Demográfico de Género, el 36.31% de mujeres mayores de 16 años no fue parte de la fuerza laboral del país por sus obligaciones domésticas en 2019. Al comparar este dato con el porcentaje de los hombres, que fue de 0.35%, es evidente que aún existe una marcada desigualdad en la distribución de las tareas domésticas.
Enfrentar al mundo sin saber leer ni escribir
Su vida transcurrió con la misma rutina, trabajar de forma temporal, con poca remuneración y cuidar a su familia. “Si uno no tiene estudio no puede conseguir un empleo”, dice.
Sin saber leer ni escribir, para Berta fue difícil enfrentar el mundo.
“A veces pueden estar los rótulos ahí que dicen esto vale tanto y esto otro vale tanto, pero como uno no puede leer, es lo mismo que esté el rótulo o no haya nada”
Berta Amaya
Desde muy joven tuvo que renunciar a su sueño de ser maestra y cuando era adulta también dejó pasar la posibilidad de aprender otros oficios, porque según ella, no tenía las herramientas necesarias para desenvolverse y además tampoco tenía el apoyo del que en ese momento era su esposo.
“Cuando estaba con mi esposo, yo le decía: yo quisiera ir a aprender (a coser), pero él me decía: ‘vos no podes leer, ¿para qué vas a ir?’”; esas palabras desmotivaron a Berta y la convencieron de que ella no sería capaz de aprender ningún oficio.
Algunos años después, Berta se separó de su esposo y se quedó sola con sus seis hijos, sin embargo, a pesar de no haber estudiado y de ser madre soltera, le dio, al menos, educación media a todos.
“Yo no quiero que mis hijos queden como yo, que yo no puedo nada. Yo no les deseo eso a mis hijos”
Berta Amaya
Hace algunos años, Berta aprendió a escribir algunas palabras. Se las enseñó su hija mayor, bajo un programa de alfabetización que había en la escuela del cantón donde habitan, pero a su edad, la vista le ha comenzado a fallar y considera que ya no tiene sentido aprender.
Ella nunca pudo obtener un empleo formal y, por lo tanto, tampoco tiene acceso a seguro médico o a una pensión. Esto obliga a Berta a seguir trabajando, sin importar los años que tenga o sus padecimientos de salud.