El comisionado de Derechos Humanos de El Salvador, el colombiano Andrés Guzmán, y la procuradora de Derechos Humanos, Raquel Caballero, visitaron la megacárcel de Tecoluca, San Vicente.
En cada celda de unos 100 metros cuadrados conviven de 60 a 75 reclusos que disponen de dos inodoros y dos piletas con agua corriente para el aseo, así como dos recipientes con agua para beber.
Con las manos amarradas, vistiendo como el resto de los prisioneros camiseta, pantalón corto y máscara de un blanco impecable, Nelson Velásquez dice que ya pagó dos condenas por diferentes delitos que sumaron 15 años, pero ahora aguarda un nuevo proceso.
Los pabellones del presidio tienen un techo curvo que garantiza la ventilación natural para los presos, además de tragaluces para filtrar los rayos del sol hacia un patio que separa las celdas.
La cárcel fue construida para recluir a parte de los más de 72,000 pandilleros detenidos bajo un régimen de excepción decretado en marzo de 2022 por el Congreso a petición de Bukele, como respuesta a una escalada de violencia que se cobró la vida de 87 personas en apenas tres días.
Del total de detenidos “a la fecha son un poco más de 7,000 los que han sido liberados”, informó este martes el ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro.
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Para edificar la prisión el Estado compró 166 hectáreas, 23 de las cuales fueron utilizadas para levantar ocho pabellones que se encuentran dentro de un perímetro rodeado por un muro de concreto de 11 metros de altura y 2.1 kilómetros de extensión, protegido por alambradas electrificadas.
“La comida no es suficiente”
Tras conversar con internos de diferentes celdas, la procuradora de Derechos Humanos, Raquel Caballero, dijo que los reclusos se quejaron de que falta comida.
“Se quejan que la comida no es suficiente” y “que están en ocio, no hacen nada porque pasan encerrados”, comentó Caballero a la AFP.
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El penal cuenta con comedores, salas de descanso, gimnasio y mesas de ping pong, pero solo para uso de los guardias. También hay “celdas de castigo” oscuras, sin ventanas, para sancionar a reos de mala conducta.
Hay salas para audiencias judiciales virtuales para que los presos no tengan que salir de la prisión. Tampoco pueden recibir la visita de la familiares.
Durante la visita al presidio, el comisionado Guzmán preguntó a los internos sobre su situación en las celdas y la mayoría dijo que el agua “no falta”, pero pidieron escobas y detergente para el aseo.
Un médico declaró que “a diario” se toman muestras de agua que son enviadas a laboratorio para garantizar su calidad.
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Otros presos dividen opiniones: unos dicen que reciben a tiempo crema dental, cepillos y jabón, mientras otros reclaman medicamentos para quienes padecen enfermedades terminales.
“Hay mucho, mucho, mucho más trabajo que hacer desde el punto de vista de derechos humanos por ellos, pero lo estamos haciendo bien”, dijo el comisionado Guzmán. Sostuvo que los presos “están en condiciones dignas”.
La ONG de Derechos Humanos Cristosal denunció 174 muertes de detenidos bajo custodia del Estado en diferentes reclusorios al cumplirse el primer año del régimen de excepción, al que calificó como “una medida permanente de represión y violaciones a los derechos humanos”. La ONU pidió investigar estas muertes.
La procuradora aseguró que la prisión cuenta con un equipo médico de 50 personas entre enfermeras y médicos.
Organismos humanitarios han cuestionado el trato que reciben los presuntos pandilleros.
La ONU denunció que entre las decenas de miles de detenidos hay al menos 1,600 menores.
Especialistas en derechos humanos critican que el gobierno promueva como un “gran logro” la megacárcel.
Según organizaciones como Human Rights Watch, esta obra viola las reglas Mandela de Naciones Unidas, que mandan tratar a los reclusos con dignidad y no someterlos a tratos crueles, inhumanos o degradantes.
La mayoría de los presos están acusados de pertenecer a las violentas Mara Salvatrucha y Barrio 18, nacidas en calles de la ciudad estadounidense de Los Ángeles a principios de la década de 1980.