El triste recuerdo del sufrimiento y las torturas que sufrió Enoc dentro de los penales, durante los 10 meses que estuvo detenido, le provocan sentimientos de impotencia y preocupación, a tal punto que no desea ni salir de casa y sufre largos períodos de insomnio.
“Me arruinaron la vida, he quedado manchado para siempre sin ninguna razón. Imagínese si después viene otro loco y quiere meternos presos otra vez a los que nos acusaron de asociaciones (ilícitas)”, dice mientras descansa en el patio de su vivienda de bahareque, piso de tierra y techo de láminas viejas, en un caserío de Ahuachapán.
El hombre de 27 años, padre de cuatro niños, fue capturado el 23 de mayo de 2022 cuando regresaba de trabajar de una finca. Los policías lo consideraron sospechoso porque en su mochila traía un depósito con restos de su almuerzo, que siempre llevaba al campo donde trabajaba como jornalero.
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“Me acusaron de que yo venía de dejarles comida a los pandilleros”, dice el agricultor. Ese mismo día, en su caserío capturaron a cinco personas más y los llevaron a todos juntos al puesto policial más cercano.
Al llegar, los policías se repartieron las capturas y decidieron dejar libres a dos mujeres que tenían ahí, porque con las seis que llevaban alcanzaban “la cuota de ese día”.
Enoc recuerda que hubo una pelea entre los mismos agentes, porque uno de ellos conocía a uno de los capturados y no estaba de acuerdo con este tipo de acciones. “Se ofendieron entre ellos y se gritaban malas palabras”, relata.
En ese puesto policial no había bartolinas, así que los enviaron a una subdelegación y ahí fueron mezclados con pandilleros. “Los policías nos amenazaban para que aceptáramos que éramos pandilleros y los pandilleros nos amenazaban para que no abriéramos la boca”, relata. De ese lugar, Enoc recuerda que había heces fecales por todos lados.
Bienvenida en Izalco
En cuestión de horas, sin que alguna vez se lo hubiera imaginado en su vida, Enoc estaba entrando en el penal de Izalco, una cárcel inaugurada en 2017 exclusivamente para integrantes de pandillas. Ahí comenzó la pesadilla que duraría 10 meses para el agricultor.
La “bienvenida”, como se le conoce a la paliza que cada reo recibe al entrar a la prisión, consiste en golpes con garrotes y patadas por parte de los custodios, como medida de presión para que los reos admitan que eran integrantes de alguna pandilla.
Enoc relata que después de que los desnudaban, unos 30 custodios les pegaban con la macana en la cabeza, abdomen, costillas, espalda y talones. “Algunos ya no se levantaban, ahí quedaban tirados”, recuerda.
“Además de los golpes, había tortura psicológica porque nos decían que la única forma de salir de ahí era muertos”, agrega.
Tras la golpiza, Enoc fue llevado a una celda de castigo donde permaneció durante siete días. Allí había 400 reos, entre comunes y pandilleros. La única ventilación era una puerta, por lo que el aire no era suficiente y muchos se desmayaban. “Cuando alguien caía desmayado y le avisamos a los custodios nos decían que era mejor que nos muriéramos porque no teníamos derecho a nada”, dice.
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Enoc relata que durante las siete noches que estuvo en la celda de castigo no durmió debido a las heridas que tenía en la espalda a causa de los golpes que le dieron en la “bienvenida”, pero otros estaban en peores condiciones, recuerda: costillas, brazos o piernas rotas por la golpiza.
Enoc hace cuenta que mientras él estuvo en el penal de Izalco murieron al menos once reos por las golpizas y la falta de atención médica después que los dejaban moribundos.
“Había uno que era también de Ahuachapán, que los custodios le pegaron varias patadas, a los diez días empezó a orinar sangre y hacía como coágulos en vez de heces y terminó muriendo”, dice con impotencia.
Luego, Enoc fue traslado a otra celda donde había 100 personas, de las cuales 25 eran pandilleros y los demás reos comunes. “Había celdas donde los pandilleros le pegaban a los reos comunes para mantener el control, ellos se adueñaron de la comida y los comunes no podían decir nada”, asegura.
Enoc relata que de esa celda los sacaban a las cuatro de la mañana para que se bañaran, orinaran y defecaran, pero solo había tres baños y era imposible que todos lograran hacer sus necesidades, por lo que durante el día hacían en bolsas.
En los 20 días que estuvo en la segunda celda, Enoc solamente logró cupo para bañarse en dos ocasiones, porque en otras le cedió su lugar a una persona mayor.
En cuanto a la alimentación, explica que solo les daban un tiempo de comida que incluía un huevo, un poquito de arroz y frijoles, pero luego empezaron a darles tres tiempos de comida.
“Había gente que se le distorsionaba la mente y los custodios decían que a puro garrotazos les iban a arreglar, en mi celda había tres que poco a poco empezaron a “desvariar”, dice.
La corrupción de Mariona
El 28 de julio de 2022 Enoc fue trasladado al penal La Esperanza, conocido como Mariona y la situación cambió drásticamente para él, hasta el momento había perdido unas 20 libras de peso, pero no se había enfermado.
En Mariona fue colocado en un sector donde había 932 reos, los cuales debían permanecer fuera de las celdas desde la 6 de la mañana hasta las 4 de la tarde. Los mayores problemas seguían siendo el acceso al baño, pues solo había 12 para todos.
Eso provocó que Enoc se enfermara de la piel, le salieron abscesos, es decir, protuberancias llenas de pus. Llegó a tener 19 en todo el cuerpo, en especial en la axilas, los glúteos y las entrepiernas.
El joven relata que cada absceso produce mucho dolor y picazón, por lo que se le hacía imposible sentarse, debía permanecer de pie todo el día.
“Aparte de ser doloroso es sucio, uno anda destilando pus y aquel gran mal olor. Me sacaron a la clínica, bueno así le llaman, pero solo son otros reos limpiándole las infecciones a uno”, aclara.
La “clínica” es atendida por los mismo reos penados y en fase de confianza, quienes hacen curaciones, sin ninguna anestesia ni analgésico, sino solo con una cuchilla tipo bisturí. Enoc explica que le hacían una herida en cada inflamación para sacarle la pus, de lo que ahora tiene varias cicatrices en todo su cuerpo.
“Yo no he sido ‘aguacate’ (débil) para el dolor pero hubo ratos que el dolor me hacía llorar, además la picazón es insoportable”, recuerda. A dos meses de salir libre aún tiene cicatrices de los abscesos que le provocan picazón aunque ya no tienen pus y sigue tomando medicamento.
A diferencia de Izalco, donde Enoc recibió el paquete que sus familiares le llevaron, en Mariona solo recibió el papel higiénico, nunca recibió la avena, la leche y azúcar que sus familiares le llevaban con mucho esfuerzo, mes a mes.
Esto provoca que muchos reos que enferman comiencen a caer en un cuadro de desnutrición, que se agrava con las enfermedades que los acechan por el hacinamiento y la insalubridad. Enoc relata que hay personas cuya desnutrición es tan grave que lucen cadavéricas y a algunas se les dificulta hasta caminar. Él perdió 70 libras de peso mientras estuvo ahí .
Enoc relata que en Mariona son los reos penados los que tienen el control de todo, lo que da una serie de abusos incluso agresiones sexuales. “Los custodios permitían que los presos condenados que administran el lugar abusen sexualmente de algunos reos, en los baños y en las casetas” explica.
Aunque Enoc no recibía los alimentos que su familia le enviaba mensualmente, señala que en el sector donde estaban los integrantes de las pandillas sí recibían sus paquetes completos.
Otro de los actos de corrupción que Enoc conoció en el penal de Mariona es el pago que algunos familiares hacen de entre 500 o 600 dólares para poder tener acceso a una visita. “Supe de al menos 25 personas cuyas familias pagaban para tener la oportunidad de verlos aunque sea cinco minutos”, asegura.
A principios de febrero de este año, Enoc fue sometido a la prueba del polígrafo, donde un investigador hizo todo su esfuerzo para que el agricultor aceptara que colaboraba con las pandillas, pero el instrumento demostró que no es así, por lo que 24 días después fue puesto en libertad.
Sin embargo, como en la mayoría de casos del régimen, Enoc está obligado a presentarse a firmar ante un juzgado cada mes. La jueza le recomendó que para que no lo vuelvan a capturar “lo mejor es que no salga de su casa”.
“El daño no me lo han hecho solo a mí, sino también a mis niños, a mi señora, a mi familia porque todos tenemos miedo”, concluye.