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Latinoamérica inicia el 2023 en medio del caos y la inestabilidad política

Varios países de Latinoamérica cerraron el 2022 con grandes crisis políticas, que siguen pasándoles factura a sus sistemas políticos y amenazan sus democracias.

Por Ricardo Avelar | Ene 14, 2023- 22:31

Represión policial: un elemento que no deja de aparecer en Latinoamérica año con año. En esta imagen, un policía peruano enfrenta con agresividad a un manifestante. Foto EDH EFE

“Latinoamérica va a reventar como petardo en Navidad”.

Con estas palabras coronó, en el año 2000, la banda de punk argentino Dos Minutos su popular canción Disneylandia. Esta auguraba un subcontinente hermoso “con sus paisajes y su gente”, pero en constante crisis, inestabilidad y caos político.

Más de dos décadas después, y en solo un poco más de un mes, Latinoamérica parece estarle haciendo honor a lo escrito por la banda procedente del convulso barrio de Valentín Alsina.

En el lapso de un mes y un día (del 7 de diciembre al 8 de enero), se concretó en dos países la peor crisis de las últimas tres décadas. El final del 2022 y el inicio del 2023 auguran un año complicado, turbulento y potencialmente violento en una región que tras décadas de coquetear con la democratización no logra que esta se consolide, dejando atrás los fantasmas de la violencia política, los golpes y autogolpes, y los abusos autoritarios de poder.

Desde que iniciaron las protestas en Perú en diciembre de 2022, ha muerto cerca de medio centenar de personas. Foto AFP/EDH

A juicio del prestigioso politólogo y jurista argentino Daniel Zovatto, se está experimentando “un fin de 2022 e inicio de 2023 muy agitado en la región, marcados por la tensión e inestabilidad política y acoso de diferente tipo a las democracias”.

Estas últimas pueden ser las grandes víctimas del caos y el descontento, que suele general desconfianza en el sistema político y la tentación de buscar soluciones al margen del Estado de derecho.

La gran crisis del Perú

La más reciente temporada de profunda inestabilidad del subcontinente la arrancó el 7 de diciembre Pedro Castillo, quien en ese momento fungía como presidente del Perú.

Ese día el congreso iba a conocer una solicitud de juicio político en contra del mandatario, aunque los medios reportaban que no tenían los votos suficientes para destituirlo.

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Pese a esto, y de manera sorpresiva, Castillo anunció que disolvía el Congreso y que el país se gobernaría por decreto por un tiempo. Además decretó estado de sitio en el país y anunció una reestructuración de todo el aparato judicial y el ministerio público peruano. En pocas palabras, un autogolpe de Estado.

Este autogolpe fue desconocido por el Congreso, quien destituyó de inmediato a Castillo. Posteriormente fue capturado y deberá pasar al menos un año y medio en prisión mientras avanza su causa judicial. En su lugar, asumió el poder la antes vicepresidenta Dina Boluarte y desde ese momento, en múltiples puntos del país ha estallado un enorme descontento social de parte de los seguidores del ahora exmandatario.

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Esto ha sido enfrentado con dureza por los cuerpos de seguridad y los enfrentamientos han dejado ya varios muertos, incluyendo las 17 personas que perdieron la vida en un solo día en Puno.

En las calles, exigen la renuncia de Boluarte y el adelanto de elecciones. Mientras eso no suceda, se augura un Perú convulso, turbulento y en crisis.

La insurrección en Brasilia

Ese mes, arrancado por la crisis peruana, terminó con otra gran crisis en el Cono Sur.

A una semana de la toma de posesión de Luiz Inácio “Lula” da Silva en Brasil, cientos de fanáticos del expresidente Jair Bolsonaro se tomaron por asalto las sedes de los tres poderes del Estado en la capital del país, Brasilia.

Si bien el exmandatario brasileño, quien representó a la ultraderecha, no participó personalmente de este asalto, esta crisis tiene su origen tanto en sus palabras, que nunca dieron confianza en que aceptaría una derrota electoral, pero también en su silencio una vez perdió los comicios.

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En un país polarizado y donde las elecciones se definieron por un estrecho margen, que el líder de un bando no reconozca el resultado es caldo de cultivo para violencia, reclamos infundados de fraude y, eventualmente, un asalto a las instituciones por parte de fanáticos radicalizados.

Las imágenes desde Brasilia asemejan mucho a lo visto el 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Washington DC, Estados Unidos. Ese día, los más estridentes seguidores de Donald Trump se tomaron el recinto legislativo para evitar que se certificara el triunfo de Joe Biden.

Partidarios del expresidente brasileño Jair Bolsonaro chocan con la policía durante una manifestación frente al Palacio del Planalto en Brasilia el 8 de enero de 2023. Foto / AFP

Trump no participó de este evento, pero sus intentos por descalificar las elecciones y su reclamo de fraude bastaron para convencer a muchos del peor asalto a la institucionalidad en la historia del país. Y luego, gracias al testimonio de una exasesora de Trump, el mundo supo que él quiso personalmente asistir y liderar la insurrección.

En Washington y en Brasilia se evidenció que para un sector de la población vulnerable a los discursos radicales y antipolíticos, las elecciones solo cuentan si las ganan. Caso contrario, elevarán los gritos de fraude y estarán dispuestos a intentar arrebatar por la violencia lo que no consiguieron en las urnas.

Más allá de Perú y Brasil

Los escándalos que marcan la pauta para 2023 trascienden lo sucedido en Brasil o Perú. Si bien son menos “explosivos”, hay sucesos políticos que adelantan un año complicado, con duros enfrentamientos entre órganos de Estado, dificultades para gobernar y grandes tensiones que pueden desencadenar violencia extrema.

En Bolivia, 2022 cerró con la detención del gobernador de Santa Cruz y fuerte opositor al oficialista Movimiento Al Socialismo (MAS), Luis Fernando Camacho, a quien se le acusa de conspirar para derrocar a Evo Morales en 2019.

En las calles de Bolivia hay miles de personas protestando contra la captura de Luis Fernado Camacho, reconocido opositor al oficialismo y gobernador de Santa Cruz. Foto EDH / AFP

Desde la detención, miles de partidarios de Camacho han salido a las calles y están denunciando un posible autoritarismo y una instrumentalización de la justicia por parte del MAS y del presidente Luis Arce Catacora.

Esta crisis ha elevado las tensiones en un país de por sí convulso y con fricciones no resueltas entre La Paz, el centro del poder, y Santa Cruz, el motor económico del país y una de las provincias más opuestas al MAS.

En Argentina, el presidente Alberto Fernández anunció en su primer discurso del año que impulsaría un juicio político contra el presidente de la Corte Suprema de Justicia y que buscará que se investigue al resto de magistrados que integran el tribunal. Esto sucede a las puertas de un año electoral en el que se avecinan grandes tensiones.

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Del otro lado de Los Andes, en Chile el presidente Gabriel Boric ya experimentó su primera gran crisis cuando tuvo que aceptar la renuncia de su ministra de Justicia, Marcela Ríos.

Esto, por la mala y descuidada ejecución de su promesa de campaña de indultar a personas condenadas en el marco del estallido social. Si bien el presidnete prometió que no habría perdón para delitos comunes, entre los indultados hubo casos de personas con récord previo, lo cual abrió un flanco para que la oposición condenara la medida del mandatario, a quien acusaron de seguir su rol de activista y no de jefe de Estado.

Boric se vio obligado a remover a una importante pieza de su gabinete en el momento en que negociaba una política de seguridad. Todo, mientras los chilenos resienten un alza en las cifras de violencia. Al mandatario chileno le espera un año complicado y donde su baja popularidad puede combinar con una oposición que cada vez encuentra más puntos débiles de su gestión.

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Año retador en Latinoamérica

Además de estas tensiones en los países mencionados, la región sigue albergando tres países abiertamente autoritarios y dictatoriales: Cuba, donde la disidencia enfrenta condenas de cárcel por salir a marchar; Nicaragua, donde el régimen perdió el miedo a matar y a encarcelar a sus críticos; y Venezuela, que no parece ver el fin de su larga crisis política y monetaria.

Por otro lado, en El Salvador se sigue consolidando el poder en torno a una persona, el presidente Nayib Bukele. Este enfrenta un año preelectoral con grandes dificultades, entre ellas una crisis de gobiernos locales y una apretada situación económica. Pero hasta el momento no da señales de buscar grandes acuerdos de país. Por el contrario, parece convencido de seguir el camino de generar discursos polarizares, promover odio hacia sus críticos y opositores, y seguir concentrando poder.

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Además, 2023 es cuando el Tribunal Supremo Electoral debe decidir si ser una pieza más en el peor golpe a la institucionalidad en décadas: la reelección.

En México y Guatemala, por su parte, se sigue combatiendo la penetración del narcotráfico en las estructuras estatales, así como en partidos políticos. En el país vecino, 2023 es un año de elecciones generales, marcadas por un claro desgaste de la política tradicional pero también por el dominio de figuras seriamente cuestionadas que se resisten a abandonar sus pretensiones electorales, entre ellas Zury Ríos, hija del general que murió acusado de genocidio, y Sandra Torres, ex primera dama vinculada a supuesta corrupción en programas sociales de 2007 a 2011.

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Las crisis del continente marcan, en palabras de Daniel Zovatto, un “año retador”.

Y más allá de estos cuatro países, él identifica algunas características propias de antesalas de profundas crisis políticas.

La combinación de calles calientes y urnas irritadas, bajo crecimiento e inflación, aumentarán incertidumbre, inestabilidad y riesgo político, volviendo la gobernabilidad recientemente compleja”, advierte y lanza una conclusión poco esperanzadora: “Ajustarse el cinturón, viene zona de turbulencia”.

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