Jatzel Román es un joven político dominicano que ha dedicado más de una década al fortalecimiento de la democracia y la institucionalidad. Hoy se desempeña como viceministro de Relaciones Exteriores de su país. Pero anteriormente ha luchado, desde la sociedad civil, para que su país y el resto del hemisferio superen los vicios autoritarios.
Recientemente concedió una entrevista exclusiva a El Diario de Hoy en la que expresó su preocupación por el declive de la salud democrática del continete, pero manifestó ser optimista y pensar que el trabajo articulado es fundamental para retomar la senda institucional y de tolerancia. De esto y más conversamos:
¿Cómo evalúas la salud democrática del continente?
Este año se cumplieron 30 años de la primera cumbre iberoamericana (1992), que en el quinto centenario de la colonización se suponía que estaba mirando hacia adelante.
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A pesar de que hubo participación dictatorial, lo cierto es que la mayoría de países eran gobernados no solamente por presidentes que habían sido resultado del voto popular sino también que parecía haber un claro consenso democrático. Los noventas fueron época de mucho entusiasmo. Recordemos aquel título de Fukuyama del “fin de la historia” y que la democracia liberal había triunfado, pero hoy que estamos en 2022 vemos que lo que parecía ser un porvenir institucional hoy se ve afectado por un aparente auge demagógico, populista y de discurso destruccionista.
¿Dónde vemos eso?
Eso lo vemos no solamente en uno que otro gobierno, sino en discursos opositores en auge y esto debe llamar la atención a todos los que tienen un convencimiento por la democracia y la libertad, desde la sociedad civil, los partidos políticos o el gobierno.
Hemos visto países que en un momento pensaron tener un consenso, pensaron que habían logrado la vacuna contra el extremismo y cayeron en las ganas del extremismo.
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Latinoamérica es un continente herido por el autoritarismo. ¿Cómo explicas que esas tendencias vuelvan tras el daño recibido?
A pesar de que suena muy contradictorio, es triste y trágicamente natural. Cuando un país o varios países han visto durante décadas o a lo largo de su historia una permanencia del autoritarismo, entonces asumen que esta es la norma y se vuelve una cultura, y combatir una cultura es mucho más difícil.
En una ocasión que conversé con El Diario de Hoy, manifesté que en luchas democráticas no existen los finales felices. Por el contrario, al llegar a la cima de una montaña lo que tenemos que buscar es otra para conquistar. En su momento eran los gobiernos militares, eso ya quedó atrás. La siguiente lucha fue por elecciones creíbles y libres de fraude y podríamos decir que la mayoría de nuestros países se encuentra mayormente libre de fraude en el sentido clásico. Sin embargo, lo que estamos viendo es que apelando a una nostalgia de un mundo que no existió jamás, estos segmentos por la vía democrática se instalan en el poder y buscan destruir los cimientos democráticos.
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¿Por qué crees que están triunfando estos discursos?
En varios países, segmentos anteriormente dictatoriales volvieron al poder por la vía del voto. Es muy complejo luchar contra la nostalgia de aquel pasado glorificado con un discurso futurista que presenta más preguntas que respuestas. La lucha contra la demagogia no es fácil. Debe presentar un reconocimiento de los desafíos y cómo combatirlos. Pero cuando alguien golpea la mesa y dice que mediante su orden tiene todo listo, esto genera más aplausos que si les digo que los problemas son serios, no se resolverán de la noche a la mañana y probablemente requieran varios años.
Quizá asesores políticos no digan que eso segundo no cabe en un eslogan, mientras que lo otro, con una frase sencilla y dicha con corazón, atrae gente a los mítines y moviliza. Podremos vencer en algún momento a algún déspota, pero siempre surge otro. Es como en la mitología griega que estaba la hidra, a quien le cortas una cabeza y surge otra.
Se habla mucho de quienes destruyen la democracia con sus propias herramientas. ¿Te parece que esa práctica es contagiosa?
Nadie tiene la vacuna contra el extremismo. Han pecado de ingenuos quienes pensaron que eso era un problema de otros, pecaron de simplistas quienes juraban que iba más allá de su territorio por sencillamente tener crecimiento o un nivel sólido de su clase media. Sí creo que definitivamente es contagioso.
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Los políticos nos pasamos viendo experiencias de qué le sirvió a otros y ante sectores autoritarios no se acomplejan a la hora de mostrar su verdadera cara, los que tenían temor de revelarlo ahora lo hacen sin mirar hacia atrás y sin frenos.
La democracia acompañada de libertad e institucionalidad trae sus frutos, pero no son tan rápidos como tampoco lo son las promesas demagógicas de los otros, pero es difícil combatir eslóganes simplistas con preguntas serias.
¿Crees que el péndulo de Latinoamérica está del lado del autoritarismo?
Quizá es un poco temprano para definir esta época. Es muy difícil definir los tiempos en el momento. Incluso recordaremos que países que vieron duras crisis económicas estaban recibiendo reconocimientos hasta un año antes del gran estallido. Las crisis inflacionarias, la pandemia, los mayores niveles de exigencia han hecho que gobernar sea mucho más difícil.
A pesar de haber mayores niveles de conciencia e información, la gente no tiene el mismo nivel de paciencia. Entonces golpear la mesa y ordenar que todo cambie de inmediato y que vas a refundar la patria, y que estás dispuesto a olvidarte del Congreso, de tu partido o del Judicial, eso vende. De la misma manera que la gente tiene menos paciencia cuando ve una serie, tiene menos paciencia cuando se trata de su beneficio inmediato.
Latinobarómetro lleva muchos años advirtiendo que muchos países están dispuestos a sacrificar su democracia si esto lleva a resolver sus problemas. ¿Es este un camino viable?
Pongo un ejemplo sencillo: para construir una carretera se supone que hay que pasar por una licitación, alianzas público privadas, mayores niveles de transparencia, cuidados en cómo eso se asigna. En los años setenta a alguien le decían "te toca hacer esta carretera" y en dos años se inaugura. Entonces el pueblo aplaude. Hoy no se puede, a menos que se haga por las vías que beneficien a los "amigotes". Pero hoy toma más tiempo mostrar los resultados.
Algunos congresos de la región están tan dispersos que lograr una mayoría es un profundo desafío, eso también genera frustración. Hay países que hace diez años debieron afrontar grandes reformas, pero el nivel de virulencia que existe entre los actores democráticos dentro del legislativo ha significado que no se logre aprobar ninguna reforma. Eso lleva a frustración, hartazgo y caldo de cultivo para el autoritarismo que dice "yo acabo con esto, yo encima de la institucionalidad, el Estado soy yo, yo garantizo que tú comas y alcances la prosperidad".
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Estas promesas personalistas no suelen ser sostenibles. ¿Qué pasa cuando defrauda el caudillo?
Todos podemos admirar lo que se logró en Singapur, un país que era un pantano lleno de mosquitos en 1965 y en 2019, antes de la pandemia, era el tercer país con mayor riqueza per capital del mundo. Eso hace que mucha gente admire, mucho más allá de diferentes visiones, a Lee Kuan Yew. No podemos quitarle su rol de administrador, pero la línea discursiva que apunta al autócrata benévolo como la solución de los países deja de lado lo que pasa cuando el autócrata benévolo te decepciona, pues no puedes deshacerte de él.
Te quedas atrapado ya no con un dictador benévolo sino con una dictadura decadente y malévola.
Pero el discurso demagógico es más simplista…
La demagogia diría que las cosas son buenas o malas. Diría que esos regímenes alcanzaron prosperidad y eso es lo que hay que imitar y hay que olvidarse de la libertad. Esa es una de las mayores advertencias que yo haría a toda Latinoamérica, que cuando se acaban los momentos beneficiosos no hay que mirar muy lejos para ver en lo que se cae y conocer la experiencia de quienes verdaderamente pensaron que su solución era sacrificar la libertad democrática para lograr el nivel de seguridad y, como en la frase atribuida a gente como Jefferson o Franklin, quienes sacrifican su libertad por la seguridad muy frecuentemente se quedan sin ninguna de las dos.
¿Te parece que hay un riesgo, de cara a una complicación económica, de un florecimiento autoritario?
Sin duda. Ya ha pasado anteriormente. Los vaivenes económicos en el mejor de los casos obligan a abrirse, pero también existe el riesgo de que signifique un mayor nivel de conflictividad, belicosidad. No nos encontramos en el mejor momento a nivel mundial a pesar de que varios países han recuperado sus niveles de crecimiento previos a la pandemia, pero están por debajo de la inflación.
En tiempos de mucha información y conectividad, ¿qué opinión te sienta que haya personas presas, perseguidas o exiliadas por un reportaje, una opinión o un tuit?
Lo veo con un terrible y profundo dolor. En 2022 eso no debería estar pasando, pero la tristeza es que hay periodistas que hoy en día guardan prisión, personas de la sociedad civil que fueron apresadas por exigir transparencia, hay quienes aspiraban a espacios públicos y por el simple hecho de tener una visión distinta, se encuentran bajo prisión. Eso no podemos verlo solo como estadísticas o números, debemos verlo en personas. Quienes promueven esta línea destructiva aspiran al hartazgo y cansancio en la región, no solamente se trata de esos países, se trata de todo nuestro continente. Hoy es un país, luego son dos o tres, después somos todos.
¿Ves alguna razón para estar optimista?
Quisiera decir que en comparación con la última vez que hablamos estamos mejor, pero hoy hay más periodistas presos, más dirigentes de sociedad civil presos, más opositores presos en la región. Y no solo eso, hoy se ríen más fuerte de quienes critican, hoy nos ignoran más fuertemente y por eso es importante saludar resoluciones como la que recientemente se dio en la Organización de Estados Americanos, cuando 27 países de 34 condenaron duramente lo que está pasando con los presos políticos que deben ser liberados inmediatamente.
Que haya una mayoría clara y sólida, que supera la mínima en la OEA, eso hay que aplaudirlo y reconocerlo. También hay que buscar que eso sea más replicado en otros casos. Pero tampoco podemos pensar que las soluciones siempre estarán en el exterior. Es importante que el exterior se solidarice, pero la lucha siempre es interna. La lucha siempre es nacional y debemos saber que va más allá de lo necesariamente político.