Isabel H. no recuerda cómo llegó al hospital cuando despertó. Ella pensaba que solo habían pasado algunas horas desde que estaba desangrándose lapidada por pandilleros, pero había pasado una semana inconsciente.
La familia de Isabel es de esas que nunca se han cruzado de brazos ante las dificultades. Su padre es albañil, agricultor o realiza cualquier tipo de oficio con tal de llevar dinero a la casa. Sus hermanos, de igual manera, han hecho distintos trabajos desde hace años. Con mucho esfuerzo, lograron poner una tienda. Con el tiempo, lograron tener ganancias y, entonces, aparecieron los pandilleros para pedirles la renta. La familia decidió pagar la extorsión para no tener problemas.
Pagaban mensualmente la cantidad de dinero que les habían pedido los delincuentes. Ya no les alcanzaba ni siquiera para subsistir y, de pronto, tampoco para ahorrar la renta que entregaban a la pandilla. Así empezaron las amenazas de muerte.
“Un día salí a la calle y se parqueó al lado mío un carro. Los hombres salieron y me metieron. Me llevaron a una de esas casas que les dicen ‘destroyer’ y me rodearon”, narra Isabel. “¡Hoy sí te vas a morir!”, le dijo uno de los cuatro pandilleros y empezaron a golpearla con piedras hasta dejarle el cráneo expuesto.
“Ellos pensaban que ya estaba muerta”, recuerda Isabel.
La dejaron tirada en el suelo. Después de unas horas volvió en sí y sintió un profundo deseo de salir de esa casa. No con la idea de huir y salvarse; pensaba que tenía que salir para morir en un lugar donde la encontraran, para que su cuerpo fuera entregado a su familia. Logró escapar por una ventana, sacó fuerzas para levantarse del suelo, con su rostro ensangrentado y su cráneo destrozado, gateó hasta la casa más cercana donde fue encontrada.
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Pasó dos meses y medio en el Hospital Rosales, pero decidió exigir su alta, ya que familiares de los pandilleros que la atacaron rondaban los pasillos cercanos al pabellón donde ella se encontraba. Todo esto pasó en el año 2016.
Ella no logró recibir toda la atención médica y psicológica que necesitaba después de haber sufrido tal ataque. Perdió la visión del ojo izquierdo y vive con constante miedo.
Hermanos capturados
La madrugada del 19 de abril del presente año, llegaron varios agentes de la Policía a la casa de Isabel. Cuando entraron, apuntaron con sus armas a todos los presentes, incluyendo a los niños. Hicieron un cateo y luego eligieron a su hermano Javier H., de 29 años, para llevárselo.
Cuando los familiares preguntaron por qué se lo llevaban, los policías dijeron que solo cumplían órdenes y que alguien había hecho una llamada anónima denunciando a un pandillero.
Noé H., su hermano menor de 23 años, fue detenido una semana después en el taller de muebles donde trabajaba. Su jefe llegó a casa de Isabel para avisarles que lo capturaron “por una llamada anónima”.
Actualmente, Isabel no tienen mayor información sobre sus hermanos detenidos. Solo sabe que están en el penal La Esperanza y que en la primera audiencia les decretaron seis meses de detención provisional para investigar sus casos.
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La familia de Javier y Noé sospecha que las llamadas anónimas provienen de personas cercanas a la pandilla del lugar. Tras un altercado con uno de los hermanos H., un individuo de la zona fue detenido y llevado a prisión. Sospechan que personas cercanas al detenido hicieron la llamada anónima como venganza.
Isabel pide a las autoridades que investiguen el caso de sus hermanos. Asegura que ellos no son pandilleros, sino jóvenes trabajadores que siempre han asistido a la iglesia.
“Pido por favor que me los liberen, nosotros hemos sido víctima de la delincuencia y pues mi caso es evidente, soy una víctima… Me han dejado marcada de por vida”, agregó.