La sección de parvularia de la escuela provisional, en el caserío Plan del Rancho, tiene solo cuatro alumnas.
Dos parejas de gemelas: Zuleyma y Briseyda, de 5 años; y Maira y Odalis, de 4 años.
Las cuatro niñas, junto a nueve compañeros de primero y segundo grado, han sido beneficiados con la escuela instalada, a partir de este año, en la Ermita Virgen de Lourdes, en el caserío Plan del Rancho, cantón Gualcho, municipio de Citalá.
En este poblado, fronterizo con Honduras, donde viven unas 90 personas, la escuela más cercana les quedaba a unas dos horas, caminando por una calle polvorienta, de pendientes inclinadas, en medio de un paisaje inhóspito y solitario.
Karla Santos, la maestra del aula integrada, debe realizar ese recorrido a pie todos los días, desde Citalá.
“Me siento motivada porque muchas familias van a ser beneficiadas, ya que nunca han tenido un grado de escolaridad”, dice con optimismo la profesora.
Karla relata que todos los niños, excepto el único alumno de segundo grado, nunca habían ido a una escuela debido a la distancia.
“Los niños han mostrado esas ganas de aprender desde el primer día y eso me emociona como maestra”, expresa la profesora.
Un logro de la comunidad
Tener un aula escolar en el caserío, por primera vez en la historia de ese lugar, es un logro de los habitantes organizados, con el apoyo de la Comunidad de Fe Organizados en Acción, Cofoa, el alcalde de Citalá y la oficina departamental de educación.
Pascual Regalado, presidente de la asociación de desarrollo comunal, Adesco, explicó que, como comunidad, han estado trabajando por más de seis meses para lograr que se les asignara una maestra.
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Un residente del lugar, también les ha apoyado con la donación de un terreno para que, en un futuro próximo, la escuela pueda tener su propio espacio.
Sin embargo, ese proceso, en el ministerio de Educación, puede durar más de un año, mientras tanto seguirán recibiendo clases en la Ermita, gracias a la gestión de Cofoa.
Regalado explica que cuando ya se tenga un local propio, le gustaría que el ministerio de Educación les apoye para brindar clases hasta noveno grado y, de esa forma, evitar que muchos adolescentes dejen de estudiar por la lejanía.
Azucena Ramos es la madre de tres niños que están estudiando en la Ermita.
Ella relata que su hijo mayor, de 11 años, apenas comienza primer grado, porque de pequeño tenía temor a mandarlo a una escuela lejana.
Con el aula integrada en la comunidad, no solo se ha beneficiado su hijo mayor, sino también sus dos niñas gemelas, de 4 años, que están en parvularia.
“Ellas tenían el deseo de estudiar y por eso decidí traerlas”, dice Azucena.
Hermelinda Hernández es la madre de las otras dos gemelas de parvularia y está feliz porque sus niñas tienen la oportunidad de aprender desde temprana edad.
“Como están chiquitas, batallan para aprender a colorear y recortar con tijeras, pero están contentas”, dice Hermelinda.
Sandra López, madre de un alumno de primer grado, se encarga de preparar bocadillos para vender durante los recreos y, de esa forma, evitar que los niños coman frituras.
Entre los típicos, les ofrece pupusas de queso con frijoles, pastelitos de papa y arroz en leche. “Preparo opciones que los niños puedan comprar con la “cora” que los padres les dan, con mucho esfuerzo”, agrega Sandra.
Aunque hay mucho entusiasmo por la escuela, esta tiene varias necesidades, que los padres no pueden suplir, debido a la escasez de recursos económicos.
Entre las necesidades más urgentes están: mesas adecuadas, cartulina, papel, colores, crayolas, pintura de dedo, papel higiénico, pelotas, y juegos educativos para niños de parvularia.
Por el momento, la alegría de los más grandes es una pelota con la que juegan en un espacio polvoriento, bajo la sombra de un árbol.