A sus 68 años, Alfredo Díaz Ramírez, recorre las calles de la ciudad de San Miguel, con la esperanza de que alguien le pida que cante una canción acompañado de su armónica, una guitarra y un tambor que toca al mismo tiempo, hábilmente colocados y manipulados por él.
“Algunas personas se burlan de uno, pero el mundo es grande y si a usted no le gusta una canción hay dos que sí les gusta, por eso no me apachurra”, asegura Alfredo.
Cada canción tiene el valor de $1.00, pero adelanta que solo le gusta cantar música de antaño. “A mí no me gusta la música de joven, porque tiene palabras obscenas, y al rechazar una canción a un joven se pone mal”, señala.
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Antes de las 9:00 de la mañana hasta la 1:00 de la tarde, se le puede observar caminando en el centro de la ciudad de San Miguel, terminal de buses o recorriendo algunas colonias de la ciudad, aunque en ocasiones decide visitar otros lugares del país. “Tengo 7 años que ando alegrando aquellas personas que están tristes, al que le gusta la música y al que no le gusta ni modo que no puedo hacer nada”, sonríe.
Alfredo Díaz vive solo, asegura que se casó, pero no tuvo hijos. En cierta ocasión, sentado en una hamaca, se puso a pensar qué podía hacer para trabajar y fue entonces que se le ocurrió sacar provecho de su talento. “Me inventé los primeros aparatitos, pero la armónica se caía al suelo, pero luego inventé algo más y ahora ya no se me cae, la armónica es lo que más me cuesta”, señala.
Su amor por la música inició cuando tenía 12 años. Primero cumplía con sus labores en el campo y en las noches practicaba guitarra. “Trabajé en un taller de aviones, andaba mi guitarra en el avión, regaba venenos; trabajaba en Jiquilisco (Usulután) y otras partes donde había campamentos algodoneros. También soy carpintero de banco o carpintero fino. Cuando quebró la cooperativa no me dieron mi tiempo y me vi en la necesidad de irme del país”, cuenta.
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A sus 68 años, la música se ha convertido en su compañera y con un poco de ingenio también es ahora su sustento para poder vivir sus últimos años que son un regalo que Dios le ha dado, considera Alfredo.