La ciudadela doctor Julio Ignacio Díaz Sol, hogar de adultos mayores en colonia La Cima, San Salvador, urge de ayuda y llama a personas altruistas y empresas para lograr captar donaciones.
Es una mañana de vientos, se aproxima la transición a la época seca, y en las instalaciones del hogar de adultos mayores se escuchan cumbias.
La música se mezcla con las voces del personal, que brinda indicaciones de ejercicios a los internos, quienes las siguen con ánimo.
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Es fácilmente una decena de abuelitos quienes caminan en zig zag, evitando obstáculos; los especialistas en terapias procuran el ejercicio para ayudar a mantener la movilidad y la buena condición física.
“Aquí se brinda atención integral, a los adultos mayores que atendemos se les asiste con fisioterapeutas, nutricionistas y médicos; además de enfermería, psicólogos y alimentación, entre otros”, comenta Berencie Orellana, colaboradora administrativa.
La ciudadela, situada en un extenso cafetal en la zona sur de San Salvador, inició operaciones hace 22 años, y en aquel momento contaba con capacidad para atender a 72 personas. Hoy por hoy hay 32 inquilinos.
La terapia sigue, y en este momento las fisioterapeutas y enfermeras motivan a los abuelos a bailar. Sonrientes, algunos se integran; otros solo observan, también les inquieta la presencia de forasteros.
Algunos usan abrigos y gorros, el viento mueve los pinos y un leve descenso en la temperatura se puede sentir.
“El esfuerzo en inmenso, y se tiene claro el objetivo de brindar atención de calidad. Algunos de los adultos mayores que permanecen en las instalaciones padecen deterioro cognitivo (Alzheimer y demencia senil son los más frecuentes); otros son dependientes (necesitan asistencia la mayoría del tiempo)”, profundiza Berenice.
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Ella, además, comenta que algunas de las personas que permanecen en el hogar fueron abandonadas, pues sus familiares los llevaron y los olvidaron; los demás sí cuentan con el respaldo de parientes.
En el primer caso, de los abandonados, la institución aporta las atenciones y los costos para atenderles. Otros internos reciben algunos subsidios.
La música cesó, la terapia está por finalizar, y los abuelitos inician una caminata que es parte del tratamiento.
El recorrido lo concluyen en un corredor donde se sientan y les sirven el refrigerio.
“Los ingresos han disminuido sustancialmente, por eso se busca el acompañamiento de empresas y personas particulares, también se pueden recibir en especie, la verdad es que estamos en apuros desde hace algunos meses”, comenta Berenice.
Añade que la institución siempre es buscada con la intención del ingreso de más personas “pero ya no podemos, estamos al límite, más aún si es gratuito el acompañamiento”.
A escasos metros de donde se ha servido el refrigerio, en el corredor del pabellón de hombres, permanece Óscar Chiquillo, un contador público de 82 años.
Él lee el periódico, sonríe y asegura que le interesa cualquier tipo de lectura, también comenta un poco sobre la rutina en el lugar.
Su conversación es amena, y entre sus recuerdos destaca el de su esposa Clara, quien falleció en ese hogar; también sus tiempos de servicio en las oficinas de Aduana, de donde se jubiló.
“Ya tengo algún tiempo alojado acá, es bonito, siempre están pendientes de uno”, comenta Óscar.
Él usa un abrigo negro, y ríe cuando dice que en las noches debe usar “dos chivas” para abrigarse por el frío.
“En Aduana era contador de campo, revisaba la documentación y la mercadería que era transportada, debía hacer pagar los impuestos correspondientes”, platica Óscar.
Sus ojos brillan al comentar que sus hijos lo visitan cada fin de semana, o lo llegan a traer para ir a almorzar. “Estando aquí hay que adaptarse, en fin ya son los últimos años de vida”, reflexiona.
Óscar sabe que el hogar enfrenta necesidades y carencia de insumos.
“Hay necesidades, por ejemplo de pampers (pañales) para adultos, medicinas y ropa, entre otras cosas”, comenta Óscar.
La celebración por el cumpleaños de Marina Delgado de López interrumpe el refrigerio, sus amigos y colaboradores de lugar le cantan, luego le sirven un generoso plato con frutas, que hará las veces de pastel.
Marina, de piel clara, se resiste a decir su edad, y dice que cumple 15 años, a lo que replica Julia de Pérez, su vecina, “quince pero en cada dedo de la mano”. Entre risas, la cumpleañera le responde que no le alcanzan.
“He sido muy feliz aquí, tengo grandes amistades y compañía”, dice Marina.
También comenta que sus padres fallecieron cuando ella aún estaba muy joven; su esposo lo hizo hace algunos años.
Finanzas en rojo
Ebelin Hernández, directora de la ciudadela doctor Julio Ignacio Díaz Sol, da un panorama sobre la difícil situación económica que atraviesa el lugar.
“Es dura la situación, los libros contables están en rojo desde hace meses y hay mucho trabajo por hacer”, explica Hernández.
Sostiene que buscan el acompañamiento de empresas y personas altruistas.
La razón del descenso en los ingresos es el retiro de donantes, y también que el cafetal parte de la propiedad no rinde lo suficiente como para ser rentable.
“La idea del fundador era que el hogar pudiera ser autosostenible por medio de los negocios con el café, pero sucede que en este momento ese grano no es rentable”, añadió Hernández.
Otra forma de lograr algún ingreso es el alquiler de parte de las instalaciones del hogar, pero también resultan insuficientes.
Hernández no duda en hacer el llamado a sumarse a la causa en beneficio de los adultos mayores. Comenta también que ultiman los detalles para presentar el programa de voluntariados, donde las personas participen en actividades organizadas por la institución.