Once años fue el tiempo que Ramón (nombre ficticio) logró vivir indocumentado en el estado de Texas, en Estados Unidos, hasta que la Policía Federal lo detuvo a mediados de noviembre de 2024. Fueron once años en que nunca desapareció el miedo de ser deportado.
Ya había logrado tener estabilidad económica que era el objetivo que quería alcanzar cuando se fue de El Salvador en 2014. Consolidó un negocio completamente legal, pagando todos los impuestos y requerimientos a pesar que no tenía los “papeles estadounidenses”. “Yo pagaba taxes como cualquier ciudadano, aunque yo no fuera ciudadano” comenta mientras da su testimonio a la salida de la Gerencia de Atención al Migrante de San Salvador, un espacio creado en la colonia Quiñonez con fondos de la cooperación internacional y Migración y Extranjería para acoger a los deportados que llegan en los vuelos al aeropuerto internacional.
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La Policía Federal y los agentes de migración no detenían a los indocumentados, relata Ramón. “Antes la policía no tenía esa potestad, te paraban y te daban un ticket y ya salías normal. Ahora te llevan a detención por 48 horas y si en ese proceso tú sales que tienes una detención por migración, te dejan ahí” explica.
Desde su detención, a mediados de noviembre de 2024, aún bajo el gobierno de Joe Biden, pasó tres meses en una cárcel, donde asegura que existió maltrato pero, “cuando sabes actuar con moderación, no atraes problemas, no pasa nada” afirma.
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Al salir del centro de atención al migrante cargaba, como todos los deportados, una bolsa de tela entregada por la entidad con un kit de higiene básico: pasta de dientes, cepillo, toalla, y otros artículos. Además, se les entrega un paquete de seis rollos de papel higiénico.
Ramón solo piensa ahora en cómo encontrar una forma de generar ingresos para ser estable económicamente en El Salvador. “Si tuve el potencial de salir adelante en un país que no era el mío, nada me detiene para hacerlo en mi propio país”.
Ningún familiar llegó a esperar a Ramón, así que pidió un viaje mediante la aplicación “Uber” para ir a la casa de unos familiares.
Decenas historias similares llegaron al centro de acogida el pasado miércoles 19 desde el aeropuerto internacional en dos buses con capacidad para 50 personas cada uno, y un microbús del Instituto Crecer Juntos que traía menores de edad deportados.
El recibimiento de la familia
La mayoría de los deportados tenían familiares que los esperaban y provenían de Cojutepeque, Colón, La Unión, Soyapango, San Salvador, San Juan Opico, entre otras localidades.
Hubo un reencuentro de dos hermanas con su padre que estuvo alrededor de diez años en Estados Unidos, otro hombre volvió a ver a su pareja después de un año, a otro lo recibía calurosamente su hijo y a un joven lo esperaba su primo, su primazo.
“Hizo toda su vida allá y ahora nos toca recibirlo como hijas” es lo que expresa una de las jóvenes mientras esperaba a su padre.
Una madre llegó por su hijo, ambos originarios del distrito Ojos de Agua en Chalatenango Sur, y al verse y abrazarse, corrían las lágrimas de ambos. Hace un mes ella pagó para que llevaran a su hijo por tierra hacia el norte, pero justo al cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, los agentes de migración lo detuvieron y lo deportaron.
Algo similar le sucedió a Alexander Coreas, un joven que esperaba los trámites que hacían sus familiares en Estados Unidos para poder irse legalmente, pero al no tener noticias positivas y paciencia, decidió migrar ilagalmente. Fue detenido en México y luego referido a agentes estadounidenses de migración y posteriormente deportado.
Otro compatriota esperaba la llegada de su hijo. Él mismo también había sido deportado recientemente. Estuvo en Estados Unidos durante seis meses, pero cuando Donald Trump ganó la presidencia con sus promesas de aplicar políticas antimigrantes, decidió dejarse deportar de forma voluntaria para no atravesar por un proceso complicado. El miércoles recibió a su hijo, un joven que tenía cinco años trabajando sin documentación legal.
Los parientes que se hacen presentes aseguran que es complicado recibir a sus seres queridos, pues buscan migrar por una mejor oportunidad de vida, pero al regresar a El Salvador saben que las oportunidades de trabajos dignos y salarios dignos son reducidas.

La Gerencia de Atención al Migrante les consulta a los deportados si están de acuerdo en que sean llamados por teléfono “por si hay una plaza de trabajo” sin especificar dónde. La mayoría responde que sí, confirmó Miguel Ángel, quien fue capturado el 26 de noviembre en una redada en Texas.
Estuvo tres meses en una prisión donde estuvo mezclado con criminales de varios países, sobre todo latinos y estadounidenses, donde asegura hubo malos tratos. Durante los dos años que vivio en EE.UU. Miguel se dedicó de lleno a la construcción.
“¡Así es esto, está jodido!”, fue lo que expresó el hermano de Miguel Ángel cuando se marchaban en moto para ir a su hogar en Mejicanos.
A José Amilcar regresaba después de un año y medio de trabajar en la construcción en el norte. Nadie lo esperaba y tampoco tenía suficiente dinero para pagar un taxi, de esos que esperan para aprovechar la salida de los deportados.
-¿Cuánto hasta la Terminal del Sur?, le preguntó a unos taxistas.
-Diez dólares chelito, le respondieron los conductores
-Nombre, mejor me voy en bus. Dijo Amilcar, quien fue a buscar un bus que lo acercara a la Terminal del Sur en San Marcos.

Los niños deportados
Un microbús con al menos diez niños también llegó a la Gerencia de Atención al Migrante. Estos menores eran recibidos por funcionarios del Instituto Crecer Juntos y del Consejo Nacional de la Niñez y Adolescencia (CONNA).
A diferencia de los mayores de edad, los niños tenían permitido traer una bolsa con pertenencias como zapatos, ropa, celular y otros artículos personales.
La familia Vásquez recibió a un pequeño de once años que intentó entrar con su madre a Estados Unidos de forma irregular. Su madre no logró llegar, fue capturada por autoridades mexicanas y la deportaron. El menor si logró cruzar, pero lo detuvieron las autoridades estadounidenses y la familia pidió la deportación voluntaria del niño para poder estar nuevamente junto a su madre en El Salvador.
La bienvenida que le dio su familia, incluyendo a su madre, fue especialmente emotiva, con sonrisas, lágrimas, y toma de fotografías para el recuerdo. Vivieron tiempos de angustia mientras estaba solo en su proceso de deportación.
Cada menor que salía acompañado de los responsables legales llevaban consigo una mochila negra con logos de las organizaciones defienden a los migrantes, como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), ACNUR, y otras.

La migración, ya sea legal o de forma irregular, es un fenómeno histórico en El Salvador debido a la búsqueda de mejores oportunidades de vida digna. Según el Censo de Población y Vivienda presentado en 2024, hay 154,415 hogares en el país donde hay al menos un miembro de la familia que emigró a otro país. Este número representa el 8.3% del total de hogares.
Hasta el momento, ninguna entidad gubernamental ha informado el número de salvadoreños deportados que ingresan al país desde el inicio de la presidencia de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos el pasado 20 de enero. El Diario de Hoy intentó conseguir esa información con los oficiales de Migración y Extranjería, pero no fue proporcionada al cierre de esta nota.
Pero se puede calcular un aproximado si se tiene en cuenta que cada miércoles y viernes llegan vuelos federales desde EE. UU. con salvadoreños deportados. En cada vuelo llegan entre 80 a 90 personas.
Sin cifras oficiales, se puede estimar que desde el inicio de la segunda presidencia de Trump alrededor de 765 salvadoreños han sido retornados hasta el 19 de febrero.
Esta cifra contrasta con la de 1,350 deportados en el mismo período de tiempo en 2024 (durante la presidencia de Joe Biden), según datos de la Organización Internacional de Migraciones, es decir que se podría deducir que no han aumentado las deportaciones en la actualidad.
Durante todo el año 2024, la OIM registró un total de 15,003 salvadoreños retornados desde EE.UU.
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