Dinora Guadalupe Martínez entra a la casa de su hija menor. Los coloridos tonos de su ropa son los que simbolizan la lucha contra del cáncer de mama. Su blusa rosada combina a la perfección con el tema, además los zapatos altos y la viveza de su cabello, son matices que utiliza por la única y sencilla razón que le recuerdan sus motivaciones con respecto a la vida. Su personalidad fuerte, pero agradable, se refleja con el volumen de su risa que invade los lugares a los que llega.
Guadalupe tiene 57 años. Desde que era adolescente el ejercicio físico ha sido parte de su rutina diaria, por lo tanto, cuando allá por agosto de 2011 sintió una "bolita" extraña en su mama izquierda, no fue algo que llamara su atención. Ella se sentía una persona completamente sana. "Uno nunca piensa que va a tener cáncer, pero fui a mi ginecólogo y me mandó a hacer unos exámenes que me detectaron que tenía un carcinoma infiltrante grado 3", comenta.
Según la Sociedad Americana del Cáncer, el número del grado describe al crecimiento y propagación de la enfermedad, el 3 es indicativo de un cáncer de crecimiento rápido y con más altas probabilidades de propagación.
Ya en septiembre del 2011, Guadalupe ingresó a quirófano en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), para realizarse una Mastectomía Radical que implica el retiro completo de la mama. "Luego de ese día inicié con mis quimioterapias. Fueron ocho y aparte del cáncer fui diagnosticada con un gen que se llama HER2 Positivo, que hace que el cáncer se reproduzca más rápido y sea más agresivo", dice. Para este recibió un tratamiento especial de 18 quimioterapias. "Pasé un año y medio con el tratamiento, perdí mi cabello, subí mucho de peso por los esteroides, fue una etapa bastante dura después de las cirugías, ocho en total", agrega.
En 2015, a la edad de 49 años, Guadalupe vuelve a tener un nuevo diagnóstico de cáncer, pero en este caso fue un carcinoma "in situ", un padecimiento de la enfermedad con carácter hormonal. "No me había quitado el tejido mamario de la única mama que tenía, cuando me la quitaron yo ya tenía un cáncer in situ, el primero era genético, mi abuela fue la que tuvo ese cáncer, el otro es hormonal ya por la edad", comenta.
"Al quitar el tejido mamario me hacen una biopsia y ahí es que lo ve el médico". Este tipo de avance de la enfermedad es un poco más peligroso porque solo se puede ver al realizar los estudios.
En esta ocasión la quimioterapia tuvo una duración de 5 años y fue administrada por medio de pastillas. Guadalupe dice que todo ha estado bien a partir del tratamiento; sin embargo, se mantiene bajo control médico.
"Hoy tengo una nueva razón de seguir viviendo, mis nietos son los que me dan la alegría de estar viva, le doy gracias a Dios por volver a renacer y creo que lo más importante es el amor que uno lleva en su corazón, que los rencores, el odio y todo eso es lo que nos afecta muchas veces", comenta.
Después de obtener el primer diagnóstico, Guadalupe llegó a su casa, no recuerda mucho, solo que estaba en shock, se sentó frente a sus hijos y les dijo a secas: "Me voy a morir, tengo cáncer".
Pero gracias a que sus dos hijas y un hijo ya se encontraban en edades que les permitían razonar y acompañar a su mamá, su estado de ánimo fue cambiando.
La menor de los tres es Denisse. A la joven no le tiembla la voz cuando dice: "Mi mamá es la mujer más fuerte que he conocido en toda mi vida". Define su proceso como una experiencia compleja, ya que ella estaba a una edad donde no entendía las implicaciones del cáncer y los efectos en la familia. "Mi mamá siempre hacía chistes al respecto, ella siempre era una risa tras risa y verla físicamente mal nos generaba una disonancia al verla tan feliz. Ahora si entendemos todo el proceso por el que estaba pasando y porque ella intentó como acolchonarlo de esa manera", comenta.
"Mi mamá es una persona súper resiliente, siempre va a tener la fuerza para seguir luchando por lo que quiere, decir lo que opina y proteger a la gente que está a su alrededor", finaliza Denisse.
Un elemento determinante en Guadalupe en su la lucha contra la enfermedad es su condición física. Las quimioterapias, los procesos hormonales, medicamentos y esteroides pasaron factura en su cuerpo, pero no como habría impactado en alguien con hábitos sedentarios. Sus doctores sostienen que gracias al ejercicio el cáncer no apareció antes, ya que contaba con una predisposición alta a la enfermedad.
Maya León, su hija mayor, es la referencia de autoridad de sus dos hermanos después de su mamá.
Ella recuerda una experiencia que fue un parteaguas en su relación con la batalla de su madre con la enfermedad. "Mi mamá entró al cuarto, y me dijo: -ya no quiero esto- al tiempo que se quitaba sus pestañas, limpiaba sus cejas y removía su prótesis que usaba para disimular el pecho que le habían extraído", en ese momento Maya toma la decisión de evitar que sus hermanos menores vieran así a su mamá, trató de aportar fortaleza y le dijo: "Mami, estás bien, te ves bien, vamos a salir de esto y ya va a pasar".
Según ella, por ser la mayor, su rol fue de encargarse de velar por los asuntos académicos de los menores, la alimentación y detalles de la casa para que su mamá se despreocupara, además de crear escenarios para que sus hermanos no se enfrentaran directamente con el padecimiento de su mamá.
Mientras Maya comparte sus experiencias, sus propios hijos ríen y juegan alrededor de Guadalupe, su centro de atención. Desde que llegó la pequeña Renata se apoderó de sus brazos y encontró una entretenida calma mientras se toman fotografías y ven el celular. Carlos Ignacio corre por la casa, espera su turno de ser apapachado mientras suenan risas cómplices con su "abuela Lupita"
La fiesta que los niños viven con su abuela es la melodía perfecta para que Maya reflexione sobre su mamá. "No me imagine que fuera a ser una abuela tan entregada, siempre era el típico "¡a mí no me vayás a andar trayendo monos que yo ya cuidé! Hoy es una abuela súper consentidora, creo que el cáncer le marcó un antes y un después en muchas cosas que ahora le ayudan a vivir mejor, a disfrutarnos más, sobre todo a sus nietos".
Guadalupe ha dejado atrás la etapa de rememorar lo complicado de su proceso de curación, parece que el contacto con sus nietos le ha dado valor y confianza para asumir su nueva vida. Sus expresiones faciales cambiaron, su ceño ha dejado de estar fruncido, los ojos se le iluminan al conversar de lo que hoy en día le hace feliz.
- ¿Considera que le ha ganado la batalla al cáncer?
Hasta el momento no es como decir que le gané, porque esta es una enfermedad que llega y he visto bastantes amigas quedándose en el camino y uno dice: ya la veía bien… Yo me siento bien y le pido Dios que esto no vuelva. Llevo ya 13 años con esto y cada día es una oportunidad, no sé si va a haber un mañana.
- ¿Cómo ha sido el desarrollo del plan de vida de sus hijos a partir de superada la enfermedad?
A lo largo de estos años de sobrevivencia he visto a mi hija mayor graduarse dos veces de la universidad, estudiar una maestría, casarse, ver a sus dos hijos que son un amor. Mi hijo, el segundo, se graduó de la universidad y se fue a vivir a Argentina. Yo fui a traer el título, fue increíble pensar que van dos de tres, mi hija menor está por graduarse también. Me llena de mucha alegría y me hace sentir muy orgullosa. Dios me ha dado la oportunidad de verlos, eso era lo que más le pedía y me ha dado más.
- ¿Cómo asume su rol de madre y abuela luego del cáncer?
Yo soy la abuela consentidora, llego y me reciben con abrazos, creo que no se imaginan todo lo que uno ha pasado y verlos para mí es como ver a mi hija mayor nuevamente en la niña que tiene un año. Ellos sienten el amor que yo les doy, me tiro al piso, jugamos fútbol y de luchas con el niño. Hasta este momento los disfruto grandemente, no sé si voy a tener más nietos, pero me siento bien.
- ¿Qué enseñanza quisiera reforzar en sus hijos?
Que tienen que vivir el día a día, no complicarse con nada y ser felices, disfrutarse, quererse. Yo a veces les digo que nos queramos y apoyemos porque somos los únicos que estamos para nosotros, ahí estamos los demás para apoyarnos.
- ¿Cuál es su visión de la vida a partir de su proceso?
Cada día es una gran oportunidad. Cuando terminé las quimioterapias abrí la puerta de mi casa y hasta los colores vi diferentes, como cuando uno nunca ha usado lentes y se los pone, uno se dice: ¡de todo lo que me estaba perdiendo! Hasta la brisa sentía diferente. Decía Dios mío, tengo que aprovechar esto porque viví 44 años que no aproveché. Salir del tratamiento es una gran oportunidad, salir a la calle y querer hacer todo lo que no se pudo hacer durante el tratamiento.
- ¿A quién agradece en su proceso?
Yo le agradezco a Dios todo, porque siento que estuvo en cada momento y me lo demostraba en los momentos en los que yo decía: ya no puedo, ya no aguanto, me veía al espejo sin pelo, de un color gris, me veía las uñas moradas, unos dolores increíbles que no dormía y siempre había alguien que me ayudaba.