Los remos de la lancha de María Esther rompen el agua del lago y resuenan en la oscuridad. Pareciera que son esos golpeteos los que despiertan al sol, que empieza a bañar la orilla llena de piedras pómez. María Esther Hernández es una pescadora que vive en la comunidad San Agustín, en San Pedro Perulapán. Sale por las madrugadas a ejotear, o pescar tigrillos. Ella, así como 165 mil personas que residen a unos 10 kilómetros, depende de las aguas del lago de Ilopango, el más grande de El Salvador. Rema en ese lago, pero no bebe de su agua porque sabe que está contaminado.
Nayib Bukele prometió en 2019 que el lago de Ilopango acabaría "con la escasez de agua en toda el Área Metropolitana de San Salvador" por la construcción de una planta potabilizadora financiada por China.
Cinco años después, en marzo de 2024, una investigación científica dejó en entredicho esa promesa. La Escuela de Física de la Universidad de El Salvador (UES) determinó que el agua del lago de Ilopango no es potabilizable porque la concentración de metales pesados, como el arsénico y el boro, supera varias veces el estándar para el consumo humano.
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El estudio advierte los peligros de algunos de los metales encontrados: aumento de riesgo de cáncer y problemas en el sistema circulatorio (arsénico), daño renal (plomo), y acumulación en los riñones (cadmio). Enfermedades crónicas.
Nada que el Gobierno no supiera previamente. El Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) obtuvo resultados similares en otro estudio del año 2015: el arsénico, y compuestos como fósforo y fenoles (sustancias utilizadas en la industria que son de carácter tóxico) superaron la norma para consumo humano en un muestreo en ocho comunidades en derredor del lago, entre ellas Joya Grande y San Agustín, donde vive María Esther. Luego, el MARN lo reconfirmó en 2022 con un análisis que incluso detectó elementos como el mercurio y manganeso, no reportados en 2015.
El “Informe sobre la calidad del agua de los ríos de El Salvador”, también publicado en 2015 por Medio Ambiente, reveló que la cuenca de la región hidrográfica Río Jiboa – Estero de Jaltepeque, donde está el lago de Ilopango, tenía una calidad “mala” y que no cumplía estándares para riego, potabilización o actividades recreativas.
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Rafael Gómez Escoto, director de la Escuela de Física de la UES y quien estuvo a cargo de la investigación de 2024, reitera su criterio técnico: el agua del lago de Ilopango no es potabilizable a través de métodos convencionales. “Se puede hacer, pero es caro. Por ejemplo, uno de los métodos (para potabilizar) es el fotocatalítico, para hacer una especiación de los metales pesados y que precipiten y luego se puedan retirar por métodos físicos, como centrífugas”, explica, y aclara que estas técnicas se han probado a pequeña escala, en los laboratorios universitarios.
El doctor en física añade otro riesgo: los metales pasan del agua a los cultivos y peces y se acumulan en estos. Él y los estudios mencionados coinciden en que, si bien algunos elementos como el boro pueden deberse al origen volcánico del lago, otros pertenecen al ámbito antropogénico, es decir, son resultado de la actividad humana.
El Laboratorio de Toxinas de la UES, o Lab-tox, tiene un programa de monitoreo constante sobre cuerpos de agua dulce. Su director, Óscar Amaya, explica que su foco de análisis son las cianobacterias. El Lab-tox detectó más de 200 especies de cianobacterias en distintos cuerpos de agua durante casi una década. Aunque Amaya aclara que es normal su presencia, también dice que algunas son tóxicas y potencialmente mortales. Según él, graduado como físico nuclear, el aumento de estas puede ser por incremento de la temperatura de las aguas, de nutrientes o de la contaminación, entre algunos factores.
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El laboratorio determinó que, para finales de 2024, la calidad del agua de Ilopango no era útil ni siquiera para actividades recreativas por la proliferación de cianobacterias.
Ni María Esther, la pescadora; ni la profesora Ana Lilian Robles; ni David Martínez, un empresario de tilapias, beben agua del lago. Tampoco la beben otros pobladores de San Agustín, Joya Grande o El Pegadero consultados. O al menos eso dicen. Ellos no tienen a la mano los análisis, pero lo dicen más simple: el agua está contaminada.
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San Agustín es una de las varias comunidades de pescadores de Ilopango, cuya cuenca abarcaba 14 municipios hasta antes del cambio administrativo que redujo su número. Pero allí no atronan las bocinas con reguetón para llamar a los clientes a comer pescado frito, ni hay decenas de lancheros ofreciendo un paseo, como en Apulo. Allí, hasta los perros sin dueño se escabullen con una tilapia entre las fauces. Allí, y en el resto de comunidades, se pesca, aunque el lago esté contaminado y nadie se atreve a beber su agua.
El Estudio de Impacto Ambiental (EIA) que la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA) presentó para la planta potabilizadora sugiere otra cosa. En apenas tres líneas, sin mayor detalle, explica que los municipios de Ilopango y Santiago Texacuangos son proveídos del servicio a través de dos plantas potabilizadoras: Guluchapa y Joya Grande. Ambas se ubican en ruta al cantón Joya Grande.
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El EIA de ANDA no menciona otra fuente de agua para la distribución del servicio en esos municipios. Se solicitó una entrevista con la institución para clarificar este punto y otros de este reportaje, pero no se obtuvo respuesta.
David Martínez, el empresario de tilapias, explica que la tubería de extracción que ANDA tiene en el lago data de hace unos 13 años. Según él, la institución sirvió solo una vez de agua del lago a la comunidad pero “todos se enfermaron”.
Para este reportaje se solicitaron estadísticas de atenciones médicas en la zona al Ministerio de Salud (MINSAL), y datos sobre pesca artesanal al Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), pero ambas instituciones rechazaron entregar la información, que según la ley debería ser pública porque es de carácter oficiosa.
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Estadísticas de pesca artesanal de 2016 y 2019, llamada continental por no realizarse en las costas, confirman lo que muchos pescadores resienten: la baja de la pesca. En 2016 lo que más se pescó en el lago de Ilopango fue ejote, de los que María Esther antes capturaba en abundancia, con 194 mil kilos; y 63 mil kilos de guapote tigre. La tilapia apenas fueron 7 mil kilos, el número más bajo de todas las especies reportadas.
Tres años después, la pesca del guapote tigre bajó a 45 mil kilos y la del ejote a 179 mil kilos. La tilapia en cambio subió a 12 mil kilos. Pero ninguna otra especie ha sido tan mermada como la mojarra: de 20 mil kilos pescados en 2016 pasó a 6 mil en 2019. Esto consta en dos documentos disponibles públicamente.
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Los límites del lago
Hace 1,500 años, un cataclismo eruptivo del volcán de Ilopango dio origen a formaciones geológicas que ahora conforman el lago. El evento fue de tal magnitud que incluso generó afectaciones de cambio climático y lanzó trozos de tierra salvadoreña hasta Groenlandia. La caldera, al fondo del lago, reposa pero podría generar eventos similares en varios miles de años, según estudios de universidades de Barcelona y Bristol.
El EIA presentado para la potabilización del lago de Ilopango reseña que ANDA analizó tres alternativas para paliar la sed de al menos 165 mil personas o unas 33 mil familias de Ilopango, San Martín, Tonacatepeque y la colonia Altavista, todos en el departamento de San Salvador: potabilizar el lago; construir pozos y ocupar agua del lago; o únicamente utilizar pozos. La institución se decidió por la última opción y reconoció entre las desventajas la sobreexplotación del lago, la contaminación por metales pesados y la falta de experiencia de esta técnica.
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Jeremías Torres, del caserío El Pegadero, sobrepasa los ochenta años pero camina jovial por veredas, pedreros, quebradas y accesos empinados desde el lago. Lo ha visto cambiar y hasta hace poco años fue pescador y fabricante de cayucos. “Siempre de conacaste, es lo mejor”, dice, mientras muestra uno de los que él fabricó.
Torres y la maestra Ana Lilian Robles explican que ellos tampoco beben agua del lago. En su caso, el servicio no se los brinda ANDA. El caserío El Pegadero, con unas cuantas decenas de familias que se conocen entre sí, se abastece de aguas subterráneas procedentes de nacimientos. La comunidad está relativamente aislada y lo que les beneficia de un lado, los complica por otro. No hay carretera que llegue hasta ellos. Lo cuenta Robles, quien desde años atrás atiende la escuela de la zona. Para salir de la comunidad, hay que caminar cerca de dos horas por callejuelas inclinadas hasta la carretera; o tomar una lancha hasta Joya Grande, y luego un autobús.
En El Pegadero, según Robles y Torres, nunca les falta el agua. Joya Grande es el polo opuesto. Una calle de tierra inclinada en la que viven entre cinco y ocho familias es una isla reseca. En los últimos tres años, han tenido agua unas tres o cuatro veces en sus casas, según sus residentes. Un poblador, que pidió omitir su nombre, explica que el problema principal es la poca fuerza de la bomba, que no alcanza a subir el agua. El problema dos es la tubería. A ras de tierra, visible, está el tubo que queda más expuesto a cada paso de personas y vehículos por la aridez y lo inclinado del terreno.
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Cada carro que circula por el camino es un susto para las familias. Porque es la posibilidad de quebrar nuevamente la tubería. Dice el poblador que ellos mismos han comprado el tubo y lo han reparado varias veces. Han enviado cartas y han visitado instituciones para plantear su problema sin ser escuchados. Viven como peces expulsados de un acuario, rodeados de agua pero sedientos.
Ni ellos, ni ninguna otra de las comunidades del lago de Ilopango son el público objetivo de la planta potabilizadora que construye la cooperación china, por un costo de $40 millones, según los documentos ambientales del Gobierno, y para un período de desarrollo de tres años. Si bien, el gobierno ha mantenido la narrativa de de potabilización del lago; el proyecto ha sido planteado como una planta con pozos desde un inicio.
Según el EIA, el agua extraída de los pozos que construirá el Gobierno de china está destinada a los distritos de Tonacatepeque, San Martín e Ilopango. ANDA, según el documento, debe garantizar una extracción promedio de entre 246 a 300 litros de agua por segundo para cumplir la demanda de la zona. El plan de tratamiento es la extracción, sedimentación, presurización, filtrado y cloración del agua extraída; pero no se plantea un tratamiento adicional. Se solicitó una entrevista a la Embajada de China en el país para conocer más del proyecto, pero no se obtuvo respuesta.
La herramienta Thinkhazard.org, apoyada por el Banco Mundial y que mide parámetros relacionados al cambio climático, sitúa a Ilopango y Santiago Texacuangos en un riesgo “medio” de escasez de agua.
Gómez Escoto, el director de la Escuela de Física de la UES, dice que en zonas como el lago, a nivel subterráneo, todo está conectado, las cuencas y subcuencas son un solo cuerpo. Los pozos de 300 metros de profundidad que se construyen a unos 5 kilómetros del lago no están aislados de este, beben de la misma cuenca.
ANDA plantea en su EIA que, como mínimo, se harán 300 monitoreos de calidad del agua por año una vez la planta esté en funcionamiento.
Por el momento, los únicos que hacen un monitoreo permanente son la UES en conjunto con otras instituciones, como el MARN y la Fundación Amigos del Lago.
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Brenda Villatoro, la directora de esta fundación en el cantón Joya Grande, está orgullosa del trabajo articulado que han logrado en la zona y comunidades cercanas. Desde hace unos cinco años, construyen ecobordas reciclando parte del mismo plástico que inunda el lago para lograr detener toneladas de plástico.
El proyecto funciona desde 2019 y también implica jornadas de limpieza y trabajo de voluntariado. David, Ana Lilian, Jeremías, María Esther, Douglas y muchos otros pobladores de las comunidades del lago aseguran que ellos no lanzan plástico ni basura al agua, en la lógica de que nadie bota basura adentro de su casa.
Villatoro asegura que el monitoreo periódico y la alianza con las instituciones ha mejorado la calidad del lago. Una señal para ella es que ahora ya no ven agua de colores bajando por el río Chagüite, producto de descargas industriales. Hay menos plástico flotando. Sin embargo, sabe que el agua está contaminada.
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María Esther, la pescadora que ya sobrepasa los 60 años, ya no sale todos los días a ejotear, como lo hacía en los ochenta. Sus hijos la ayudan con los gastos. Solo sale porque, aunque sabe que hay un riesgo, no se halla sin deslizarse por las aguas de la caldera.
*Trabajo colaborativo de Suchit Chávez, Jessica Orellana, Damaris Girón, en alianza con Factum y El Diario de Hoy, para la beca FOCAP.
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