En un cuarto de laboratorio, dos jóvenes biólogas afilan sus ojos y su pulso para abrir el caparazón de un cangrejo. Un colorido y congelado tihuacal. La tarea que tienen Alisson Monroy y Camila González es investigar en las especies salvadoreñas la existencia de microplásticos en los estómagos por la contaminación que llega a sus ecosistemas.
La primera fase de este proyecto comenzó con la evaluación de una muestra de siete tihuacales a los cuales se les extrajo su estómago para luego desintegrarlo con peróxido de hidrógeno. De este proceso solo quedaron algunas células muertas y las fibras del plástico que ellos habían ingerido.
Las científicas esperaban que su hipótesis no fuera cierta, pero debido a la contaminación era poco probable. Los resultados fueron contundentes. “Esto que encontramos no es propio de la naturaleza”, dijo Alisson muy preocupada. Este muestreo les llevó a concretar la idea y agregar muchos más para reforzar los resultados.
“¡Fue chocante! Me dije: ‘prácticamente están comiendo (las personas) algo que usas para guardar agua’”, dijo a Camila con asombro luego de preguntarles qué fue lo primero que dijeron cuando encontraron los microplásticos en los cangrejos. “El plástico, como ya sabemos, está en todos lados”, siguió Alisson.
Esta investigación nació bajo el proyecto Patitas, del Centro de Investigación Marina y Limnológica del ICTI-UFG, junto a colaboradores de SigmaQ, una idea que busca indagar la realidad de especies de cangrejos en el territorio costero marino de nuestro país.
“Abrió muchas puertas y nos dejó muchas más preguntas, se evidenció que el grupo no ha tenido esfuerzos de estudios”, señaló con preocupación la bióloga marina y coordinadora de de la investigación, Johanna Segovia.
A pesar de que los primeros cangrejos eran pocos, los resultados de estos causaron preocupación entre las científicas, ya que en uno de ellos encontraron 20 fibras de este material y en otro hasta 365. Los microplásticos son diseminaciones de plástico tan pequeños que en algunos casos son difíciles de observar por el ojo humano y debe de verse a través de un microscopio.
Monroy explicó que el plástico encontrado data de muchos años atrás y en su proceso de descomposición se desintegra en pequeñas partículas. “Estos materiales nunca desaparecen. Es preocupante porque ya ingresaron a la cadena alimenticia. Hablamos de cangrejos, alimento que pertenece a la dieta de algunos salvadoreños.
Segovia y su equipo trabajan con muestras de la Bahía de La Unión y ríos en el departamento de Sonsonate; por ahora son tres especies en estudio. Con el avance de este estudio pretenden tener representación de varios hábitats y taxones (población de organismos).
“El problema no es exclusivo en cangrejos, ya que se ha encontrado hasta en la sangre humana y en la leche materna. Por eso resulta tan importante ocuparnos sobre el problema, y aportar lo más que se pueda para evitar los impactos negativos en los ecosistemas”, reconoció Segovia.
Por su parte, Camila González agregó que el plástico pone en peligro los ecosistemas de todas las especies, incluyendo la humana. “Esto es como un bumerán. El impacto no solo está en los cangrejos, sino en aquellos que se lo van a comer (cadena alimenticia). Hay estudios en los que hablan de aberraciones o modificaciones en la genética”, advirtió.
Un término viejo pero desconocido
A pesar de que la palabra microplástico no es del todo nueva, personas consultadas por este periódico aseguraron que nunca habían escuchado hablar de ella. En el mundo científico se habla de estas partículas desde los años 70, pero no fue hasta 2004 cuando el término nació del científico de la universidad de Plymouth, Richard Thompson.
Durante todo este tiempo, investigadores preocupados por el impacto del plástico determinaron que se puede encontrar desde las profundidades del océano hasta la punta del Everest, eso cuando hablamos de porciones que se pueden observar con facilidad. Las científicas salvadoreñas concuerdan también en que estas diminutas partículas se presentan en los alimentos y hasta en el agua que bebemos, llegando a acumularse en tejidos y órganos.
“Aunque aún se necesita más investigación, se ha planteado que los microplásticos podrían tener efectos adversos en la salud, como la inflamación, el estrés oxidativo y posibles alteraciones hormonales. Por tanto, es importante seguir investigando y tomar medidas para reducir la exposición a los microplásticos en aras de proteger la salud humana”, explicó.
A la venta en el mercado Central
Sonia de Pérez es una vendedora del mercado Central en San Salvador y en sus 25 años de vender crustáceos nunca escuchó hablar de los microplásticos ni que estos lo llevaran dentro de sus pancitas, la parte más apetecible para los consumidores.
Ella, al igual que otras personas, es amante de su sabor y lo consume de todas las formas que conoce, sobre todo en la famosa mariscada. “No sabía que ellos comían eso, pero supongo que es por la contaminación que nosotros hemos provocado”, señaló con sinceridad. Al preguntarle si, ahora que tiene esa información, lo seguiría consumiendo, respondió que sí. “No es de siempre, pero son bien sabrosos”, dijo mientras se lanzaba una carcajada.
“Las personas tienen derecho a conocer, a saber, qué es lo que consumen, y también a informarse sobre los problemas y retos que el país tiene en tema de contaminación (…) Consumir o no, será su elección, una elección informada. Por ahora se conoce poco, no sabemos las concentraciones que nos pueden impactar, y la velocidad con la que se puede acumular”, añadió Segovia.
Los cangrejos que llegan al mercado provienen principalmente de Usulután y Sonsonate. Se venden por “manojos” que tienen hasta una docena. Su valor ronda desde los $5 hasta los $10. Punches, tihuacales, jaibas, son los más solicitados, pero resaltan que el consumo y la cantidad del producto bajó a través de los años.
“Quienes lo consumen son muchas veces personas mayores porque es una costumbre que tenían, pero es que también a veces nos dicen que ya poco se encuentran”, explicó Santiago, vendedor de cangrejos de este mercado.
La percepción de la contaminación en los ecosistemas está muy presente en las personas y responsabilizan a la acción humana.
Las científicas de esta investigación concluyen que lo importante ante el problema es cómo lo enfrentamos y sugiere involucrarse en el cambio de consumo, la protección y conservación de los ecosistemas.
“Si la población conoce del problema, es posible que quieran apoyar en la solución. Queremos generar conciencia y pensamiento crítico para prevenir”, concluyó Camila González.