A los dos meses de que su sobrino Carlitos nació en prisión, María (nombre cambiado a petición de la fuente) recibió una llamada de empleados del Conapina (Consejo Nacional de la Primera Infancia, Niñez y Adolescencia). Le dijeron que su hermana, detenida desde octubre de 2022 bajo el régimen de excepción, había pedido que le entregaran su bebé, nacido el 29 de diciembre anterior.
A los pocos días, empleados del Conapina llegaron a ver las condiciones en que viviría el bebé. Varias semanas después le volvieron a llamar para que el 23 de mayo de este año fuera al Instituto de Medicina Legal (IML) para que se sometiera un examen psicológico, siempre como trámite para ver si reunía las condiciones en que vivía el recién nacido.
Semanas después, sin tener noticias del trámite, María llamó al Conapina, donde le dijeron que solo estaban esperando que el IML les enviara los resultados del examen psicológico.
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Pasó otro mes. El trámite, desde aquella llamada de finales de febrero, se acercaba a los cuatro meses.
Y de repente, el 20 de junio, del Conapina le llamaron para decirle que a la 1:00 p.m. de ese día se presentara en la granja penitenciaria de Izalco, para recibir a su sobrino.
“Mire, mi amor, el bebé va malito de salud, porque las condiciones aquí no son las adecuadas; cuando llega la gripe a todos les da. Aquí todos están malitos”, recuerda María que le advirtió la doctora en la granja penitenciaria de Izalco. La doctora también le afirmó que el niño tenía escabiosis. Para entonces eran poco más de las 3:00 p.m.
María asegura que Carlitos no paraba de llorar. Luego de hacer todo el trámite y de recibir un montón de medicamentos que la doctora le entregó, retornaron a la casa donde Carlitos viviría en libertad, luego de vivir sus primeros 174 días de vida en una prisión en la que solo hay dos médicos generales para atender a decenas de niños nacidos en prisión debido a que sus madres fueron capturabas bajo el régimen de excepción, acusadas de pertenecer organizaciones ilícitas.
Por todo el trayecto desde el penal de Izalco hasta una zona rural del departamento de Cuscatlán, Carlitos no dejó de llorar. Así pasó toda la noche.
El 21 de junio María y otra de sus hermanas se llevaron al niño a un hospital privado de Cojutepeque para que lo viera un pediatra.
En ese hospital, un pediatra le indicó que el bebé tenía neumonía. Le pusieron terapia respiratoria y se fueron para la casa. Carlitos pareció mejorar. El llanto se calmó pero de repente le comenzó a temblar el estómago. Para entonces eran las 2:00 p.m. del mismo 21 de junio.
Sin recursos para atenderlo
De inmediato se fueron para la unidad de salud de San Rafael Cedros; cuando llegaron el niño se puso morado, pero en esa unidad de salud no había oxígeno ni mascarillas para ponerle terapias. María vio que manualmente le estaban suministrando oxígeno.
Luego un doctor le dijo que necesitaban volar para llevarlo al hospital nacional de Cojutepeque. La ambulancia en que lo llevaron no estaba equipada con oxigeno.
En el hospital de Cojutepeque ya lo estaban esperando los médicos pero cuando estaban auxiliándolo, al bebé le dio un paro respiratorio. Eso le dijeron los médicos a María.
Allí le hicieron firmar una autorización para intubarlo y trasladarlo al Hospital Bloom porque allí en Cojutepeque no tenían los equipos necesarios para atenderlo.
En el Bloom lo comenzaron a atender desde que llegó, como a las 7:00 p.m. pero fue a hasta las 3:00 a.m. del 22 de junio cuando lo pasaron a la UCI (unidad de cuidados intensivos).
María recuerda que en el Bloom le dijeron que el bebé estaba grave y que no le daban esperanzas de que se recuperara, pues le había dado un paro de cuatro minutos, que le había afectado gravemente el cerebro, el cual ya se le estaba inflamando.
El 23 de junio, los médicos del Bloom le dijeron que el cerebro de Carlitos no estaba funcionando y que eso estaba afectando otros órganos como los riñones, el hígado… La cabeza del niño lucía agrandada.
El 25 de junio le dijeron a María que se prepararan para lo peor. Que durmiera con el teléfono a mano, por cualquier mala noticia.
El 26 de junio, Rebeca (nombre cambiado), una hermana de María, fue a visitar a Carlitos. Ella recuerda que minutos antes de las 3:00 las máquinas a las que estaba conectado su sobrino comenzaron a pitar intensamente y luego dejaron de hacerlo. De inmediato sacaron a los visitantes con la excusa de que la hora de visita había terminado.
Cuando Rebeca llegó a su vivienda, María ya había recibido la llamada del Bloom: Carlitos había muerto.
En los documentos consta que el bebé murió a consecuencia de insuficiencia renal, insuficiencia hepática y “neumonía, debido a otras bacterias”.
Tanto María como Rebeca están indignadas por la muerte de Carlitos. “Ningún bebé debería sufrir todo eso. Le hago un llamado a la Primera Dama de la nación para que vea de qué manera se puede evitar que otros niños sufran lo que sufrió mi sobrino”, afirmó.
María considera que es injusto que muchos niños recién nacidos estén sufriendo junto a sus madres las condiciones carcelarias que llevaron a Carlitos a la muerte. “Si tan solo me lo hubieran entregado unos meses antes, tal vez mi niño no estuviera muerto”, afirmó María, quien no sabe si su hermana fue informada ya de que su hijo falleció.
El pasado 17 de mayo, Génesis, una bebé de 17 meses, murió luego de permanecer seis meses en el penal de Apanteos, donde desde agosto de 2022 está presa su madre; la niña fue entregada a la abuela en condiciones de salud deplorables.