Un día, a todo ser humano le llega la muerte y, frente a ese inevitable hecho, existen quienes se dedican, de profesión, a la elaboración y distribución de ataúdes.
Ese es el caso de el taller de la Funeraria Nazareth, que se creó seis años atrás, en 2016, en las entrañas del barrio Concepción, en el municipio de San Pedro Perulapán, del departamento de Cuscatlán. Bajo un armazón de láminas trabajan al menos cuatro hombres, entre pintores y carpinteros, con música a todo volumen, gritos, risas, charlas, y bromas pesadas durante todo el día. Los acompaña una mujer silenciosa: la única que hace los trabajos de tapicería.
Carlos Guzmán tiene más de 18 años de trabajar en el rubro de la elaboración de los ataúdes. Como pintor, él es el encargado de darle el “maquillaje” a las cajas, con eso ha sacado adelante a su familia.
El rubro de los ataúdes “es más seguro”, dice Carlos Guzmán. Sin embargo, opina que el margen de ganancia se ha ajustado debido a que hay más negocios.
En el taller se respira el olor constante de solventes de pintura y las partículas de aserrín que genera la sierra eléctrica, que se enciende y se apaga cada cinco minutos para un nuevo corte de madera.
Fabricación
La fabricación de los ataúdes inicia con el secado de la madera al sol, que puede tomar unos tres meses, luego pasa al taller de carpintería en donde la madera es cortada según el tamaño y tipo de féretro a fabricar. Poco a poco, la madera o durapanel, toma forma en manos de jóvenes que han encontrado en esta industria una forma de subsistir.
En este punto, la caja es envasada o sellada y pasa al área de pintura. Es en esa parte del proceso en donde la madera toma el color que el cliente elija: puede ser el tradicional café madera, hasta un salmón o un lila, las opciones son infinitas. Para Carlos, el proceso de la pintura es el más difícil, porque requiere más dedicación.
Los precios de los ataúdes varían según los estilos.