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Arcadio Carpio, el maestro que repara acordeones en el centro de San Salvador

Durante su vida ha sido motorista, mariachi, encargado de un ingenio azucarero y hoy, casi a sus 80 años de edad, dedica sus días a reparar instrumentos de cuerda, pero particularmente se enorgullece del oficio de restauración de acordeones.

Por Miguel Lemus | Jun 15, 2024- 21:44

Foto EDH/ Miguel Lemus

Un pequeño local hace las veces de casa de habitación, alquiler de cuartos y taller de reparación de instrumentos musicales. En la entrada, Arcadio Carpio descansa sus brazos sobre la media puerta que permite llevar la mirada hasta el fondo. ¡Buenos días!, exclama a cada persona que pasa por el transitado lugar. Muchos no le contestan, son personas que se aglomeran con intenciones de abordar lo más pronto posible un autobús que los lleve a sus lugares de trabajo. A lo que él responde: “la gente ya no tiene tiempo para la educación”, mientras con cortesía se quita la gorra a modo de invitación para ingresar a su hogar.

Los claro-oscuros se apoderan del lugar, mientras Arcadio se encarga de extender un foco por cada sitio al que se desplaza. Los únicos lugares en constante iluminación son una mesa que utiliza como improvisado taller, la entrada desde la que se observa la Plaza Zurita y una lámina transparente al fondo de su casa.

 “Cuando llueve, por esa esquina (lámina) entra un chorro de agua, por eso tengo los instrumentos a reparar en alto”, agrega, mientras señala justo al pie de su cama donde una serie de acordeones descansan sobre su colchón.

Foto EDH/ Miguel Lemus

Al ingresar, Francisco Hernández, un amigo de juventud de Arcadio, inclina amablemente su gran sombrero blanco, saluda mientras ofrece un cálido apretón de manos y señala una abollada olla con café en grano y un colador en su interior. Invita a tomar asiento mientras no quita la mirada de una novela mexicana que se proyecta en un pequeño televisor de cajón, que se posa sobre una vieja refrigeradora. 

Francisco llega todas las mañanas para compartir el desayuno, alguna bebida caliente y ver las telenovelas que se transmiten por televisión nacional. “Cuando supe que iban a entrevistar a mi amigo no podía dejar de estar presente para molestarlo y contar algunas verdades de él”, comenta, mientras a los dos les invade una fuerte carcajada, es una una amistad de más de 60 años la que les une.

Arcadio cambia de sombrero por tercera vez, se sienta junto a Francisco, le extiende la mirada mientras suelta unas armoniosas notas de acordeón, mientras su amigo le responde con la letra de una canción que evocan a un viejo amor. Son composiciones propias que alguna vez entonaron juntos en sus épocas de juventud, cuando formaban parte de diversos grupos musicales. Las paredes son una prueba irrefutable de esa historia, parecen un álbum fotográfico que contiene postales del pasado artístico de Arcadio.

El acordeón que maneja con mucha destreza es uno que llegó para reparación la semana anterior. Ya suena a la perfección y el tono castaño oscuro de su madera hace que estas piezas sean también agradables a la vista. 

Foto EDH/ Miguel Lemus

El trabajo

El proceso de reparación es, en palabras de este hombre, algo fácil.

“Unas láminas metálicas suenan con el paso del aire, con el tiempo se doblan, dejan pasar más o menos aire y ya no suena bien, entonces se cambian, se les aplica un engrudo especial y se vuelve a armar”, comenta Arcadio, con una seguridad de más de 60 años de experiencia reparando instrumentos de cuerda y viento.

“Aquí trabajo yo, ahí están los bajoquintos, las guitarras, las vihuelas y aquí los acordeones, de estos hay bastantes, estos aquí ya están solo de tocar, les fallan las lainas (piezas de aluminio), estas son las que se le cambian, cada tecla o botón lleva un voladito de estos”, menciona, mientras hace un recorrido por los instrumentos que tiene en su hogar.

A lo lejos se escucha que alguien golpea las láminas de la puerta. Es la quinta vez que llegan a preguntar por la venta de un instrumento, alguna reparación o si hay oferta de trabajo como acompañante de mariachi. Su hogar no es vistoso, se esconde entre los buses que hacen meta en el lugar y algunas ventas de comida, pero el oficio de este personaje es muy difícil de encontrar y sus clientes llegan por referencia de sus años pasados.

Arcadio Carpio vuelve a sentarse, cuelga su sombrero y se pone la gorra, hace una última prueba de sonido. Abre las gavetas de su mesa, señala sus repuestos, mientras pareciera conectar con su acordeón. 

De esta forma, este hombre inicia su rutina, probablemente única en el centro de San Salvador.

Foto EDH/ Miguel Lemus

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