La noche del 9 de agosto de 2022 una tormenta con vientos inusualmente fuertes pasó por San Salvador dejando una estela de destrozos igualmente inusuales. Según el consolidado del Ministerio de Gobernación, esa noche cayeron 86 árboles solo en la capital.
Una situación similar ocurrió sobre el área metropolitana el 16 de abril de este año. Esa noche el reporte oficial contabilizó 80 árboles caídos.
Pero en general, con cada tormenta que pasa sobre nuestro país, fuerte o moderada, deja tras de sí árboles caídos y sus fotos que circulan por redes sociales de las instituciones estatales responsables de la seguridad ciudadana.
La caída de un árbol, incluso uno pequeño, representa un riesgo para las viviendas, tendido eléctrico, automóviles y vidas humanas. Pero, por otro lado, los árboles son una parte necesaria para hacer la vida en la ciudad más agradable, sobre todo por todos los servicios ambientales que estos brindan, especialmente la disminución de la temperatura ambiente, ahorrando a su paso energía eléctrica que se gasta en aires acondicionados, un factor a tomar en cuenta para frenar los efectos del cambio climático que cada vez son más evidentes en todo el mundo.
Pero no solo eso. Está comprobado por estudios científicos que los árboles en la ciudad mejoran la salud física y mental de la población, los negocios en calles arborizadas logran mejores ventas porque los habitantes y visitantes permanecen más tiempo en espacios que le resultan agradables. También aumentan el precio de las propiedades, las viviendas cerca de parques con árboles frondosos tienden a venderse a mejor precio. Producen oxígeno y son filtros de aire porque capturan micro partículas suspendidas que son muy dañinas para los pulmones y, sobre todo, ayudan a la fauna y flora nativas a sobrevivir dentro de las urbes.
Entonces, surge una pregunta necesaria: ¿es posible que un árbol no sea un peligro?
Al analizar las fotografías en redes sociales de los ejemplares derribados, hay especies que aparecen más a menudo y entre ellas sobresale el laurel de la India, el Ficus benjamina (su nombre científico en latín). Aparecen otras especies, sobre todo exóticas que provienen de otros países o continentes, y también nativas, pero el laurel de la India ejemplifica muy bien el porqué los árboles urbanos se tornan peligrosos.
La voz de un experto
El arborista certificado Edgar Ojeda es un ingeniero mexicano en restauración forestal que dedica su vida a trabajar con gobiernos locales y entidades privadas para sembrar y dar mantenimiento de forma adecuada árboles urbanos. Para él, “las raíces son la clave”, declara categóricamente. Según el experto, de los árboles vemos el tronco, las ramas y hojas, pero la longitud de su vida depende primordialmente de raíces sanas para anclarse al suelo y así resistan hasta los vientos más fuertes sin caerse.
Para ello, es necesario seleccionar correctamente las especies y plantarlas de forma adecuada en el lugar adecuado.
Un árbol en la ciudad no tiene las mismas condiciones para vivir que tendría en un espacio abierto en el campo o en un área natural. Por principio, la ciudad es un ambiente hostil para una planta en todos sentidos, es como un desierto por las elevadas temperaturas, la contaminación, las vastas superficies pavimentas que no permiten la penetración del agua lluvia y los suelos altamente compactados para la construcción de inmuebles, calles y aceras, que no permiten la expansión natural de las raíces cuando crecen.
Para que un árbol prospere y disminuir riesgos de caída hay estándares de siembra comprobados por su eficacia en varias ciudades del mundo. Ejemplos, en países con recursos, son las ciudades de Oslo, Noruega, y la Estocolmo, Suecia. Sus métodos contemplan la buena salud de los árboles y la prevención de daños a la acera, tuberías y otras instalaciones subterráneas. Para un solo árbol, se cavan grandes zanjas de varios metros cúbicos que se rellenas con capas de roca mezclada con tierra de buena calidad.
Estos sistemas utilizados en países industrializados no significan que en nuestras ciudades no se puedan hacer compromisos. Para empezar, hay que buscar arriates lo más amplios posibles y, si es necesario, romper al pavimento para crear un alcorque, que es un espacio alrededor del pie de un árbol que permite la absorción de agua y oxigenación de las raíces. Entre más grande mejor. Otra regla es la profundidad que hay que excavar. Los árboles tienen dos tipos de raíces, unas son con las que absorbe nutrientes y agua, y las de anclaje con las que se aferra al terreno. Para que las raíces absorbentes crezcan con libertad, según Ojeda, 90 centímetros de profundidad es suficiente, porque a mayor profundidad ya no hay oxígeno.
Otra clave del éxito es sustituir el suelo que se sacó del hoyo de plantación con uno de buena calidad, sobre todo si el suelo escarbado es ripio, o suelo muy compactado.
Especies a plantar ¿nativos o exóticos?
No se trata de hacer una gran maceta subterránea, por lo que el suelo sustituto no tiene que ser tierra negra de vivero, sino una mezcla de tierras que contengan nutrientes. Algunos autores recomiendas tierra cribada con abono. Para Ojeda, la cantidad ideal de suelo a sustituir es de 12 metros cúbicos por árbol, pero de 2 a 4 metros cúbicos un buen compromiso. Aun así, sigue siendo una gran cantidad de suelo, pero eso no significa que una familia no pueda plantar un árbol frente a su casa o en el parque de la comunidad porque incluso bajo una acera puede haber tierra de calidad, sobre todo si antes de urbanizarse en el lugar había naturaleza.
La elección de la especie de árbol a plantar es el segundo factor crucial. Para ellos hay que conocer el tamaño que crece el árbol, el espacio disponible, la cercanía de cableado o fachadas de casas o edificios. Hay árboles que no crecen más de 10 metros de altura, pero hay otros que alcanzan los 40 metros. Los arbustos son una buena alternativa para aceras y calles estrechas o llenas de cables. Una buena fórmula para elegir una especie, es observar árboles en el entorno de la ciudad que fueron plantados hace décadas y lucen sanos.
Entre los movimientos ciudadanos de reforestación urbana hay algunos que promueven la siembra de especies nativas, es decir, árboles que han vivido en el territorio durante decenas de miles de años, acostumbrados al clima y humedad locales por lo que necesitan menos agua, son más resistentes a plagas y enfermedades y además son huéspedes naturales de especies de animales de todo tipo. Sin embargo, para Ojeda, la especie a plantar debe ser una elección hecha dentro de la comunidad, en consenso entre los habitantes para evitar problemas vecinales; si estos quieren sembrar árboles de mango por sus frutos, que esa sea su voluntad, a pesar que el mango es una especie de la India introducida en el siglo XIX a El Salvador.
Los laureles de la India
La caída de los laureles de al Inda, un árbol exótico proveniente del sur y sureste de Asia, ejemplifica bien que desde el día que fueron sembrados se cometieron varios errores. Esta especie tiene raíces poderosas que se extienden varios metros desde el tronco y por ellos y necesitan un espacio de suelo muy amplio alrededor. Hay laureles muy grandes y sanos en parques de San Salvador, donde las raíces han tenido la libertad de crecer sin barreras. En un pequeño arriate en una acera estrecha, las raíces no pueden crecer y sí lo logran, es por debajo del pavimento que con el tiempo termina destruido. Luego vienen reparaciones en las aceras en las que las raíces gruesas se cortan y por las heridas penetran enfermedades, como los hongos que van debilitando más el anclaje. El árbol seguirá creciendo en volumen, son verdaderos gigantes de cientos de toneladas, pero con raíces ya no son capaces de apoyarlo a largo plazo.
Edgar Ojeda conoce bien casos de fracaso y éxito de siembra de árboles urbanos y estos no son muy distintos a otras ciudades del mundo. Los árboles tienen una duración de vida y cuando empiezan a morir, son los gobiernos locales los que deben evaluar el estado de salud. Para eso, en ciudades que son ejemplo en el mundo, como Guadalajara, hay equipos de arboristas expertos que evalúan constantemente el estado de salud de ejemplares viejos y se encargan también de la sustitución de estos en caso que sea indispensable talarlos. “Hay que apostarle a la calidad más que a la cantidad. A los políticos les encanta hablar de millones de árboles sembrados, pero ¿de qué sirve plantar grandes cantidades sin estas no sobreviven?
La clave está en sembrar en lugares estratégicos, con especies bien seleccionadas por el tipo de suelo y espacio y darles un buen mantenimiento. Tenemos que dejar de ver a los árboles solamente como un ornamento y verlos como un elemento funcional, ya que tiene beneficios ambientales, ecosistémicos e incluso turísticos. El árbol urbano debe ser observado, revisado, intervenido y supervisado por especialistas en el tema, con todos los conocimientos requeridos para todo tipo de trabajo en el arbolado, de ahí la importancia de consultar un arborista certificado, profesionales que reúnen todas las características necesarias para ello”, finalizó.