“Yo soy un niño de mesón. Vengo de una familia ´acomodada´, pero acomodada al mesón, acomodada a dormir en la misma cama los tres juntos con mis hermanas”, relató un hombre que supera los 60 años, identificado como “El Zapatero” del mesón Flor de Izote en el centro de Santa Ana.
En los últimos años los mesones en la ciudad de Santa Ana han disminuido sin dejar evidencia de la apertura de nuevos espacios que brinden un techo a precios accesibles para los trabajadores con ingresos bajos, según recientes datos de la Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima (FUNDASAL).
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Durante las últimas décadas algunas de las construcciones identificadas como mesones fueron transformadas en pequeños apartamentos, oficinas o locales comerciales que se pueden rentar a un mayor precio, los investigadores sostienen que esto se debe a la migración de los propietarios, endeudamiento y en algunos casos a incentivos del mercado de suelos.
Tras vivir 47 años en el mismo mesón, el zapatero, es uno de los ejemplos del arraigo que existe por parte de este grupo poblacional. Los mesones son espacios cargados de memoria histórica, representan un patrimonio cultural enfrentado al deterioro y abandono.
La mayoría de los mesones presenta condiciones estructurales precarias por la falta de mantenimiento, inversión limitada y uso intensivo. Debido a que estos espacios deben compartir sanitarios, duchas y lavaderos entre 10 o más personas suelen ser insuficientes y se encuentran en malas condiciones.

El 28% de las habitaciones de los mesones, a nivel nacional, son compartidas entre tres hasta ocho personas.
Fundasal sostiene a través de su estudio Habitando en el olvido: una mirada a los mesones en cuatro ciudades de El Salvador, que la situación se agrava en la ciudad de Santa Ana.
La población de los mesones en Santa Ana presenta una leve mayoría femenina con el 54%. En su mayoría estas mujeres no tienen una actividad remunerada y las que sí cuentan con un ingreso se dedican a micronegocios, ayudantes en mercados aledaños, oficios domésticos.
“Dios hace todo posible. Él nos dio la fortaleza para salir adelante y la sabiduría a mi mamá para sacarnos adelante, porque fue madre soltera”, agregó El Zapatero, quién sostiene que no pudo terminar la escuela y se salió cuando tenía 12 años para iniciar como aprendiz en un taller de zapatos.
Según el estudio los menores que viven en los mesones abandonan la escuela antes de llegar a niveles superiores y aproximadamente a los 17 años pasan a formar parte de la población económicamente activa.
Fundasal también observó el limitado acceso a la educación en el caso de las personas mayores debido a los contextos de pobreza en los que se viven y la necesidad de insertarse a una actividad laboral a temprana edad.

Medios de vida
Durante la investigación Fundasal retrató la complejidad de la economía informal, la vulnerabilidad ante los ingresos precarios e irregulares que sostienen a las familias en los mesones.
El ingreso mensual familiar promedio es de $360 de los cuales las familias priorizan el pago de alquiler y otros servicios. El remanente de $260 se debe administrar para alimentación, transporte, vestuario y otros.
La población económicamente activa de los mesones ronda el 61% , de los cuales la investigación indica que son seis hombres por cada cuatro mujeres.
Investigadores sostienen que la proximidad de los mesones a los mercados es un factor determinante en la búsqueda de vivienda para reducir gastos y optimizar tiempo.
Muy pocas personas se aventuran a tener un negocio propio y procuran mantenerse empleados en más de un lugar. Aunque el comercio por menudeo sin un local también es una actividad económica predominante entre los entrevistados.
En los últimos años, los vendedores ambulantes residentes de los mesones reportan interacciones violentas con elementos policiales y agentes municipales, mismos que se han intensificado en el contexto del régimen de excepción.
Del 2022 a la fecha, las personas han percibido un aumento de cateos arbitrarios y controles excesivos por parte de los agentes policiales generando inseguridad y desconfianza sobre todo en las familias con niños.

Identidad y arraigo
El costo de alquilar una habitación en un mesón es relativamente bajo y puede rondar los $60 en promedio, la cercanía al lugar de trabajo y a los familiares son las razones más frecuentes para tomar estas opciones.
48% de los habitantes tienen más de seis años de habitar en estos lugares.