Desde hace 21 años, el albergue Divina Misericordia acoge decenas de personas que no tienen donde vivir ni dormir. Personas que se fueron de su hogar, que no les alcanza para alquilar o comprar una vivienda, personas que poseen un ingreso económico mínimo.
Todos los días, a las 5:30 de la tarde se abren las puertas de una vivienda ubicada en la 6a Calle Oriente, a un costado de la Iglesia La Merced, que se utiliza como albergue propiedad de la Asociación Patronato Pro-Hermano Necesitado. En el lugar les brindan un techo, agua, cama, cena, servicio sanitario.
Quienes llegan a este albergue deben cumplir las reglas como mantener aseados los distintos espacios comunes de la casa, como dormitorios, camas, baños, lavadero, azotea, salones. La hora de entrada es a las 5:30 y la hora de salida es a las 6:00 de la mañana del siguiente día. También cada uno tiene días asignados para lavar su ropa, el cual deben respetar. A las 9 de la noche, aproximadamente, es la hora de apagar las luces y dormir.
Durante su estancia en la noche, los inquilinos reciben una charla basada en la biblia, donde ellos también expresan su sentir físico, emocional y espiritual con su situación de vida. Organizar estos espacios forma parte de una red de apoyo entre desconocidos que los une por una misma causa: no tener acceso a una vivienda digna y propia.
La falta de acceso a vivienda propia o el alquiler de una debido a los altos precios, es un factor en común entre las casi 35 personas que se hospedan en esta casa. La mayoría se dedica a trabajos informales como vendedores ambulantes, lavar vehículos, pedir limosna o hacer cualquier otro tipo de trabajo que le genere "unas fichitas", como dicen ellos.

"Uno que ya está viejo, no le dan trabajo a uno", es una de las frases que más se repite. A la semana, cada inquilino paga un dólar simbólico por la estancia y cada día diez centavos.
La iniciativa nació de un grupo de trabajadoras de la ex Casa Presidencial de San Jacinto en el gobierno del ex presidente Francisco Flores, en 1999, que conformaban un grupo de oración y decidieron salir a entregar comida a las personas indigentes en el Centro de San Salvador el 22 de diciembre de ese mismo año.
Silvia de Machuca, actual presidenta de la junta directiva del patronato que administra el albergue, era parte del grupo de oración e impulsora de estas obras de caridad.
En una de estas actividades, Silvia recuerda un albergue ubicado cerca del ex Cine Apolo, siempre en la capital, y se fijaba que las personas indigentes entraban sucias al lugar y salían limpias.
Para constituir el patronato como una Organización No Gubernamental hubo, en un principio, 40 afiliados, quienes aportaron económicamente para las actividades que se realizaban. En 2004 consiguieron alquilar la actual vivienda por un precio de $760 mensuales, un monto que con los meses y años se hizo complicado pagar.
Diez años después, en 2014, acordaron comprar la casa por $50,000, reunidos entre los distintos miembros del patronato y donaciones que consiguieron, principalmente de grupos católicos.
Los retornados
Rodolfo Antonio Quintanilla es un hombre de 71 años de edad que vivió durante 20 años en Estados Unidos y asegura tener residencia estadounidense. Según su relato de vida, él llegó a El Salvador en 1999 para visitar a su hermana, María Isabel Romero Quintanilla, y a su sobrino, quienes vivían en unos apartamentos en el Centro Urbano Lourdes, de la capital. Cuando llegó al apartamento donde recuerda que vivía su hermana, no lo esperaba nadie, por lo que decidió esperar a que llegara su familiar.
Quintanilla pasó la noche en la puerta del apartamento. Y hasta el siguiente día, una vecina le dijo que su hermana había muerto junto a su sobrino en un accidente de tránsito. Buscó información acerca de las defunciones, pero no le dieron respuesta en la entonces alcaldía de San Salvador.
Según Rodolfo, en El Salvador no tiene ningún familiar que lo pueda acoger. Su madre falleció dos años antes, en 1997 o 1998.
Ya tiene dos años viviendo en el albergue Divina Misericordia. En su intento de regresar nuevamente a Estados Unidos, compró un vuelo para octubre de 2024; pero cuando llegó al Aeropuerto Internacional San Oscar Arnulfo Romero, le indicaron que debía tener visa americana y pasaporte vigente. Ahora solo tiene vigente su pasaporte.
Rodolfo vive atrapado en el tiempo, pues los años le confunden. El asegura que vino en el 99´ y estamos en el año 2001, "en su calendario" como se refiere él y que desde entonces está varado en El Salvador. Pero, en su carnet de identificación del Estado de California, indica que fue expedido el 1 de diciembre de 2020, durante su estancia en EE.UU, y que vence en el 2028.

Cuando vino a El Salvador y no encontró a su hermana, quiso comunicarse con su esposa en Estados Unidos, pero no ha podido contactarla.
Ahora, Rodolfo solo pide que su trámite con la Embajada de Estados Unidos se agilice y pueda retornar al país donde hizo su vida durante décadas. Mientras, se dedica a vender herramientas para la reparación de motocicletas y viaja desde las cinco de la mañana hacia otras zonas de oriente, como San Miguel, Usulután, San Vicente, el norte de San Salvador como Aguilares y otras locaciones de occidente.
En la casa de la Divina Misericordia también habita otro hombre que fue retornado de Estados Unidos. Mario Umaña vivió alrededor de 20 años y regresó en 2022 a El Salvador. La pandemia por Covid19 le arrebató a su esposa, con quien había formado un hogar en EE.UU. Luego de ello, decidió regresar al país puesto que no encontraba sentido de continuar su vida allá solo.
Cuando regresó, Mario fue recibido por su hermana y su familia donde vivió con ellos por un tiempo. En esta vivienda habitaban siete personas, por lo que los espacios privados o propios eran complicados, y prefirió dejar ese hogar y buscar un nuevo lugar donde vivir.
"Ya no quepo ahí. Tengo bastante familia acá en El Salvador, pero no hay lugar para mí", explicó el hombre de 52 años.
Desde enero, Mario trabaja en una fábrica de bebidas de San Salvador, donde gana el salario mínimo que le permite acceder a sus servicios básicos; pero aún no lo suficiente para alquilar una casa o comprar una vivienda.
Ahora agradece a Dios la oportunidad de tener un lugar donde pasar la noche. Rumbo a cumplir los tres años en el albergue, ahora planea gestionar una vivienda con el Fondo Social para la Vivienda cuando cumpla los seis meses en su actual trabajo.

Como Mario, existe un gran número de salvadoreños que no son propietarios de su vivienda. Según el Censo Poblacional y de Vivienda publicado en 2024, el 57.9 % de los hogares en El Salvador son propietarios de su vivienda, pero el 42.1 % de la población no lo es. Esto equivale a 2,538,619 personas de la población total.
Dentro de este último número, casos donde alquilan las viviendas, fueron prestadas o cedidas gratuitamente, propia o pagándola a plazos y "otra tenencia" que no específica cuál.
Costa Rica en la casa
Jackelin Guevara es costarricense, pero ha vivido toda su vida en El Salvador. Cuando era recién nacida, hace 58 años, su madre se vino a vivir al país y se trajo a su hermana y a ella consigo.
Antes de llegar a la Divina Misericordia, Jackelin pasó por otros albergues entre Fusate y el albergue Katya Miranda de la municipalidad de San Salvador Centro. Anteriormente vivió con su hermana, pero debido a un conflicto personal con un vecino decidió mejor apartarse de un posible problema mayor.
A su avanzada edad, vende de forma ambulante ropa en Santa Ana. No abandona la idea de irse a vivir a Costa Rica, pues parte de su familia está en el país centroamericano.
