Tránsito Asunción Aguilar Pérez tiene 88 años de edad y desde hace casi siete décadas se dedica, en Ahuachapán Centro, a la elaboración de atarrayas de una variedad de tamaños.
Es un oficio que lo realiza por amor y no por el pago que recibe porque aunque los precios pueden llegar hasta los $150 por cada una de las atarrayas, según el tamaño, su elaboración tarda hasta tres meses, relató con una voz pausada ya por su edad.
A veces en una silla plástica y por momentos de pie, don Tancho, como cariñosamente le llaman sus conocidos, llega a invertir hasta doce horas de su día tejiendo una atarraya.
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Lo hace en su humilde vivienda de adobe y láminas, que está construida a escasos metros del río El Molino, en la jurisdicción del caserío Bajadero Los Cinco, cantón Palo Pique, en Ahuachapán.
Llegar a su casa se convierte en una travesía ya que el camino son veredas que están entre cerros y peñas.
Cada vez que llueve, estas se convierten en los drenajes naturales donde corre el agua hasta llegar al río.
Desde la calle principal hasta la casa son aproximadamente 45 minutos bajando las peñas, donde algunas personas cultivan maíz y frijol.
Las pocas casas que hay en el lugar se iluminan a través de la generación de energía con paneles solares ya que no existe otro sistema de alumbrado.
El 14.0% de los hogares salvadoreño no cuentan con electricidad en su vivienda, de acuerdo al “Mapa socioeconómico: Guía para los nuevos 44 municipios de El Salvador” que fue elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
El mismo establece que el 38.3% de los 6,338,881 habitantes del país, lo hacen en zonas rurales.
A pesar de lo escabroso para llegar al lugar, muchas personas realizan la travesía para llegar hasta la casa de don Tancho.
La tranquilidad del lugar hace que haya peces en abundancia, teniendo las personas una buena faena. En el río también se pueden encontrar cangrejos.
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Autodidacta
El octogenario relató que nadie le enseñó sobre la elaboración de atarrayas.
Cuando tenía 19 años visitaba la casa de un tío, en el cantón El Roble, en el mismo distrito. En el lugar se encontraba una persona elaborando dichos objetos.
“Ese oficio quisiera aprenderlo”, le comentó. Pero la respuesta que recibió lejos de desmotivarlo, lo impulsó a realizar su deseo. “Es algo costoso”, le dijeron.
Don Tránsito observó detenidamente los movimientos que se realizaban para ir formando la atarraya.
“Fui aprendiendo sin que nadie me corrigiera. Luego aprendí, como en una semana”, relató mientras elaboraba una nueva atarraya.
Don Tancho hace atarrayas de varios tipos y tamaños.
Hay una que se le conoce como la malla oscura, que es la que requiere más tiempo porque cada cuadro que la conforma es más pequeño.
Elaborar una de este tipo le tarda hasta tres meses ya que tiene dieciocho varas “de vuelo”; es decir 14.94 metros de diámetro.
Su precio es de $150. Otras pueden costar $60 y $75.
“Yo me conformo con ganar poquito. Me gusta trabajarlo; no tener nada qué hacer, no le encuentro”, señaló el ahuachapaneco.
Desde hace tres años se dedica por completo a la elaboración de atarrayas pues por su condición física y lo escabroso de la zona donde reside, ya no pudo realizar trabajos agrícolas, que es la otra ocupación que desde joven desempeñó, como la mayoría de residentes de la zona.
Sólo uno de sus 14 hijos aprendió a la elaboración de atarrayas; sin embargo, no es un oficio el cual desempeñe ya que “no tiene completamente la sabiduría; esto quiere otro entendimiento”, dijo don Tránsito al reconocer que su elaboración tiene secretos que ha desarrollado durante los 69 años que tiene de dedicarse a dicho oficio.
Entre las habilidades que ha desarrollado en las cerca de siete décadas está que él mismo elabora las agujas que utiliza para tejer las atarrayas.
Las hace del árbol de guiscoyol; mientras que el plomo que coloca en alguna de las zonas, también se encarga de fundirlo utilizando moldes de varas de bambú.