Vilma Ramos de Campos fue dos veces a programas de alfabetización para adultos, sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, nunca aprendió a leer ni a escribir.
Ella nació y creció en Guaymango, Ahuachapán, en una época donde el acceso a la educación era aún más difícil que en la actualidad. Con seis hijos, sus padres solo pudieron pagar el estudio de uno, y el resto tuvo que dedicarse a trabajar y a apoyar con las obligaciones de la casa.
A los 18 años, Vilma Ramos se casó y tuvo a su primera hija, desde entonces comenzó a dedicar todo su tiempo y esfuerzo a las labores domésticas de su hogar; un trabajo cansado, que generalmente es liderado por mujeres, sin recibir ningún tipo de remuneración.
Esta situación es bastante común, según explica Óscar Picardo, especialista en educación, ya que “el analfabetismo es una barrera muy fuerte desde el punto de vista del desarrollo humano y del desarrollo laboral. Genera un impacto muy fuerte en la generación de ingresos para estas personas y limita su desempeño ciudadano a posiciones laborales precarias”.
La vida de Vilma no ha sido triste y ella se siente orgullosa de todo el apoyo que le ha dado a su familia, pero también es consciente de la importancia de la educación y de todas las oportunidades que perdió por no saber leer ni escribir. Incluso, la educación de sus hijos fue un reto, ya que ella no podía ayudarles con sus tareas.
“Estuvieron en la colonia una ocasión (cursos) y estuve yendo pero no aprendí. Después volví a ir porque estaban enseñando ahí en el pueblo pero igual, lo mismo quedé porque no aprendí”, dice decepcionada.
Al preguntarle por qué cree que no aprendió, ella comenta no estar segura, pero que quizás no hizo suficiente por aprender. Este es un pensamiento bastante recurrente entre las personas en condición de analfabetismo, pero no siempre es acertado.
Según Picardo, los programas de alfabetización han perdido fuerza los últimos años como política pública, ya que las poblaciones bajo esta condición son de avanzada edad y es un proceso complicado para que puedan superar esta barrera educativa; la mayoría de esfuerzos gubernamentales se han centrado en la educación inicial y media.
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Hasta 2021, en El Salvador había 339,309 mujeres analfabetas entre los 10 y los 60 años, pero esta cifra puede ser mayor.
Vilma fue dos veces a programas de alfabetización, terminó ambos programas y recibió los diplomas que la acreditaban como una persona que sabe leer y escribir, pero en la práctica la realidad es diferente.
Las consecuencias para una persona que no sabe leer y escribir son muchas: se convierten en blancos fáciles de estafas, su desarrollo personal se interrumpe, quedan expuestos a explotaciones laborales y salarios precarios. En el caso de las mujeres es aún peor.
Al evaluar los datos arrojados por la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples de 2021, los hombres que no aprobaron ningún grado académico tienen un salario promedio de $239.03. Las mujeres bajo la misma situación ganan $196.96, eso significa $42.07 menos que los hombres.
“Mi esposo le ayuda a un muchacho a trabajar pero no es que sea fijo porque él trabaja con ventas ambulantes y lo poco que él gana, es lo que él nos trae para que nosotros vayamos pasando”, explica Vilma y reflexiona sobre la importancia de la educación.
Aunque ella no pudo estudiar y su esposo solo pudo aprender a leer y a escribir, ella apoyó a sus hijos para que finalizaran al menos su bachillerato. Actualmente, sus tres hijos trabajan; dos de ellos en oficios como albañilería o carpintería y una de ellas en una empresa del pueblo como vendedora. A pesar de que los salarios no son altos, Vilma está convencida de que, de no haber estudiado, sus hijos no habrían obtenido ni siquiera estas oportunidades.
“Eso les ayuda bastante porque así como está hoy en día, lo primero que piden es el estudio”, asegura.