Hélmer Arsenio Corleto Torrento, de 47 años, salió en libertad el pasado 22 de agosto tras permanecer 125 días en el penal de Mariona. Lo capturaron el 20 de abril bajo el régimen de excepción y está acusado de ser pandillero. Tiene 47 años. Es agricultor y también motorista (operador) de maquinaria pesada.
Hélmer prefiere no hablar de lo que vio y vivió durante cuatro meses y dos días encerrado en la cárcel. Lo deja claro. De lo que sí puede hablar, afirma, es por qué fue a parar a prisión de la cual salió convertido casi en esqueleto.
Tras 125 días en prisión, Arsenio asegura que perdió el cultivo de 14 tareas de maracuyá en lo cual había cifrado sus esperanzas de recuperación económica, así como un proyecto de cultivo de peces.
El 23 de agosto, cuando regresó a su casa, ya no halló ninguna de las 14 vacas que había dejado. Su familia tuvo que venderlas una a una para hacerle frente a los créditos hipotecarios a pesar de lo cual cayeron en mora y ha tenido que vender el inmueble donde tiene su casa.
Según Arsenio, en sus mejores momentos de agricultor hubo días en que tuvo 27 personas trabajando con él. Pero esa fuente de empleo se acabó, muy a su pesar.
El comienzo: robo y acusaciones falsas
Para Arsenio, su desgracia comenzó el 24 de agosto de 2018, cuando cinco policías irrumpieron en su casa luego de que, supuestamente, recibieron una denuncia de que él tenía un arma de fuego ilegal.
En esa ocasión, los agentes llegaron, le preguntaron si tenía armas, él les dijo que sí, que tenía un revólver 38, para proteger a su familia, sus cultivos y su ganado. Se los entregó porque no lo tenía matriculado, pero los agentes que registraron su casa encontraron 675 dólares que se robaron. En esa misma noche se lo llevaron capturado.
En la acusación, los agentes dijeron que lo habían capturado en la calle, lo cual no era cierto y por eso los demandó. Al final de un proceso, se determinó que los policías habían mentido y, mediante proceso judicial, los policías le devolvieron el dinero. Y allí comenzó a estar en el ojo de ese grupo de policías.
Cuatro meses después, el 30 de diciembre de 2018, al mediodía, un grupo de policías, entre ellos dos de los que habían llegado el 24 de agosto cuando lo capturaron, llegaron a capturarlo; como él no estaba, le tomaron fotos a la esposa de Arsenio y a las vacas. Dijeron que era para demostrarle a su jefe, un oficial de apellido Peñate, que habían llegado pero no lo habían encontrado
Pero ese mismo día, a las 10:00 de la noche, llegaron los mismos policías, rompieron un cerco para meterse a pesar de que no llevaban orden de allanamiento ni de captura, hicieron nuevamente un cateo en la casa, no hallaron nada que constituyera delito pero, igual, se lo llevaron preso.
Ya en la delegación policial de Ahuachapán dijeron que fabricaba armas (de las llamadas trabucos, que disparan un solo tiro) y se las entregaba a los pandilleros. Además dijeron que lo habían capturado disparando en la calle. De eso lo acusaron.
Pero eso fue controvertido con un audio que una de sus hijas logró hacer mientras los policías permanecían en la vivienda, amenazándolo y poniendo tiros en la recámara de sus armas, a la vez que gritaban que lo iban a matar.
Por esa acusación también estuvo preso cuatro días; salió libre bajo medidas. Esta vez también demandó a los policías por hacerle acusaciones falsas. Durante una audiencia, uno de los policías acusados, dijo ante un juez que solo cumplían órdenes; que esas órdenes las daba un subinspector del que Hélmer solo recuerda el apellido: Peñate.
Con eso, afirma Hélmer, el odio hacia él creció mucho más, pero por las acciones que él y su abogado habían emprendido, hasta llegar solicitar un amparo ante la Corte Suprema de Justicia, no se atrevían a hacerle daño.
El pago de abogados y por andar haciendo varias diligencias, sus cultivos comenzaron a decaer.
Luego de esos incidentes, Hélmer buscó empleo como motorista en la alcaldía de Ahuachapán. Nuevamente intentó recuperar sus cultivos. Se levantaba muy de madrugada a trabajar en lo propio y luego se iba a la alcaldía, donde entraba a las 8:00 a.m., a las 4:00 p.m., cuando regresaba de su trabajo como motorista, retomaba sus labores en cultivos propios.
La venganza: capturado bajo el régimen de excepción
El pasado 20 de abril, cuando se dirigía a trabajar en la alcaldía, un grupo de policías lo bajó del microbús. Lo bajaron solo a él. Lo arrestaban por agrupaciones ilícitas.
Coincidencia o no, Hélmer asegura que a los pocos minutos de ser capturado, a la delegación llegó un policía de los que habían sido procesados por robarle el dinero y cuando pasó junto a él, lo escuchó decir: Gracias a Dios, vamos bien, vamos bien.
El día que lo trasladaron al penal de Mariona, Hélmer asegura que no le entregaron el paquete que su familia le había llevado; entre lo que iba una camiseta y una calzoneta blanca. Lo sacaron en calzoncillos y así llegó a Mariona.
Hélmer no duda de que los policías “lo recomendaron” a los custodios, pues desde que llegó comenzaron a golpearlo. Recuerda que mientras lo rapaban (a todos les quitan el pelo al llegar) un custodio le dio no menos de 15 garrotazos en la espalda. Al siguiente día su espalda parecía berenjena.
Lo demás de su estancia en el penal de Mariona fue lo que viven todos los reos y reitera que no quiere hablar de eso.
Hélmer recuerda que el 22 de agosto, cuando salió libre por fin, luego de dos meses de que un juzgado de Santa Ana ordenara su libertad y que la Fiscalía apelara el caso, lo llevaron al 911 de Sonsonate junto a una docena de hombres más que habían corrido con igual suerte.
Fueron unas personas que se ofrecieron a llevarlo, sin cobrarle nada, hasta su casa, en un cantón de Ahuachapán.
Cuando llegó, su hija menor preguntó quién era ese señor que estaba llegando de madrugada a la casa. No lo reconoció de tan flaco que estaba, había perdido por lo menos unas 50 libras.
Al siguiente día pasó algo similar con sus compañeros de trabajo. Cuando se presentó al plantel, ninguno lo reconoció. No era ni la sombra de aquel hombre fortachón de pelo largo, que manejaba montacargas, camiones de volteo, excavadoras, etc. Era poco más que un puñado de huesos envueltos en una piel amarillenta.
Hélmer no duda que el odio de unos cuantos policías los llevó a aprovecharse del régimen de excepción para meterlo a la cárcel. “Me han destruido emocional, física y económicamente. Es una injusticia lo que me hicieron y han hecho a mucha gente”, comenta.