Esteban López Ramos tenía 12 años cuando presenció la caída del avión C-123K de la Fuerza Aérea Salvadoreña en 1992, en el cerró Rancho Quemado, parte del área protegida del parque Nacional Montecristo en Metapán, Santa Ana.
Ramos ahora tiene 42 años. Recuerda que estaba trabajando con su padre y su hermano mayor en una milpa cuando observó que el FAS 121 apareció entre los cerros, realizó dos vueltas en círculo, dejando caer unas cajas de gran magnitud, donde se supone venía medicina y alimentos no perecederos para los pobladores del cantón San José Ingenio; pero a la tercera vuelta el avión cayó y murieron al instante 14 de sus tripulantes.
Tras el accidente, se escuchó un gran estruendo, se elevó una inmensa nube gris y el fuego comenzó a consumir el área donde había caído la aeronave.
Ramos, su padre y hermano dejaron de trabajar para ir al cerro donde estaba el avión. Ese día, el 27 de agosto de 1992, militares de la Segunda Brigada de Infantería iban a participar en el reparto de víveres, medicinas, consultas médico-dentales, diversiones para los niños, reparto de útiles escolares y demostraciones de paracaidismo en la cancha de futbol del San José Ingenio, conocido también como el “Casco de la hacienda”. Esta era una acción parte de la finalización de la guerra civil, donde las Fuerzas Armadas intentaban proyectar una imagen más humanitaria.
EN IMÁGENES: 31 años del accidente aéreo en Montecristo en el que murieron 14 militares
Todo fue suspendido debido al accidente. Los curiosos llegaron al cerro, pero los militares que se encontraban dando seguridad al perímetro no los dejaron pasar; los únicos que ingresaron fueron algunos adultos que ayudaron a la recuperación de los cadáveres.
“Como al mes del accidente venimos a ver, porque aquí se quedaron cuidando bastantes días los policías y militares. El avión era más grande, pero como la gente traviesa estuvo llevándose las piezas para vender el aluminio, ya luego prohibieron venir hasta el cerro por eso”, expresa Ramos.
El Diario de Hoy, en su edición impresa del viernes 28 de agosto, informaba que 14 militares, entre pilotos, mecánicos de aviación y paracaidistas de la Fuerza Aérea Salvadoreña murieron al estallar en el aire el avión en el que se conducían. La foto de portada de ese día fue la del accidente.
La nota informó que el avión despegó de la base militar aérea de Ilopango, a las nueve de la mañana, para realizar una acción cívica por encargo de la Segunda Brigada de Infantería. A bordo iban dos pilotos, cuatro mecánicos de aviación, un ordenanza y ocho paracaidistas que harían una demostración de salto libre en la cancha de fútbol de San José Ingenio, que como se mencionó antes, era llamada “el Casco de la Hacienda”.
Minutos antes que el avión cayera, mientras volaba en círculos sobre la zona, fueron lanzadas cajas con víveres en paracaídas, según describe la nota en EDH.
Las víctimas fueron: los pilotos capitán Walter Edgardo Velásquez Ticas, de 33 años; teniente Rommel Rafael Chávez Cárdenas, de 26 años; los mecánicos de aviación Luis Matel Alas Fabián, de 26 años; Carlos Antonio Rodríguez Pérez, de 23 años; Jorge Alberto Garay Velásquez; Efraín Antonio Benavides Grandos, de 23 años, y los paracaidistas capitán José Antonio Salmerón Granados, maestro de salto, de 36 años; sargento Rafael Grande Cabrera, de 22 años; subsargento Isidro Enrique Arévalo Shunico, de 29 años; subsargento Adán Ernesto Molares Recinos, de 33 años; los soldados José Alexander Menjívar Alas, de 35 años (asistente del capitán Salmerón y quien viajaba como invitado y a solicitud suya); soldado Óscar René Olivar Jovel, de 22 años; Jesús Alberto Reyes Meza, de 20 años y cabo José Adelso Meléndez Erroas, de 19 años.
Mientras el avión se quemaba, llegaron personas a tratar de auxiliar a los tripulantes, pero fue imposible por la intensidad del fuego. Delegados de ONUSAL y trabajadores del parque trataron de ayudar con extintores manuales.
Cuando disminuyó la temperatura, fue posible acercase y trabajadores del parque, valiéndose de utensilios de labranza, llegaron hasta el aparato y comenzaron a rescatar los restos humanos mutilados y calcinados, irreconocibles en su mayoría.
Los pilotos vestían “monos” de una sola pieza, los mecánicos de aviación uniformes y los paracaidistas “monos” negros, pero debido al fuego era difícil distinguir los colores de los trajes. El único cuerpo que se identificó, por la placa metálica que llevaba prendida a la camisa, fue el del paracaidista José Enrique Elías Pineda. Los cadáveres fueron cubiertos con ramas para protegerlos del sol y frenar su descomposición. Los cadáveres fueron trasladados a San Salvador en tres helicópteros de la FAES.
Olga Yaneth Torres, de 48 años, comenta que el día que ocurrió el accidente no se le olvida, ya que su hija Fátima tenía meses de haber nacido. Recuerda que le llamó la atención el zumbido que venía del avión. “Se le oía bien raro al avión ese y bien bajito, nosotros pensamos que iba a caer aquí en la comunidad, lastima lo que les pasó, ellos venían ayudarle a uno”, comenta la mujer.
Explica que como ese día los soldados no la dejaron pasar hasta el lugar, nunca se interesó en regresar para ver lo ocurrido.
El Diario de Hoy regresó al lugar del accidente para constatar sí los restos del avión aún permanecen en el lugar. Según la población, es una ruta donde no está permitido ingresar sin antes tener una autorización, aunque anteriormente realizaban senderismo guiado con guías locales.
Del avión todavía permanece parte de la cola y la vegetación ha crecido entre estos hierros. Ramos dice que militares recuperaron algunas cosas y que las llevaron en helicópteros, pero que había quedado gran parte de lo que sería el cuerpo del C-123K.
La historia del accidente aéreo es conocida únicamente por la población adulta deMontecristo, aunque no tenga un recuerdo tan claro; incluso, en el museo del Casco de la Hacienda no tienen una reseña del suceso.
El suceso ha quedado enterrado en la historia, en una de las más importantes tragedias en la historia de la aviación militar nacional.