Su nombre es Ahmed Husein al Chareh. Tiene 42 años y nació en la ciudad de Daraa, "cuna de la revolución siria". Pasó sus primeros en Arabia Saudita, donde su padre trabajaba como ingeniero petrolero. Luego se instaló en Damasco tras la ocupación de Israel de los Altos del Golán sirios, de donde era originaria su familia. Vivió la adolescencia en Mezzeh, un barrio acomodado de la capital siria donde tuvo un buen nivel educativo, incluidos estudios avanzados de árabe literario.
Por:Angélica Pérez
La segunda Intifada en Israel, año 2000, sería el origen de su radicalización. Y la invasión de EEUU a Irak, en 2003, lo que le llevó a tomar las armas. En Mosul, se unió al grupo islamista ultra radical, Saraya al Mujahideen. Cayó preso.
En 2024, juró lealtad a la rama iraquí de Al Qaeda, que más tarde se convertiría en el Estado Islámico (EI). Se acercó al jordano Abu Musab al Zarqaui, un fanático anti chiita conocido por su extrema crueldad -hacía degollar a sus rehenes-.
Luego fue capturado por los estadounidenses y enviado al enorme campo de Bucca, en la frontera entre Irak y Kuwait donde fueron internados unos 100.000 presuntos terroristas. En este campo, considerado como la mayor incubadora de yihadistas, Al Jolani consiguió hacerse pasar por iraquí ante los agentes de inteligencia estadounidenses y, de esta manera, se libró de ser internado con los extranjeros.
Enseñó árabe clásico a los prisioneros, muchos de ellos líderes yihadistas, en particular al principal, el futuro "califa" de Mosul y fundador del Estado Islámico (EI), Abu Baqr al Bagdadi. Una vez liberado, Al Bagdadi -quien, para entonces, había roto con Al Qaida- lo nombra jefe de operaciones del EI en la gran provincia iraquí de Nínive.
Acompañado de un pequeño grupo de yihadistas iraquíes y sirios, cruzó la frontera hacia Siria en 2011 para unirse a la insurrección contra Bashar Al Asad. Ahí empieza un largo recorrido de activismo yihadista en Siria, en el que Al Jolani se convirtió gradualmente en una figura central y controvertida.
El 2012 asumió el liderazgo del Frente al Nosra, creado por Al Bagdadi. Pero cuando el líder yihadista iraquí quiso fusionar el Frente al Nosra con el Estado Islámico, Al Jolani se negó, rompió con su mentor y juró lealtad a Ayman al Zawahiri, emir de Al Qaida.
Cisma en la familia yihadista
La ruptura con Al Bagdadi provocó un cisma en el seno de la gran familia yihadista, con su cuota de terror y asesinatos, que se profundizaría en 2016 cuando Al Jolani decidió romper con al Zawahiri y Al Qaida. No cabe duda de que a estas rencillas subyace la codicia del poder, pero también son ciertas sus motivaciones ideológicas, y Al Jolani se ha perfilado como un nacionalista y hostil al yihadismo transnacional.
Durante los últimos ocho años, la apuesta de Al Jolani en Siria ha sido, por decir lo menos, intrépida. De un lado, ha querido reconciliarse con los países occidentales: Estados Unidos y Naciones Unidas han calificado a la Organización para la Liberación del Levante (HTS) como terrorista y Washington ha puesto una recompensa de 10 millones de dólares por la cabeza de su líder. Pero también ha buscado catalizar a otros grupos de la oposición, el Frente al Nosra se convirtió en Hayat Tahrir al Sham, agrupando al mismo tiempo a otros grupos islamistas. Desde 2017, Al Jolani fue su comandante militar y político.
Bajo el mando de Al Jolani, los insurgentes de la Organización para la Liberación del Levante (HTS) se apoderaron de una gran parte de la provincia de Idlib, bastión de la rebelión en el norte del país, frontera con Turquía. Establecieron una administración paralela a la de Damasco y un "Gobierno de Salvación", dotado de policía e instituciones, con un control total de la economía.
Vivir bajo el yugo del HTS
Aunque la situación no es comparable a la del territorio controlado por el régimen de Al Asad, la sociedad civil ha sufrido el yugo de HTS, con detenciones, secuestros, torturas, represión de manifestaciones e incluso asesinatos, como el de Raed Fares, conocida figura de la revuelta contra el régimen sirio, asesinado el 23 de noviembre de 2018 en el enclave.
Pese a que las minorías religiosas tienen derecho al culto, siguen estando sujetas a discreción. Se permiten las misas, pero no las cruces en los campanarios.
Sin embargo, a pesar de la amenaza constante de una ofensiva de las tropas pro régimen, de los incesantes bombardeos de la aviación rusa sobre la población civil y de la situación económica y sanitaria más crítica con la afluencia de unos tres millones de desplazados, Al Jolani convirtió el enclave en un laboratorio para la reconquista de Siria, sin que Damasco, Moscú o Teherán se dieran cuenta. O no quisieran verlo.
El HTS ha reclutado a todos los que han encontrado refugio en el enclave de Idlib prometiéndoles que volverían a las aldeas de las que habían sido expulsados y dando formación militar a los hijos de las familias desplazadas.
Al Jolani se revindica nacionalista y promete a los sirios poder decidir su destino que durante años les ha sido negado. En Idlib se fabricaron, incluso, los drones caseros que sembraron el pánico en las filas del ejército regular, leal a Damasco. Abu Mohamed al Jolani ha vencido militarmente y ya no oculta su deseo de sustituir a Bashar al Asad.