La invasión rusa a Ucrania está tomando muchísimo más de lo que el liderazgo ruso esperaba y más de lo que los medios de propaganda en Rusia le hicieron creer a sus ciudadanos.
Esa invasión, que el gigante eurasiático proyectaba terminar en dos días, se ha extendido por casi dos meses y si bien ha provocado destrucción, zozobra y muerte en las principales ciudades de Ucrania, no ha logrado derribar al gobierno de Volodimir Zelenski ni someter a este país, considerablemente más pequeño en extensión y en poderío militar.
Y aquello que Rusia no ha logrado en victorias sustantivas, lo ha compensado con una brutalidad que la ha llevado a cometer, a ojos de numerosos analistas, crímenes de guerra, es decir graves faltas a convenciones internacionales y ataques indiscriminados a poblaciones civiles.
En 53 días de guerra, los ucranianos denuncian bombardeos a hospitales de maternidad, a espacios que servían de refugio a civiles, a estaciones de tren donde cientos esperaban evacuar, así como el uso de artillería prohibida por el derecho internacional. Asimismo, hay amenazas de una guerra biológica, también prohibida por convenciones internacionales.
Pero Ucrania aún no está sometida. Y cada día que pasa, esta invasión resulta más onerosa para un Rusia económicamente vulnerable y duramente sancionada alrededor del mundo. Además, es cada vez más complicado sostener la propaganda de una campaña exitosa y de un proceso de “desnazificación”, la burda excusa que utilizó Vladimir Putin para esconder lo que a todas luces es un afán imperialista de conquistar un país ajeno al propio.
Entre todo este panorama complicado para el liderazgo ruso, a Vladimir Putin le queda una fecha por explotar: el 9 de mayo.
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Ese día, los rusos celebran el Día de la Victoria, pues marca la fecha en la que, en 1945, la Alemania Nazi se rindió de la Segunda Guerra Mundial. Eso marca no solo la derrota de un bando, sino el triunfo de los Aliados, entre los cuales estaba la Unión Soviética, pieza instrumental para derrotar al régimen de Adolfo Hitler y de hecho, quienes primero se tomaron Berlín desde el este.
Para Putin, esta fecha es una suerte de objetivo. Si ese día logra al menos una victoria simbólica, podrá alimentar a su aparato de propaganda y reforzar la ficticia idea de que está combatiendo a los nazis de Ucrania, cuando la evidencia muestra que quien ha emulado prácticas de uno de los episodios más negros de la historia es el mismo bando ruso.
Cambio de táctica
Rusia no logró conquistar toda Ucrania. Tampoco logró forzar la capitulación del gobierno de Volodimir Zelenski. Ni siquiera logró la lealtad completa de los habitantes de Donbás, la cuenca al este ucraniano donde residen una mayoría con vínculos culturales, lingüísticos e históricos más próxima a Rusia. Sin embargo, siguen siendo ucranianos.
Por ello, a partir de este 18 de abril, la estrategia parece variar. Rusia ha lanzado una nueva ofensiva a larga escala al este de Ucrania, en un aparente intento por consolidar su presencia en la zona controlada por prorrusos y, posiblemente, intentar anexar los territorios de Donetsk y Lugansk para sumarlos a Crimea, península que Rusia absorbió de facto en 2014.
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“Se puede decir que las tropas Rusas han iniciado ya la batalla por Donas, por la cual han estado preparándose por mucho tiempo”, afirmó Zelenski este lunes. “Una gran parte de la armada rusa está enfocada en esta ofensiva”, añadió el mandatario.
Pese a esto, el presidente ucraniano ha afirmado que no se rendirán y no están interesados en conceder todo el este de su país a cambio de una poco creíble pacificación. Esto fue reforzado por Oleskiy Danilov, secretario del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa de Ucrania.
El reloj corre para Putin
Pese a su evidente superioridad numérica y de armamento, Rusia ha tenido resultados pírricos en su intento por controlar a Ucrania.
Y el 9 de mayo podría ser el momento perfecto para que Putin cante algún tipo de victoria, pero también puede resultar siendo una fecha escurridiza.
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Por su parte, el bando ucraniano sigue recordándole a occidente que su voluntad, afán y valor de resistir la invasión significará muy poco si no hay un apoyo más decidido en armamento, tecnología, sanciones drásticas y embargos a Rusia, así como una zona de exclusión aéreas.
El tablero sigue moviéndose. Esta invasión, lastimosamente, aún no termina y si bien Rusia está cada vez más frustrada, el prospecto de una salida drástica —como un ataque nuclear, el uso de armas químicas o intensificar los ataques a civiles para quebrar la voluntad ucraniana— sigue más vivo que nunca.