El fundador de la malograda casa de cambio digital FTX, Sam Bankman-Fried, declarado este jueves culpable de siete delitos entre los que se incluye el fraude de inversores y el lavado de dinero, ha sufrido en solo diez meses la más estrepitosa caída que pueda tener un ser humano y se ha convertido en el ejemplo perfecto del millonario cegado y arruinado por su propia codicia.
A fines de 2022 todavía llevaba una despreocupada vida en un lujoso chalet de las Bahamas, rodeado de varios amigos tan jóvenes y ricos como él, pero ocho meses más tarde se presentaba ante el juez y se quejaba de que en la cárcel donde esperaba el juicio no le daban comida vegana ni las medicinas con las que trata su trastorno de hiperactividad.
La transición a la dura realidad de un penal neoyorquino no fue sin embargo inmediata: tras ser extraditado de las Bahamas, un juez le concedió la libertad condicional mientras esperaba el juicio, a cambio de una inusitada fianza de 250 millones de dólares.
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Desde la casa de sus padres en California, Bankman-Fried se dedicó a entrar en polémicas digitales e incluso insultar a sus ya examigos de FTX, hasta tal punto que el juez le prohibió volver a entrar en contacto con cualquier empleado de la compañía y de utilizar la red Signal; meses después, y tras constatar que utilizaba una VPN para eludir la prohibición, ordenó revocar la fianza y lo mandó a la cárcel.
Formación y carrera
El joven atraído por el riesgo, que levantó sobre un castillo de naipes la que llegó a ser la segunda plataforma de criptomonedas del mundo, valorada en su mejor momento en 32.000 millones de dólares, nació en California el 6 de marzo de 1992 en el seno de una familia acomodada. Sus padres eran profesores de derecho en la prestigiosa Universidad de Stanford.
Su afición por las matemáticas se perfiló ya en el colegio, donde participó en un programa estival para estudiantes talentosos en esta materia. Estudió la carrera en el prestigioso Instituto de Tecnología de Masachussets (MIT), donde se licenció en 2014 en Física con una especialidad en matemáticas.
Ese mismo año entró a trabajar en la firma Jane Street que se dedicaba a operaciones de arbitraje de fondos bursátiles, que consiste en la compra de activos en un mercado y su venta inmediata por un precio mayor en otro.
En 2017 dio el salto a las criptomonedas con la fundación de Alameda Research, que se acabaría convirtiendo en el brazo inversor de FTX, que creó dos años después y donde puso en práctica sus conocimientos, pero aplicados ahora al todavía fresco mercado de las criptomonedas.
A partir de entonces, su ascenso se convirtió en una pompa triunfal, y su rostro quedó esculpido en revistas de prestigio económico como Forbes o Fortune, que el pasado agosto se preguntaba en una portada si Bankman-Fried sería el siguiente Warren Buffet.
Un brillante joven desaliñado
El niño prodigio del criptomundo creó FTX con solo 27 años y su éxito fue tan fulgurante que los millones amasados con aquel negocio le permitieron realizar en el sueño de todos los millonarios en EE.UU.: un generoso filántropo que aportaba cantidades millonarias a partidos políticos, organizaciones civiles, causas solidarias y centros deportivos.
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Fue un prolífico donante político, contribuyó con más de 5 millones de dólares a la candidatura presidencial del demócrata Joe Biden en 2020, en lo que llamaba "altruismo efectivo", pero también fue donante de los republicanos.
Y pese a su ascenso fulgurante, nunca abandonó un aspecto desaliñado -el pelo rizado indomable, las camisetas y los pantalones cortos- ni varió ciertos hábitos que desconcertaban a sus interlocutores en el mundo de las finanzas, como echar una siesta en medio de su oficina incluso delante de visitantes de alto perfil.
También llegó a las portadas por recorrer los pasillos del Congreso, ya que en 2022 participó en audiencias con el Senado sobre la regulación de los mercados de criptomonedas, mientras cultivaba una imagen de "quijote" salvador de otras criptoplataformas en apuros