Nadie duda de la reputación del Centro Carter. Es todo lo contrario de lo que sucede con el régimen de Nicolás Maduro, cuyas malas mañas son viejas y universalmente conocidas. Por eso, cuando la prestigiosa organización sin fines de lucro, fundada en los ochenta por el ex presidente estadounidense Jimmy Carter y su esposa Rosalynn, establece que las elecciones presidenciales celebradas en Venezuela el pasado 28 de julio no cumplieron las mínimas garantías de trasparencia, no hay duda de que el chavismo hizo trampa nuevamente.
Esa ha sido la tónica desde que hace 25 años se entronizara en el poder el desaparecido Hugo Chávez, con un populismo autoritario inspirado en el castrismo que ha proseguido su sucesor, Nicolás Maduro. La misión de Maduro era la de garantizar el continuismo tras la muerte por cáncer de su mentor, y lo ha hecho con la lealtad y admiración que nunca ha ocultado. El actual gobernante se rodeó para ello de chavistas de línea dura como su vicepresidente, Diosdado Cabello; el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, y el presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez. Fueron tres figuras clave en la jornada electoral, cada uno con los papeles repartidos para, a lo largo de una noche que se prolongó durante horas sin resultados oficiales, ir soltando las pistas que anticipaban el fraude electoral que urdieron de antemano. Nunca pensaron en entregar el poder por medio de las urnas. Harían el paripé que, en apariencia, los diferencian del totalitarismo en Cuba (allí no se andan por las ramas con disimulos de democracia), pero no está en su hoja de ruta renunciar a la corruptela que los ha enriquecido en todos los estamentos, sobre todo en una cúpula militar que lo controla todo.
Lo que chirría en su trama es que nadie se cree que –al cabo de más de dos décadas del mismo gobierno con una gestión nefasta que ha sumido al país en una crisis sin precedentes– los venezolanos quisieran continuar bajo un régimen que ha provocado uno de los mayores éxodos migratorios de los últimos tiempos: hay ocho millones de venezolanos desperdigados por el mundo que han huido de la escasez, la violencia y la represión. Ante tan negro panorama, el sentido común indica que, de poder zafarse del chavismo, precisamente eso haría la mayoría de los votantes, incluso los que en su día creyeron en las falsas promesas de un modelo político que nació torcido porque pretendía seguir el (mal) ejemplo de Fidel y Raúl Castro.
Lo lógico y previsible es que los venezolanos le dieran carpetazo al régimen chavista mediante el voto, pero desde el Palacio de Miraflores todo estaba atado y bien atado para contravenir cualquier resultado adverso, que era, según las encuestas que se dieron a conocer antes de los comicios, lo que cabía esperar: el triunfo de la coalición opositora, liderada por María Corina Machado como cerebro y motor (el chavismo la inhabilitó a sabiendas de que es una oponente que puede aniquilar electoralmente a Maduro) y con el diplomático Edmundo González como candidato presidencial. A lo largo de todos estos años, María Corina se ha consolidado como la opositora más perseverante y capaz de adaptarse con sagacidad a los órdagos que le lanza el régimen. Hizo una campaña magistral recorriendo el país y encendió el entusiasmo de un pueblo fatigado. Ella y su candidato prometieron que con el cambio se abriría el camino para el regreso eventual de buena parte de la diáspora. Era un mensaje lleno de esperanza que, indudablemente, obtendría resultados en las urnas, porque, ¿qué familia vive indiferente a la separación y el sacrificio de cruzar fronteras cuando el terruño sólo ofrece miseria y desaliento?
La política no necesariamente se ciñe a la lógica, sobre todo si se trata de populismos cuyos cimientos son la mentira. Además, por ser un gobierno despótico que reprime y encarcela a los desafectos, el chavismo no rinde cuentas ni paga por los atropellos que comete. Eso es lo que le permite desafiar el sentido común, dando por sentado que Maduro salió ganador. Siguen su guion al dedillo, ignorando las conclusiones del Centro Carter, las denuncias de la Unión Europea y las advertencias de Washington. Ellos tienen a los amigos de siempre (los sospechosos habituales como Cuba, China o Rusia) que los apoyan y les brindan la logística necesaria para que el aparato represivo tome las calles y dispare contra los manifestantes. Ya lo están haciendo. Forma parte de la película chavista.
Maduro no tardó en sacar sus garras. Lo hizo a las pocas horas del autogolpe: demonizó a María Corina y a Edmundo González, asegurando que los perseguirían y hasta encarcelarían. No le faltó tiempo para que su policía política saliera a matar y a hacer redadas. Juró represalias contra las naciones que denuncian su farsa electoral. El bendito guion. No cambian ni una coma. Gobernará hasta el 2030 o hasta que le dé la reverenda gana porque, por ahora, ha podido burlarse de los principios de la democracia. Esperar otra cosa del chavismo es pura ingenuidad bienintencionada. Su esencia y su razón de ser son lo opuesto a la pluralidad y la alternancia política. Eso no cabe en el guion cerrado de las dictaduras. [©FIRMAS PRESS]
*Twitter: ginamontaner