Rusia, en la ciudad de Kazán, sobre el Volga, acogió del 22 hasta el 24 de octubre pasado la cumbre de los BRICS+. Vladimir Putin recibió a los líderes de los países miembros: Brasil, India, China, Sudáfrica, así como Irán, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos, Egipto estuvieron presentes tanto como países invitados, entre ellos Venezuela, Turquía y Bielorrusia.
En un contexto internacional de conflictos en Ucrania tanto como en el Próximo Oriente, sin olvidar tensiones geográficas como en el Pacífico, comerciales y tecnológicas sobre la inteligencia artificial, dicha cumbre tenía un simbolismo muy fuerte.
¿Provocación hacia Occidente o voluntad de afirmar una determinación en construir un sistema internacional alternativo? Un poco de los dos sin duda a través de una comunicación que consistía en decir: ¡no somos aislados! Éxito sin duda para Vladimir Putin, que puede afirmar que fueron finalmente 36 países presentes, 24 al nivel de Jefes de Estado. La presencia de los líderes de los países miembros parece como una demostración de fuerza y de coherencia de un grupo que reivindica la representación de 40% del PIB y 45% de la población mundial.
Los BRICS tuvieron como propósito al fundarse en 2009 unir países emergentes y establecer las bases de una cooperación económica diferente de la del entonces G 8 (los 8 países más ricos del mundo, contando entonces Rusia), transformado de nuevo en G7 a partir de los años 2010.
De manera mecánica, los BRICS establecieron una dimensión geopolítica: de comercial, se está construyendo un sistema que se quiso presentar como “alternativo” al sistema de gobernabilidad internacional que nació de la Segunda Guerra Mundial. Reforma del sistema de la Organización de las Naciones Unidas, Brasil y Sudáfrica llamando a una representación permanente de América Latina y África en el Consejo de Seguridad, reforma de las instituciones financieras establecidas después del acuerdo de Bretton Woods en 1944: sin duda apareció la exigencia de adaptar la gobernabilidad global.
El proceso se reforzó mientras el “modelo occidental” volvió criticado y constituyente de esta solidaridad que contiene desde hace pocos años una dimensión política. Es a la vez el límite de un grupo de países que no tienen exactamente los mismos intereses: Rusia, en este contexto de guerra, demuestra que no está aislada. Sus nuevas cooperaciones revelan otra faceta del mundo, en la cual Occidente perdió su posición central. De igual manera para China que afirma su posición de segunda potencia económica mundial, reafirmando sus rutas de la seda. Brasil busca ser el líder de América Latina mientras India intenta conciliar su alianza entre Este y Oeste. Irán, miembro desde enero de 2024, obviamente busca una protección de seguridad y aliados en su rivalidad y conflicto con Israel a través de los movimientos terroristas que desarrolló a raíz de los últimos años, en Yemen, Líbano, Iraq y franja de Gaza. Sudáfrica reivindica su influencia en África y el mundo. Arabia Saudita, Egipto, Etiopía afirman un papel de protagonista en Próximo y Medio Oriente sin tener un interés en romper, como lo afirma Rusia por ejemplo, con Occidente.
La visión política es a la vez la fuerza y la debilidad del grupo de países: el contenido ideológico no parece coherente y contiene una dimensión restrictiva: Rusia acaba de bloquear las importaciones de sus productos agrícolas a Kazajastán, que afirmó por la voz de su presidente, Kassym-Jomart Tokaiev, que no se unirá a los países de los BRICS.
De igual manera, Nicolás Maduro, invitado a participar a la cumbre de Kazán, tuvo que aguantar la posición de Brasil, que reiteró su desacuerdo en ver su vecino venezolano integrar dicha organización. Esto provocó nuevas tensiones entre Brasil y Venezuela, cuestionando el equilibrio regional que estuvo bajo la actualidad en este principio de años, a raíz de las reivindicaciones venezolanas sobre la región, rica en petróleo, del Esequibo, perteneciente a Guyana. Tantas divergencias regionales que muestran que detrás del afiche todavía falta una coherencia de bloques.
Por cierto, la inversión de los valores, el relativismo, la repetición de la noción del “dos pesos, dos medidas” obligatoriamente favorable a un Occidente imperial, abre un espacio a una victimización o justificación de actos difícilmente aceptables. La presencia del Secretario General de las Organización de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, en Kazán tiene un significado fuerte: no quiere romper con los países miembros, entre los cuales dos, Rusia y China, son miembros permanentes del Consejo de Seguridad. También considera que el próximo punto de equilibrio político se hará entre los BRICS y Occidente, ya no entre un pilar Euro-Atlántico-Pacífico, entendido como euro-norte americano, al cual se agregó la llegada de China. El concepto de “Sur global”, oponiéndose a lo que sería el “Occidente global”, se está cristalizando en este periodo de conflictos y tensiones internacionales.
Las reflexiones sobre el sistema de seguridad y gobernabilidad global van, sin duda, a reforzarse a raíz de los resultados de la elección presidencial norteamericana. Mientras tanto, los países que quieren reforzar sus posiciones avanzando las bases de un orden alternativo usan cuando otros abusan del espacio dejado por el debate interno en los Estados Unidos. Sobre Ucrania, las posiciones entre Moscú y Kiev son irreconciliables 32 meses después del principio de los combates. En Oriente Próximo, Israel libra batalla sobre varios frentes: Gaza, Líbano, Yemen, Irán, apareciendo como un país opresor por ser la encarnación de los principios occidentales en un entorno regional hostil al alternativo y rechazados por el “Sur global”.
Obviamente, se trataba para Moscú de demostrar el fracaso de la estrategia de sanciones y aislamiento llevada a cabo por Washington. Demostrando una solidaridad de los países de los BRICS, no se pudo, por lo tanto, consolidar una coherencia política que sería primicia de un sistema creíble, de una nueva gobernabilidad global. Más que nunca, estamos en la constitución de una nueva guerra ideológica compleja, los bloques antagonistas apareciendo como piezas anidadas de un puzzle mezclando nacionalismo e intereses globales con una inversión sistemática de los principios morales siendo encerrados en el prejuicio del más fuerte que sería en esta visión, obligatoriamente occidental. Más que nunca, el enlace de fuerza parece ser la regla para ser respetado en un mundo tensionado.
Politólogo francés y especialista en temas internacionales.