El 13 de junio de 2021, la dictadura nicaragüense procedió al arresto de Dora María Téllez, una de las figuras más emblemáticas de la Revolución Sandinista de 1979.
Téllez, férrea combatiente y compañera de armas del ahora dictador, se encontraba en su finca en las afueras de Managua, capital de Nicaragua, cuando fue apresada junto a la activista Ana Vijil. Ambas son parte del Movimiento Revolucionario Sandinista (MRS), fundado por el escritor y exvicepresidente Sergio Ramírez, y que agrupa a los disidentes del Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN).
Como en la pintura de Goya, la Revolución nicaragüense devora a sus hijos y a sus más valientes soldados. Ese domingo de junio, en las afueras de Managua, Ortega traicionó y encarceló a una de las personas que más luchó a su lado y que incluso se jugó la vida por el ahora dictador, en ese momento revolucionario.
Tuvieron que pasar 606 días para que Téllez recuperara su libertad, pero a un costo enorme.
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Ella formó parte de los más de 200 opositores, periodistas y críticos del régimen que fueron desterrados a los Estados Unidos. Y poco después, la dictadura le retiró a Téllez su nacionalidad nicaragüense a pesar de que fue ella una de las principales luchadoras por la libertad de su patria en la década de los setentas.
Décadas antes de ser torturada en la cárcel de El Chipote, Téllez fue pieza fundamental en el asalto al Palacio Nacional, un duro golpe al somocismo que permitió la liberación de guerrilleros detenidos. Además, fue artífice de la ofensiva final contra la dictadura y al triunfar la revolución, se convirtió en la ministra de Salud del gobierno que encabezó Ortega.
La suerte de la mítica “Comandante dos” también la vivieron otros que lucharon incansablemente por liberar a Nicaragua y terminaron presas de su excompañero de batallas.
El general que salvó a Ortega
En febrero de 2022, murió en la misma cárcel de “El Chipote” el general Hugo Torres.
Sin haber sido vencido en juicio y tras haber sufrido vejaciones y maltratos, este exguerrillero fue el primer preso político en fallecer bajo custodia de la dictadura de Daniel Ortega.
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Pero décadas antes de considerarlo un enemigo, exactamente en 1974, Torres se jugó la vida para poder liberar a numerosos presos políticos, entre los que estaba quien hoy ostenta el penoso cargo de tirano de Managua.
“Hace 46 años arriesgué la vida para sacar de la cárcel a Daniel Ortega y a otros compañeros presos políticos (…) pero así son las vueltas de la vida, y los que algún día acogieron principios hoy los han traicionado”.
General Hugo Torres, exguerrillero nicaragüense y fallecido bajo custodia de la dictadura
El embajador de Ortega
Una suerte parecida corrió Arturo Cruz Sequeira, quien permaneció encarcelado 631 días antes de ser desterrado y despojado de su nacionalidad nicaragüense.
El economista e hijo de otro miembro histórico del sandinismo, Arturo Cruz Porras, fungió entre 2007 y 2009 como el embajador de Daniel Ortega ante los Estados Unidos. Además fue de las voces más firmes en apoyar el proyecto del Canal Interoceánico, una de las grandes apuestas de Ortega.
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Años después, en 2021, se inscribió como uno de los candidatos a la presidencia que buscaba disputarle el poder a Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo.
En junio de ese año, tras retornar de un viaje a Estados Unidos, fue detenido en el aeropuerto de Managua y acusado de conspirar para que sancionaran al gobierno de Ortega.
Constante en dictadura
La historia de las revoluciones devenidas en dictaduras encuentra algunas constantes. Una de ellas es que los tiranos, una vez se instalan en el poder y lo consolidan en torno a sí mismos, se deshacen de sus opositores y críticos.
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Pero también purgan a algunos de sus otrora aliados, quienes conocen sus secretos o que han ganado popularidad en la militancia revolucionaria.
Las dictaduras, cobardes por naturaleza, no solo temen a sus contrarios, sino a los rostros más carismáticos y potables dentro de sus propias filas.
Como sucedió con el general Raúl Baduel en Venezuela o los exguerrilleros Téllez y Torres en Nicaragua, es propio de tiranos encarcelar —e incluso dejar morir en prisión— a quienes estuvieron cerca de dar la vida por los caudillos.
Las revoluciones devenidas en dictadura devoran a sus hijos. A los más valientes. Purgan o entregan a sus fieles soldados. Y premian a los serviles, a los cobardes y a los que están dispuestos a seguir avalando los abusos a fin de conservar un puesto que, en una circunstancia democrática, nunca alcanzarían por sus propios méritos.