Sagrario fue sorprendida por la corriente del río Grande cuando ya esta estaba en el jardín de la casa. No sacó más que a sus nietos y la computadoras de la escuela. Los más pequeños de la familia no quiere regresar a la vivienda por el trauma de la noche de la inundación. Foto EDH/ Yessica Hompanera Sagrario muestra cómo quedó la cocina de su casa luego de ser destruida por las corrientes. Las siete familias demandan poca intervención de la alcaldía migueleña y de autoridades de gobierno. Foto EDH/ Yessica Hompanera Sagrario junto a otras familias que resultaron con sus viviendas destruidas, decidieron tomarse la calle principal para construir casas improvisadas con resto de materiales que dejó la corriente. Demandan intervención de la comuna y del gobierno. Foto EDH/ Yessica Hompanera Los habitantes de la comunidad Nuevo Jerusalen recolectan el agua y hacen baños improvisados para asearse. Foto EDH/ Yessica Hompanera La vivienda de Sagrario y su familia resultó con daños por el lodo y la humedad. No es la primera vez que tiene que recurrir en gastos para repararla tras una inundación a causa del desbordamiento del río Grande. Foto EDH/ Yessica Hompanera La ley Forestal salvadoreña, en su Artículo 23, declara Áreas de Uso Restringido las riberas de ríos, y los propietarios de inmuebles en ellas deberán “manejar de manera sostenible la vegetación existente” que crece en las riberas. Foto EDH/ Yessica Hompanera Las personas en la comunidad Nuevo Israel no cuentan energía eléctrica ni agua potable. Foto EDH/ Yessica Hompanera El literal B del mismo artículo indica: “Los terrenos riberanos de ríos y quebradas en una extensión equivalente al doble de la mayor profundidad del cauce, medida en forma horizontal a partir del nivel más alto alcanzado por las aguas en ambas riberas en un período de retorno de cincuenta años”. Esto quiere decir que si una constructora o un particular quiere levantar una vivienda al lado de un río, debe dejar a la naturaleza las orillas. Foto EDH/ Yessica Hompanera El río Grande de San Miguel tiene una cuenca de 2,350 kilómetros cuadrados y es la cuenca más extensa de El Salvador después del Lempa. Su parte más alta está en la cordillera montañosa en el norte de San Miguel y Morazán. Foto EDH/ Yessica Hompanera María Iglesias, de 66 años de edad, vive en la colonia Jardines del Río desde hace más de 30 años y siempre tiene el temor de ser sorprendida por la crecida del río Grande ya que vive a unos 25 metros de la ribera. Según la Ley Forestal de El Salvador, las construcciones deben de estar en un radio del doble de profundidad del río. Foto EDH/ Yessica Hompanera Iván Velazquez posa con uno de sus hijos en la casa hecha escombros por la corriente del río Grande en San Miguel. Este terreno está cerca a las riberas del río y desde que tiene memoria ha vivido aquí gracias a que su papá logró comprar un terreno y levantar a su casa. La destrucción implica que tendrá que invertir en materiales de construcción, pero los costos son elevados y su trabajo de albañil es escaso. Foto EDH/ Yessica Hompanera Karla González, de 20 años, juega con su hija sobre una colchoneta que sirve como cama en el patio de su casa en Jardines del Río. Ella fue sorprendida por la crecida del río durante la tormenta Julia. Foto EDH/ Yessica Hompanera Las corrientes que traía en río Grande de San Miguel eran tan fuertes que lograron derribar árboles de grandes proporciones como este. Foto EDH/ Yessica Hompanera La fuerza de la corriente y todo lo que traía consigo derribó la casa de Iván Velázquez. Descubrió su vivienda después de que bajó el agua tras la inundación. Foto EDH/ Yessica Hompanera La calle principal cuenta con cuatro casas que fueron construidas con láminas, varas y telas que dejó la corriente de sus antiguas viviendas. Foto EDH/ Yessica Hompanera Las viviendas cercanas al río en la comunidad Nuevo Israel quedaron con daños significativos y con mucha basura que traía la corriente. Foto EDH/ Yessica Hompanera Así fue como la cancha de fútbol quedó después de que el agua del río Grande bajara en la colonia Jardines del Río en San Miguel. Foto EDH/ Yessica Hompanera Foto EDH/ Yessica Hompanera
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