Cada vez que degustamos un platillo tradicional, podemos estar seguros de estar evocando alguna época histórica de nuestra patria. Se trata de alimentos arraigados en el tiempo que nos identifican como salvadoreños.
Parte de la tradición culinaria del “Pulgarcito de América” es la gran variedad de pan dulce artesanal que existe, entre ellos el delicioso marquesote. Se trata de un esponjoso pan, ideal para compartir en el desayuno, la cena o a cualquier hora del día.
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Esta delicia, generalmente hecha en hornos de leña, siempre es acompañada de chocolate caliente, café, leche y, en muchos casos, con una refrescante horchata. Su sabor suele ser algo básico, pero no por eso deja de ser exquisito. Además, sirve de base de otros postres, como el Tres leches.
Este pan, que suele ser de color amarillento, de masa sumamente porosa y crujiente, es un tanto difícil de encontrar en la actualidad, pues, lastimosamente son raras y contadas las panaderías que lo elaboran. Por lo general se vende en mercados municipales y, últimamente, en algunas panaderías de renombre.
En El Salvador existe un municipio que se caracteriza precisamente por la elaboración de este tipo de pan. Se trata de San Ramón, una población ubicada en el departamento de Cuscatlán. En esta localidad, específicamente en el cantón San Pablo y La Virgen, se encuentran varias familias que se dedican a la fabricación de esta variedad de pan dulce. Ellas han logrado preservar esta herencia gastronómica.
Una de esas panaderías es la de doña Petronila Hernández Ángel de Chávez, quien, junto a su esposo Candelario, sus hijas y sobrinas, se ha esmerado por mantener viva esa deliciosa tradición.
Al entrar a la vivienda de la familia Chávez lo primero que se percibe es el agradable aroma a pan recién horneado; luego se aprecia el horno artesanal de barro, en cuyas vorágines entrañas suelen encontrarse decenas de latas con una espesa mezcla amarillenta a punto de endurarse.
Con mucha amabilidad doña Tonita, como es conocida cariñosamente, recibe a los clientes, en su mayoría revendedores.
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Desde hace más de 48 años, doña Tonita, se dedica a esta importante profesión. Ella asevera que este oficio lo aprendió de su madre, cuando apenas tenía 12 años. Asegura que su progenitora le enseñó a realizar cada una de las acciones que conlleva la elaboración del pan, desde la compra de los ingredientes hasta el empaquetamiento de los marquesotes.
“Aprendí a los 12 años con mi mamá. Luego me casé y me vine para acá. Y mis hijas también han aprendido esto. Con este trabajo las crie”, manifiesta la experta panadera.
El rico marquesote fabricado en esta panadería se comercializa en algunos mercados de otros municipios, especialmente en el de Cojutepeque. Asimismo, suele venderlo con sus vecinos del cantón.
La jornada en la panadería de estos ramonenses inicia en la madrugada, y a eso de las 9:00 ya han sacado del horno la primera tanda de marquesotes.
“Hacemos todos los días, aunque a veces descansamos los domingos. Como siempre nos encargan no podemos descansar. Nos levantamos a las 5 de la mañana y terminamos como a las 6 de la tarde; pasamos todo el día horneando”, expresa doña Tonita.
Según explica la propietaria de esta factoría, sus marquesotes son diferentes a los que se preparan en otros lugares, no tanto por el hecho de que son elaborados de manera artesanal, sino porque no emplea ningún tipo de levadura para que la masa crezca, ya que considera que “eso como que lo arruina (el producto)”.
¿Cómo se elaboran los marquesotes?
Aparentemente el proceso de la elaboración de marquesote es sencillo, sin embargo, se requiere de mucho conocimiento y destreza.
Lo primero que se hace es separar las yemas y las claras de los huevos; solo para hacer esta parte se necesita concentración y pericia. Luego, las claras se colocan en un perol de metal y se comienza a batir utilizando un molinillo, un utensilio de madera que también requiere cierta habilidad para usarlo correctamente.
“Se necesita un poco de práctica para poder batir. Con el movimiento correcto se debe lograr que la mezcla quedé maciza”, comenta don Candelario, mientras mueve con pericia el molinillo.
Luego de incesantes movimientos con ese instrumento y tras lograr que las claras estén “bien levantadas” (a punto de turrón) se agregan las yemas. Esa mezcla se vuelve a batir incesantemente y poco a poco se le van incorporando los otros ingredientes, que son: harina de trigo tamizada, azúcar y canela en polvo. También se le agrega jugo de limón, para quitarle la “chuquilla” a la espesa masa.
En este momento el horno artesanal debe estar en su punto, es decir, muy caliente.
“Cuando el horno está de punto, lo barremos hasta sacarle toditas las brasas”, dice doña Tonita.
Después, la mezcla se coloca en moldes cuadrados de lata, los cuales ya deben estar mantecados. Con la ayuda de una paleta de madera se colocan en el interior del horno y ahí permanecen durante varios minutos.
Al sacarlos del horno, y tras esperar que se enfríen un poco, los marquesotes se forran con papel de empaque para evitar que se peguen uno con otro. ¡Y listos!
“Luego comenzamos otra horneada y se le da fuego de nuevo (…) Apurándonos hacemos 50 docenas de marquesotes, pero cuando la leña está apagosa nos tardamos más”, manifiesta doña Tonita.
Además del rico marquesote de harina, en la panadería de los Chávez Hernández también se venden marquesotes de arroz y salpores de dulce, de azúcar y de arroz.